INTRODUCCIÓN


1. Marcos, en el origen del género literario “evangelio”


Conocido comúnmente como el segundo evangelio, debido al puesto que siempre ha ocupado a la hora de enumerar los cuatro evangelios canónicos, el evangelio de Marcos (en adelante se utilizará preferentemente la abreviatura Mc) ha sido, hasta bien entrado el siglo XIX, un poco como el pariente pobre de los otros tres. La aparente escasez de materiales propios, el estilo a primera vista poco brillante, el reducido bagaje de enseñanzas puestas en boca de Jesús si lo comparamos con Mt y Lc, contribuyó sin duda a que Mc apenas fuera comentado en la antigüedad y a que haya sido muy poco utilizado durante siglos en la catequesis, la liturgia y la predicación cristiana. Agustín de Hipona lo consideró un compendio del primer evangelio, dando por supuesto que había sido escrito después de él. Paralelamente, y como consecuencia de todo esto, el interés teológico suscitado por Mc hasta comienzos del siglo XX puede calificarse de mínimo. De hecho, los estudios acerca de él durante todo este tiempo han sido más bien escasos e irrelevantes.


La situación es en la actualidad totalmente diferente. Hoy es opinión casi unánime que Mc: a) fue el primer evangelio en ponerse por escrito; b) constituye la fuente principal utilizada muy de cerca por Mt y Lc; c) tiene una dimensión teológica mucho más profunda de lo que a primera vista pudiera parecer; d) merece ser estudiado con tanto o mayor interés que los otros evangelios. Así las cosas, no debe extrañar que la bibliografía surgida sobre Mc en los últimos tiempos sea abundantísima y de primera calidad. No en vano constituye el primer representante de un género literario nuevo y singular dentro de la literatura bíblica, el género literario “evangelio”. Con Mc el anuncio de la buena nueva traída por Jesús se convierte en narración, la historia se pone al servicio de la predicación, y el relato mismo se convierte en predicación.


2. Marco histórico del segundo evangelio


En el tramo final de la que podemos llamar edad apostólica o bien primera generación cristiana — probablemente en la década de los 60 — , un cristiano llamado Juan Marcos (Hch 12:12; Hch 13:5; Hch 13:13; Hch 15:37; Hch 15:39) tuvo la feliz idea de reunir en un relato seguido y coherente las principales acciones y enseñanzas de Jesús de Nazaret tal como se conservaban como tradición preciosa y sagrada en el seno de las comunidades cristianas dentro de las que Juan Marcos se movía. Dos principales razones debieron estar en el origen de esta decisión: a) evitar que, al ir desapareciendo los testigos oculares de los acontecimientos, se perdieran o deterioraran los recuerdos sobre Jesús; y b) ofrecer a unas comunidades golpeadas ya por la persecución y un cierto desaliento, un punto seguro de referencia para superar la crisis. Este punto seguro de referencia no podía ser otro sino la revelación y presentación del auténtico rostro de Jesús, el Maestro, el Mesías, el Hijo de Dios.


Una antigua tradición cristiana sitúa la composición de Mc en la zona geográfica de Roma, vincula muy estrechamente este evangelio a la predicación de Pedro, y sugiere tiempos de persecución y crisis — que muy bien pudieron ser los últimos años del reinado de Nerón (años 60 al 68 d. C.) — para el momento concreto de su redacción. Pues bien, una lectura cuidadosa del propio evangelio confirmaría en buena parte estos datos. Marcos, en efecto, parece dirigir su obra a lectores cristianos de origen no judío (explica las costumbres y ritos judíos — Mar 7:3-5 — ; traduce las expresiones arameas que conserva en su redacción — Mar 5:41; Mar 8:34 — ; utiliza numerosas palabras de origen latino — Mar 12:42; Mar 15:16 — ; se muestra muy sensible al mundo pagano — Mar 6:6 b-Mar 6:13 — ). No deja de ser altamente significativo, al respecto, que Mc presente a un centurión romano como principal proclamador de la verdadera identidad de Jesús justamente en el momento culminante de su muerte en la cruz (Mar 15:39).


En cuanto al protagonismo de Pedro en este evangelio, no admite la menor duda. Puede discutirse si en la imagen de Pedro que ofrece Mc prevalecen o no los matices sombríos sobre los luminosos (hay opiniones a favor de una u otra posición), pero es evidente que, después de Jesús, Pedro es la figura más relevante. Encabeza siempre el grupo de los Doce y en más de una ocasión actúa como portavoz del mismo; Jesús se dirige con frecuencia a él considerándolo el representante de los demás discípulos; varios episodios del evangelio se centran particularmente en Pedro (Mar 8:29; Mar 8:32-33; Mar 9:5; Mar 14:29-31; Mar 14:37; Mar 14:66-72) y, cuando al final los discípulos reciben la invitación de ir a Galilea para encontrarse con Jesús resucitado, se nombra personalmente a Pedro (Mar 16:7). La relación Pedro-Marcos podría quedar corroborada también por el los saluda mi hijo Marcos de 1Pe 5:13.


Finalmente, la comunidad cristiana que se transparenta en el relato del segundo evangelio es una comunidad, si no en crisis, al menos con problemas. Tiene que hacer frente al rechazo y a una más que probable persecución por parte tanto del judaísmo radicalizado como del paganismo dominante que, a través de los poderes políticos, muy pronto encontró en los cristianos el chivo expiatorio para sus dificultades. Los cristianos que Mc tiene presentes son unos cristianos para quienes la fidelidad en el seguimiento de Jesús comportaba el riesgo permanente de ser incomprendidos, odiados y maltratados por los poderes oficiales y, en general, por la sociedad pagana (Mar 8:34-38; Mar 10:30; Mar 10:35; Mar 13:8-10).


En una situación tal, los discípulos de Jesús tratan de encontrar luz y fuerza en la figura del Maestro, descubriendo su verdadera identidad, su auténtico rostro. Para estos cristianos escribe Juan Marcos su evangelio. Para que, al conocer y comprender el sentido del camino sufriente de Jesús, el Mesías, aprendan también ellos (y nosotros cuando nos encontremos en trance parecido) a interpretar la experiencia de rechazo y persecución que están viviendo.


3. Dimensión literaria


Hemos dicho más arriba que Mc es el creador del género literario llamado “evangelio”. Su obra no es una simple reconstrucción histórica ni un simple relato biográfico. Es, sobre todo, un testimonio de fe. Para lograr su objetivo, recoge, selecciona y organiza los distintos recuerdos que circulaban sobre Jesús de Nazaret en las primeras comunidades cristianas y procura dar una forma coherente al conjunto.


Supuesta la originalidad fundamental de su relato, no hay que descartar posibles influencias exteriores. Afinidades, por ejemplo, con la biografía histórica helenística. Pero la verdadera fuente de inspiración para Mc debió ser, sobre todo, la historia teológica del AT. ¿Utilizó Mc alguna fuente concreta en particular? No lo sabemos con exactitud. Es probable que, además de un abundante material de tradiciones orales, existieran ya relatos escritos parciales sobre los hechos y los dichos de Jesús. Pensemos en el relato de la Pasión (Mar 14:1-72Mar 16:1-20), en colecciones de pequeñas unidades literarias — las llamadas “formas literarias” — , colecciones, por ejemplo, de milagros (Mar 1:21Mar 2:12; Mar 4:35Mar 5:43), de parábolas (Mar 4:1-34), de controversias (Mar 2:15Mar 3:6).


Con todos estos materiales Mc construye una obra a la que desde hace algún tiempo se le reconoce unánimemente un enorme dinamismo narrativo, aun cuando el estilo no sea muy elegante y el vocabulario adolezca de una cierta pobreza. Se ha dicho de él que es un magnífico compositor y un mediocre escritor. En efecto, la obra de Marcos, que está escrita en el griego popular que entonces se utilizaba en buena parte del imperio romano, presenta un estilo con abundantes repeticiones y muletillas, con expresiones familiares que a veces rozan lo vulgar, con una presencia, si no masiva, al menos notable de semitismos, con una construcción sintáctica deficiente en más de una ocasión. Pero simultáneamente, la viveza y el realismo del relato, el ritmo narrativo y la intensidad dramática confieren al evangelio de Mc un interés y un encanto indiscutibles.


4. Contenido fundamental


El propio autor, en el comienzo mismo del relato y con una frase que hace las veces de título, define a su obra como la buena noticia de Jesucristo (es decir, Jesús, el Mesías), Hijo de Dios (Mar 1:1). De esta manera anticipa la respuesta a lo que va a constituir el interrogante fundamental del evangelio, un interrogante clavado como un poste indicador en el centro mismo del relato: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Mar 8:29). Se trata de dar una respuesta correcta y convincente a esta pregunta, de poner al descubierto el auténtico rostro de Jesús, de revelar la verdadera identidad de aquel en quien los cristianos han cifrado su esperanza y por cuya causa están siendo duramente perseguidos. La pregunta se plantea repetidas veces y por diferentes participantes en el drama (Mar 1:27; Mar 2:7; Mar 4:41; Mar 6:14-16; Mar 8:27-29; Mar 11:27; Mar 14:61; Mar 15:2). La respuesta definitiva se hace esperar. Primero va siendo preparada por una serie de respuestas que no siempre son totalmente correctas; son las respuestas de Herodes (Mar 6:16), de la gente en general (Mar 8:28; Mar 11:10), de los demonios (Mar 1:24; Mar 3:11; Mar 5:6), de Pedro (Mar 8:30), de Dios mismo (Mar 1:11; Mar 9:7). Por fin llega la respuesta definitiva del propio Jesús (Mar 14:62) y del centurión romano que ha sido testigo asombrado de su muerte en la cruz: ¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios! (Mar 15:39). Y al igual que la pregunta de Mar 8:29 constituye la clave para entrar en la dinámica vivencial de un relato que se desarrolla a base de preguntas y respuestas, la confesión del centurión en Mar 15:39 constituye el modelo de respuesta para cualquier discípulo que lea el evangelio.


Si, por lo demás, este es el objetivo fundamental de Mc, pueden sorprender las repetidas veces en que Jesús ordena callar a quienes parecen haber barruntado el misterio de su personalidad (ver Mar 1:34; Mar 1:44; Mar 3:12; Mar 5:43; Mar 7:36; Mar 8:30; Mar 9:9). Es el conocido como “secreto mesiánico” en el evangelio de Mc y del que se han ofrecido diversas explicaciones. La más verosímil es que se trata de una técnica literaria característica de este evangelista mediante la cual va revelando progresivamente el misterio de la auténtica personalidad mesiánica de Jesús, a la vez siervo sufriente e Hijo de Dios.


Y junto a esta preocupación cristológica, la principal en el evangelio de Mc, una preocupación también eclesiológica. Además de precisar la identidad del Maestro, Mc quiere simultáneamente precisar la del discípulo. Llamados y elegidos directamente por Jesús (Mar 1:16-20) para que compartan sus más íntimas experiencias personales (Mar 3:14; Mar 5:37; Mar 9:2; Mar 14:33) y secunden su tarea misional tanto antes como después de la Pascua (Mar 3:14; Mar 6:7-13; Mar 16:5-18), los discípulos constituyen un permanente punto de referencia para Mc. No siempre son descritos con rasgos positivos. Hay luces y sombras en el retrato que hace de ellos el evangelista. Pero ellos son los particularmente agraciados con la enseñanza del Maestro (Mar 4:10-25; Mar 4:34), los testigos privilegiados de los milagros más espectaculares de Jesús (Mar 4:35Mar 5:43), los intermediarios a la hora de alimentar de manera prodigiosa a la multitud (Mar 6:34-41; Mar 8:6), los destinatarios principales de la llamada que hace Jesús a una vida de entrega, de renuncia, de servicio y de lealtad sin condiciones (Mar 8:34-38; Mar 10:10-16; Mar 10:23-31; Mar 10:35-45).


Así que, resumiendo, quién es Jesús y cómo deben ser los discípulos de Jesús, son los dos temas dominantes que se entrelazan constantemente y se iluminan mutuamente a lo largo de este evangelio que, como tal evangelio, no es una simple noticia fría y aséptica sobre Jesús, sino una “buena noticia”, un testimonio vivo de la personalidad de Jesús, Mesías e Hijo de Dios. Por su parte, quien desee penetrar hasta el fondo en el misterio de esta “buena noticia”, tendrá que aceptar ser discípulo con todas sus consecuencias, pues sólo a través de un seguimiento sin condiciones y de una plena comunión de vida, se revela Jesús.


5. Composición y estructura


El evangelio de Mc contiene sobre todo material narrativo. Aunque en conjunto es notablemente más breve que los otros dos sinópticos, los relatos de hechos concretos son casi siempre en Mc más amplios y detallistas que en Mt y Lc (véase, por ejemplo, Mar 1:29-31; Mar 5:21-43; Mar 6:14-44 comparados con sus respectivos lugares paralelos). Mc alude con frecuencia a la actividad docente de Jesús, pero el material estrictamente instructivo y discursivo es más bien escaso si lo comparamos con Mt y Lc.


Sabemos también que Mc compone su evangelio sin un modelo previo; incluso se ha dicho, ya desde antiguo, que lo escribió sin orden, como una simple amalgama de milagros y breves instrucciones. Pero esta afirmación revela un conocimiento demasiado superficial del segundo evangelio. La verdad es que, examinado de cerca, nos permite descubrir una estructura cuidadosamente elaborada que, a su vez, pone de manifiesto una teología más profunda de lo que una primera lectura pudiera dar a entender.


A primera vista la obra está compuesta a base de pequeñas unidades generalmente completas en sí mismas. Pequeñas escenas que se van sucediendo una tras otra de forma vaga e imprecisa desde el punto de vista tanto cronológico como geográfico, pero que van formando unidades mas amplias hasta crear un auténtico conjunto dramático-narrativo destinado a poner de relieve el contenido fundamental del evangelio tal como lo hemos descrito en el apartado anterior. Y es que el principio teológico fundamental presente en el evangelio de Mc, a saber, la revelación progresiva de la auténtica identidad de Jesús, es también el principio que unifica y organiza toda la obra. El evangelista ha colocado estratégicamente la formulación de dicho principio al comienzo (Mar 1:1), en el centro (Mar 8:29) y al final de su relato (Mar 15:39). Sobre esta base, y utilizando criterios a la vez geográficos (actividad en Galilea, camino hacia Jerusalén, ministerio en Jerusalén) y literarios (sumarios, escenas de reacción por parte de los oyentes, esquemas repetidos, relatos conclusivos, anuncios de lo que vendrá después, agrupaciones de distinto tipo), podemos distinguir en el evangelio de Mc dos grandes partes con el siguiente itinerario de lectura:


I. — COMIENZOS DEL MINISTERIO DE JESÚS (Mar 1:1-13)


II. — REVELACIÓN PROGRESIVA DEL MESÍAS (Mar 1:14Mar 8:30)


- Jesús y la incomprensión de los dirigentes judíos (Mar 1:14Mar 3:6)


- Jesús y la incomprensión de sus paisanos y familiares (Mar 3:7Mar 6:6 a)


- Jesús y la incomprensión de sus discípulos (Mar 6:6 b — Mar 8:30)


III. — REVELACIÓN DE JESUS COMO MESÍAS SUFRIENTE (Mar 8:31Mar 16:8)


- Hacia Jerusalén (Mar 8:31Mar 10:52)


- Jesús en Jerusalén (Mar 11:1-33Mar 13:1-37)


- La pascua de Jesús (Mar 14:1Mar 16:8)


IV. — APÉNDICE (Mar 16:9-20)