INTRODUCCIÓN


1. Contenido general y título


El libro de los Jueces cuenta la historia de Israel entre la conquista de la tierra (libro de Josué) y la monarquía (libros de Samuel). En la Biblia hebrea forma parte de los llamados “profetas anteriores” que equivalen a lo que los investigadores modernos de la Biblia suelen denominar “historia deuteronomista” (a saber, libros de Josué, Jueces, y 1-2 Samuel y 1-2 Reyes).


El nombre con que tradicionalmente se conoce a este libro ha sido tomado del título que se da en él a los protagonistas de la historia: “shofetín” = jueces. Pero, ¿qué significa en nuestro libro el título de “juez”?


En realidad, sólo hay dos pasajes en todo el libro en que se usa “juez” en el sentido técnico que tiene en castellano: en Jue 4:4-5 donde se dice que Débora era juez en Israel... y los israelitas acudían a ella en busca de justicia, y en Jue 11:27 donde encontramos la expresión: que el Señor sea juez. En el resto del libro, el término juez no tiene ese sentido, sino uno bastante más amplio.


Consta, al respecto, que tanto en Mesopotamia como en Fenicia y Cartago existían oficiales que ejercían funciones de gobierno local con amplias atribuciones, entre las que se incluía la administración de la justicia. En el mundo fenicio-púnico se les llamaba “sofet”, igual que a los jueces de nuestro libro. Paralelamente, la raíz shafat abarca en hebreo un campo mayor que el de “juzgar”. La mayoría de las veces significa “ejercer la función de juez” en el sentido estricto del término, pero también puede significar — y así sucede en el libro de los Jueces — el ejercicio de una forma más amplia de gobierno (ver 1Sa 8:5-6; 2Re 15:5; Isa 40:23; Amó 2:3; Sal 2:10; Sal 94:2; Sal 96:10; Sal 96:13; Sal 148:11; Dan 9:12).


Desde antiguo, los estudiosos de la Biblia suelen distribuir a los protagonistas del libro en jueces mayores (Otoniel, Ejud, Débora (Barac), Gedeón, Jefté y Sansón) y jueces menores (Sangar, Tolá, Jaír, Ibsán, Elón y Abdón). De los jueces mayores se cuentan hazañas con las que liberaron a Israel de sus enemigos. Fueron héroes carismáticos que, poseídos por el espíritu del Señor, salvaron a Israel de la opresión de las naciones vecinas. De los jueces menores, en cambio, sólo se dice que juzgaron a Israel durante un número determinado de años, pero no se cuenta de ellos ninguna hazaña. Las breves reseñas acerca de estos “jueces” están cortadas todas por el mismo patrón, con ligeras variantes (ver Jue 10:1-5; Jue 12:8-15).


Es de notar que la figura de Jefté está a caballo entre el juez mayor y menor: por un lado, su historia termina como la de un “juez menor” (Jue 12:7-8); pero sus hazañas lo hacen merecedor del título de salvador de Israel o “juez mayor”. Las narraciones sobre Jefté interrumpen la lista de “jueces menores”. Es, pues, probable que esta ambivalencia de Jefté sirviera de bisagra para el empalme de las historias de los grandes libertadores con la lista de los “jueces menores”.


2. Proceso de composición del libro


Lo mismo que otros muchos libros del AT, el de los Jueces no fue obra de un solo autor ni de una sola época. Los pasos de su formación fueron a grandes rasgos los siguientes:


a) Durante un par de siglos los relatos corrieron de boca en boca con la fluidez de la tradición oral. Siguió un período (que pudo empezar en la época de Salomón) en que se fueron recogiendo por escrito las tradiciones sobre los héroes, las noticias sobre los “jueces menores”, y los relatos que más tarde se insertarán en los Apéndices (cps. Jue 17:1-13Jue 21:1-25).


b) Después de la caída de Samaría (721 a. C.), se ensartaron unas con otras las narraciones sobre los héroes, y se entrecruzaron con las listas de noticias sobre los “jueces menores”. Quedaron todavía fuera: la primera parte (Jue 1:1Jue 2:5), la historia de Abimélec (cp. Jue 9:1-57), los marcos redaccionales y los apéndices (cps. Jue 17:1-13Jue 21:1-25).


c) Poco después del destierro de Babilonia (año 587 a. C.), se termina de componer la gran historia de Israel que, tomando pie en el Deuteronomio, abarca desde la conquista de Canaán por Josué hasta la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia: son los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes. Es lo que se suele llamar “historia deuteronomista”. Dentro de ella tiene su propia personalidad el libro de los Jueces, que trata con criterios literarios y teológicos peculiares una época de la historia de Israel bien definida, entre la conquista y los preámbulos de la monarquía. A estos redactores deuteronomistas se debe:


1) La inserción de la parte primera (Jue 1:1Jue 2:5);


2) los marcos teológico y cronológico;


3) probablemente, la inserción de la historia de Abimélec; y


4) la extensión de la acción de los “jueces” a “todo Israel”, si no estaba hecha ya.


d) Otro redactor algo posterior, que tenía una visión menos negativa de la monarquía, añadió, hacia el año 560 a. C., los capítulos Jue 17:1-13Jue 21:1-25, donde deja constancia de algunas de las barbaridades que se cometían en aquellos tiempos en que no había rey en Israel y cada uno hacía lo que le venía en gana (Jue 21:25).


3. Estructura literaria


El libro de los Jueces, tal como ha llegado hasta nosotros, se compone de tres partes heterogéneas y desiguales:


I. — COMPLEMENTOS AL LIBRO DE JOSUÉ sobre la ocupación de Canaán (Jue 1:1Jue 2:5). Cuenta acciones esporádicas de las tribus, enumera ciudades que no pudieron ser conquistadas y que se mencionaban diseminadas en la segunda parte del libro de Josué; un ángel explica la imposibilidad de expulsar a todos los cananeos. Rescata del olvido algunas tradiciones tribales del tiempo de la conquista.


II. — HISTORIAS DE LOS “JUECES”, libertadores carismáticos que salvaron a Israel de la opresión de los pueblos vecinos (Jue 2:6Jue 16:31). Esta parte comprende:


a) Una introducción programática (Jue 2:6Jue 3:6). Da sentido a toda la historia adelantando el marco teológico general que luego se aplicará a cada una de las historias. Se dan también nuevas explicaciones a la permanencia de los cananeos.


b) Una serie de historias concretas de cada “juez”:


- Otoniel (Jue 3:7-11)


- Ejud (Jue 3:12-30)


- Sangar (Jue 3:3) (nota suelta, un tanto fuera de lugar)


- Débora y Barac: dos tradiciones, en prosa y en verso (Jue 4:1-24Jue 5:1-31)


- Gedeón y Abimélec (Jue 6:1-40Jue 9:1-57)


- Los “jueces menores” (Tolá, Jaír, Ibsán, Elón y Abdón) y Jefté (Jue 10:1-18Jue 12:1-15)


- Sansón: (Jue 13:1-25Jue 16:1-31)


III. — APÉNDICES


- El santuario de Micá y el santuario de Dan (Jue 17:1-13Jue 18:1-31)


- El Crimen de Guibeá y la guerra contra Benjamín (Jue 19:1-30Jue 21:1-25)


4. Marcos cronológico y teológico


Una primera lectura del libro de los Jueces permite descubrir fácilmente dos tipos de encuadres que recorren prácticamente todo el relato y le confieren una notable singularidad: el marco cronológico y el marco teológico.


En primer lugar, un marco cronológico. Las historias de los jueces se ordenan dentro de un esquema cronológico. A la actividad de los “jueces mayores” y a los intervalos entre uno y otro se les asignan cifras redondas: 20, 40, 80 años. En cambio, a los “jueces menores” se les atribuyen cifras más reducidas y nada convencionales. Se ve que el redactor del libro tenía noticia de las hazañas de los libertadores de Israel, pero no de su cronología, mientras que con los “jueces menores” le ocurría lo contrario: conocía su cronología, pero no sabía nada especial de sus actividades.


Se ha pretendido reconstruir la cronología de la época partiendo de esos datos. Empresa vana, ya que: a) las cifras redondas de los “jueces mayores” son claramente artificiales, no se sucedieron necesariamente unos a otros ni su actividad se extendió a todo Israel, e incluso pudieron coincidir dos en una misma época; b) en cuanto a los “jueces menores”, pudieron ser igualmente contemporáneos y es también posible que ejercieran sus funciones con intervalos entre uno y otro, o que haya lagunas en la lista.


Hay que tener en cuenta que, en aquellos tiempos primitivos, los israelitas no disponían de un punto de referencia según el cual contar los años; ni siquiera tenían rey, habitual punto de referencia que otros pueblos utilizaban para fechar los acontecimientos. En este caso debemos contentarnos con saber que, si la entrada principal de los israelitas en Canaán se ha de situar en el último tercio del s. XIII a. C., nuestra historia debió desarrollarse aproximadamente entre los años 1200 y 1040 a. C.


Pero más importante que el cronológico es, sin duda, el marco teológico. Es sabido que los llamados libros históricos de la Biblia están, al mismo tiempo, cargados de teología. El de los Jueces no es una excepción. Fue escrito, como los demás, desde el punto de vista de que toda la historia de Israel está guiada por Dios. Ya en la introducción programática (Jue 2:6-20) se encuadra toda la historia en un marco teológico, que quiere dar la clave de interpretación de todo el libro. Este marco se va luego aplicando con pequeñas variantes a cada uno de los episodios protagonizados por los respectivos jueces. Se reproduce extensamente en la introducción a la historia de Jefté (Jue 10:6-16) y brevemente al comienzo y al fin de las hazañas de cada juez “mayor”.


Estos marcos teológicos son posteriores a las narraciones mismas y se atribuyen, tanto por su forma como por su mentalidad, a uno o varios redactores de la escuela deuteronomista, que, durante el destierro de Babilonia, aplicaron a la historia las ideas del libro de Deuteronomio. Pero, aunque los redactores hacen encajar los relatos, por diversos que sean, en su única interpretación teológica, lo hacen respetando en lo sustancial el cuadro tradicional, aunque a veces no se ajustara a su propia concepción de la vida israelita (p. ej. Gedeón fabricó un ídolo, Sansón se casó con mujeres filisteas). Estos mismos redactores, u otro que los precedió, convirtieron a los héroes de una tribu, o grupo de tribus, en héroes nacionales que con sus hazañas salvaron a todo Israel.


Los marcos no afectan ni a la parte primera (Jue 1:1Jue 2:5), ni a la historia de Abimélec (cap. Jue 9:1-57), ni a las breves noticias sobres los “jueces menores”, ni a los apéndices (cp. Jue 17:1-13Jue 21:1-25). Se puede deducir de ahí, con bastante probabilidad, que esas partes no figuraban todavía en el libro tal como lo dejó el redactor deuteronomista. Acaso se deba decir lo mismo de las historias de Sansón. Lo que no significa que no fueran piezas tradicionales antiguas.


5. El libro de los Jueces y la historia


Para valorar correctamente el libro de los Jueces como fuente histórica, hay que empezar por desmontar el ensamblaje redaccional y la atribución a todo Israel de los que pudieron ser avatares de las distintas tribus aisladamente consideradas. Y no olvidar el género literario de todo el conjunto — una historia teológica — y el género literario particular de cada relato. Es una historia fragmentaria, anecdótica e imprecisa cronológica y geográficamente. Pero, si dejamos hablar a cada narración por sí misma, obtendremos una imagen realista, viva y coherente de lo que era la vida de las tribus de Israel en la época anterior a la constitución del Estado.


Las conquistas israelitas que llevó a cabo Josué a fines del s. XIII a. C. no limpiaron de cananeos la tierra prometida. Quedaron muchos enclaves sin conquistar. Las comunicaciones entre las tribus se hacían difíciles: a los estorbos naturales que ponía la misma geografía, con la fosa del Jordán y los valles transversales en la montaña, se añadían las barreras entre Judá y las tribus del centro y entre estas y las de Galilea. La situación debió de mejorar bastante con la victoria de Débora y Barac sobre el rey cananeo Jabín; fue una victoria que permitió a los israelitas establecerse al menos en parte del llano y asegurar una comunicación más fluida entre las tribus del centro y del norte.


No todos los problemas con los cananeos se resolvieron por la fuerza de las armas. Hubo enclaves con los que se llegó a un entendimiento. Así consta de Gabaón (Jos 9:1-27Jos 10:1-43) y Siquén (Jue 9:1-57; Gén 34:1-31). En otros casos, los cananeos fueron sometidos a trabajos forzados al servicio de los israelitas; pero también sucedió a la inversa (Gén 49:14-15).


Aquel pueblo recién llegado, y sin haber acabado de adueñarse del territorio conquistado, se vio acosado por todas partes: por los cananeos que, desde dentro, se resistían a la expulsión o al exterminio; por los belicosos pueblos de Transjordania, madianitas, moabitas y amonitas; por los filisteos, que no se resignaban a seguir confinados en la costa. ¿Qué pudo oponer Israel a aquella presión extranjera?


No tenían aún una autoridad política común a todas las tribus, porque no tenían rey. Pero sí tenían desde el principio una conciencia nacional, por lo menos incipiente. El enfrentamiento con los aborígenes cananeos hacía que se relativizaran las diferencias entre los distintos grupos israelitas, que se sentían pertenecientes a un tronco étnico común y empezaban a expresar esa pertenencia en términos de procedencia de un mismo antepasado Jacob/Israel y se atribuían una historia común. Desde los mismos comienzos los unía un nombre que pronunciaban con orgullo, “Israel”.


Esa conciencia fue suficiente para ir resolviendo las situaciones que se iban presentando. El Dios de Israel suscitaba un libertador carismático, al cual se le unían, si no todas las tribus de Israel, sí al menos las más cercanas e interesadas. No obstante, aunque los problemas se solucionaran de momento, la situación era siempre precaria, y se fue sintiendo la necesidad de dar una expresión política a la conciencia nacional. Al final de la época, será la presión filistea la que obligue, por fin, a elegir un rey.


6. Mensaje y claves teológicas de lectura


Hemos indicado más arriba que el libro de los Jueces pertenece al bloque de libros bíblicos que actualmente suelen designarse como “historia deuteronomista” y que en la Biblia hebrea se denominaban “profetas anteriores” (los “profetas posteriores” son los libros que nosotros llamamos habitualmente “proféticos”). Se los denominaba así por la creencia generalizada de que fueron escritos por profetas. Concretamente, el de los Jueces fue atribuido a Samuel. Pero el título sugiere un significado más profundo. Profeta es el intérprete de Dios, el cual habla también a través de la historia. Por eso, los que escribieron estos libros pueden ser conceptuados como profetas. Ellos entienden el pasado de Israel como la historia del contraste entre la lealtad de Dios a la alianza con su pueblo y la infidelidad del pueblo para con su Dios.


El libro de los Jueces cuenta los hechos desde la perspectiva del momento triste del destierro en Babilonia. Es, por tanto, como la de los profetas, una palabra de juicio sobre Israel, pero es también una palabra de aliento. Lo mismo que en el pasado, el Señor está dispuesto, también ahora, a responder con el perdón y la salvación al clamor sincero de su pueblo arrepentido. Y como los profetas del destierro, también los autores de nuestra historia escriben movidos por la necesidad de explicar en términos teológicos la caída de los reinos de Israel y de Judá y el consiguiente destierro. Todo es consecuencia, ahora como antes, del justo juicio de Dios contra las infidelidades y pecados del pueblo.


Además de este mensaje central del libro de los Jueces (que comparte, por lo demás, con el resto de la llamada Historia Deuteronomista) deben tenerse en cuenta algunos otros aspectos para una correcta lectura del mismo. Lo primero es constatar que, según los relatos de Jueces, Israel se puso en contacto con una población que poseía el prestigio de una técnica superior, pero que, al mismo tiempo, practicaba una religión radicalmente distinta de la que Moisés había querido inculcar a Israel. Y aunque el yavismo no podía perecer — y no pereció — , en esa confrontación con la cultura cananea, bien pudo ocurrir que el conquistador fuera conquistado culturalmente por el vencido. Tanto más cuanto que la voz de aquellos cananeos era la voz del patrimonio semita común, y en ella podían escuchar los israelitas la voz de sus mayores.


Algunas de las anécdotas del libro hieren nuestra sensibilidad; nos sorprende la rudeza de la moral de Ejud, de Jael, de Jefté, de Sansón. Eran gente de su tiempo y como tales deben ser juzgados. No obstante, fueron jalones de una historia de salvación que estaba todavía casi en sus comienzos y muy lejos de la perfección de la moral evangélica. Sir 46:11-12 los propone como modelos de fidelidad al Señor; y Heb 11:32 atribuye a la fe las hazañas de Gedeón, Barac, Sansón y Jefté.