INTRODUCCIÓN


1. Características literarias


Lamentaciones es una breve colección de cinco elegías recorridas de principio a fin por una impetuosa corriente de emoción que da rienda suelta al dolor incontenible, al grito desgarrado, al llanto desconsolado de un pueblo brutalmente golpeado, vencido, expoliado y humillado por el enemigo, con el consentimiento airado y cómplice del propio Dios. Los efectos regeneradores del dolor y la catarsis del llanto alumbrarán un resquicio abierto al arrepentimiento y a la conversión, a la fe y a la esperanza, en la noche oscura y cerrada del lamento.


En la Biblia hebrea el libro lleva el título de ekah (algo así como el libro de los “ayes”), por la palabra que abre Lam 1:1-22; Lam 2:1-22 y Lam 4:1-22 (¡Ay qué...! ¡Ay cómo...!). Por su parte, 2Cr 35:25 y el Talmud babilónico le dan el título de qinot (elegía, lamentación), adoptado por las versiones griega (threnoi) y latina (lamentationes). También difiere su ubicación, pues mientras la Biblia hebrea sitúa Lamentaciones en la sección de los (Otros) Escritos, integrando los cinco rollos (meguillot), las versiones griega y latina lo colocan tras el profeta Jeremías, al que una nota previa a Lam 1:1 atribuye el libro.


Precisamente esa nota de los LXX y el comentario de 2Cr 35:25 han contribuido a la identificación de Jeremías como autor de este libro. Sin embargo, y a pesar de sus reiterados anuncios de la destrucción de Jerusalén y del Templo y del tenor dolorido de sus “confesiones”, nada encontramos en Lm del estilo y mensaje de dicho profeta. Por otra parte, las diferencias de estilo entre las cinco elegías invitan a pensar en la diversidad de autores, aunque la cuidada forma final del libro pueda ser obra de una sola mano.


Como ya se ha dicho, el libro es una colección de cinco poemas, cada uno de los cuales está compuesto alfabéticamente: los cuatro primeros son acrósticos alfabéticos (el primer verso de cada estrofa comienza sucesivamente con cada una de las letras del alefato hebreo), mientras que el quinto sólo conserva el artificio alfabético al contabilizar 22 versos (tantos como letras del alefato).


Aunque predomina el tono elegíaco, también aparecen los rasgos característicos de las lamentaciones individuales (Lam 1:1-22Lam 4:1-22) y colectivas (Lam 5:1-22 y algunos fragmentos de Lam 3:1-66), con la inserción de típicos motivos de confesión, arrepentimiento, súplica, confianza, acción de gracias y alguna incursión hímnica. En conjunto, los cinco poemas guardan entre sí innegables correspondencias quiásticas, fruto de una disposición paralelística concéntrica: Lam 1:1-22 y Lam 5:1-22 ofrecen perspectivas más genéricas y “lejanas” de la destrucción; Lam 2:1-22 y Lam 4:1-22 recogen impresiones mucho más directas y “cercanas” a los hechos, mientras que Lam 3:1-66 (que triplica el recurso alfabético al hacer que los tres versos de cada estrofa comiencen por la misma letra) aparece como el eje o quicio de toda la obra, combinando los lamentos individual y colectivo, e introduciendo elementos de invitación a la conversión, de confianza y acción de gracias.


2. Contexto histórico de Lamentaciones


La pregunta por la fecha de composición de Lamentaciones nos remite directamente a su contexto histórico: la caída de Jerusalén ante el ejército babilónico de Nabucodonosor el año 587 a. C., la destrucción de la ciudad y del Templo, y el destierro de un núcleo importante de la población con la mayor parte de sus dirigentes a la cabeza. A partir de este momento se abre el período del exilio que llegará hasta el 538 a. C., año del primer edicto de repatriación del rey persa Ciro. Los poemas se habrían compuesto en el transcurso de esos 50 años que duró el exilio: unos más cercanos a los luctuosos hechos que se lamentan (especialmente Lam 2:1-22 y Lam 4:1-22) y otros a mayor distancia de la gran tragedia nacional. Sea como fuere, el conjunto de los poemas refleja, aun tomando en consideración las “licencias” de su lenguaje poético, un retrato bastante verosímil de la situación de Jerusalén y de Judá tras su destrucción. Es un retrato ajustado a la realidad histórica de aquellos años en que Judá vivió sin rey, sin Templo y sin instituciones; empobrecido, desorganizado y religiosamente abandonado.


Estas consideraciones, sin embargo, no excluyen la posibilidad de una redacción final postexílica de Lm para conmemorar, tras la vuelta de los exiliados y en un marco litúrgico-penitencial, la caída de Jerusalén y del Templo.


3. Perspectivas teológicas


La tragedia del 587 a. C., aunque presentida y anunciada muchos años antes, fue un duro golpe para la fe y las convicciones más profundas del pueblo, puesto que tanto la ciudad como el Templo y la monarquía eran no sólo símbolo y expresión de la cercanía de Dios, sino que eran también, y sobre todo, la garantía de la fidelidad de Dios a su alianza y a sus promesas. Su pérdida casi simultánea (y el posterior retraso de una nueva intervención salvífica divina) acarrea consecuencias religiosas y teológicas aún más graves que las políticas y sociales, pues ponía en tela de juicio no sólo la vigencia y continuidad de las grandes promesas, sino la misma fe del pueblo en el Dios de la alianza. Si hasta el momento el pueblo había podido salir fortalecido de castigos anteriores gracias a la misericordia infinita del Señor que siempre respondía a la conversión con una intervención salvífica, el castigo actual tenía visos de ser definitivo (Lam 5:22).


El libro de las Lamentaciones plantea el problema en toda su extensión y crudeza, pero al mismo tiempo ofrece también inequívocas vías de solución:


— El poeta portavoz, la ciudad personificada y la comunidad lamentan su triste y dolorosa situación: la ciudad está afligida, ahogada en gemidos y bañada en lágrimas; está desierta y desnuda, acuciada por el hambre y la miseria; se siente golpeada y herida en sus miembros más queridos (bebés, niños, jóvenes, doncellas, ancianos, nobles y dirigentes, sacerdotes y profetas), ultrajada y profanada en su realidad más santa (templo, culto, fiestas, asambleas, etc.).


— Tanto dolor y tan largo sufrimiento le han hecho descubrir y reconocer su propia culpa y, al mismo tiempo, comprender todos sus males como el merecido castigo provocado por los pecados del pueblo (con sus dirigentes a la cabeza, con especial mención de sacerdotes y profetas). Dios mismo ha sido el ejecutor del duro castigo, bien personal y directamente, bien por mediación del ataque enemigo.


— El castigo, sin embargo, ha provocado un sufrimiento excesivo no sólo en las víctimas inocentes (lo que ponía también en tela de juicio la confianza en la doctrina tradicional de la retribución), sino entre los propios culpables. O el enemigo se ha extralimitado (y merece, por tanto, un justo castigo por sus excesos), o Dios ha actuado injustamente al consentirlo.


— Las claves más hondas y significativas las encontramos en Lam 3:1-66 cuando revela el valor del sufrimiento paciente (vicario y redentor), manifiesta la confianza en que la misericordia divina es más “duradera” que su rechazo, urge la necesidad de la conversión sincera y reclama la exigencia de una fe inquebrantable en la justicia divina como última y definitiva palabra salvadora de Dios.