INTRODUCCIÓN AL NUEVO TESTAMENTO


El Nuevo Testamento (en adelante NT) es una pequeña biblioteca que contiene veintisiete escritos muy diversos entre sí, tanto por su extensión como por su forma externa. A pesar de ello, todos estos escritos poseen muchas cosas en común. Una muy importante es su antigüedad y su cercanía a Jesús, pues la mayoría de ellos fueron compuestos durante la segunda mitad del siglo primero. Es común también la estima de que gozaron en las comunidades cristianas de los cuatro primeros siglos, así como el proceso que siguieron hasta llegar a formar parte de la lista de libros que las iglesias reconocieron como norma de su fe y de su vida.


En esta introducción no nos detendremos en cada uno de estos escritos por separado. Este será el cometido de las introducciones particulares. Aquí nos fijaremos, sobre todo, en algunos aspectos comunes, que tienen que ver con la formación de esta biblioteca, con los tipos de escritos incluidos en ella y con la localización cronológica y temporal de dichos escritos.


1. La formación del NT


El reconocimiento como Escritura Sagrada de los libros que conforman el NT, tal como hoy lo conocemos, es el resultado de un largo proceso que concluyó definitivamente a mediados del siglo IV d. C. Sólo a partir del Concilio de Calcedonia (451 d. C.) hubo un acuerdo definitivo entre todas las iglesias para incluir en el canon del NT los veintisiete escritos que ahora contiene. Habían pasado cuatrocientos años desde la composición de la Primera Carta a los Tesalonicenses, que es con toda probabilidad su escrito más antiguo. Después de este acuerdo, muy pocas veces surgieron discusiones acerca de la canonicidad de algunos de estos escritos; en la actualidad la inmensa mayoría de las iglesias cristianas siguen reconociendo como canónicos los escritos de la lista de Calcedonia.


Durante los cuatrocientos años que pasaron desde la composición del primer escrito del NT hasta el decreto del concilio de Calcedonia, las comunidades cristianas compusieron otros textos, reunieron sus escritos más antiguos en pequeñas colecciones y fueron seleccionando aquellos que tenían un origen apostólico y contenían de forma más clara la “regla o canon de la fe”.


Esto significa que el NT contiene sólo una parte de lo que escribieron los primeros cristianos. Fuera de él quedaron escritos muy antiguos y venerados en muchas comunidades cristianas, como los de los llamados Padres Apostólicos (la Carta de Clemente a los Corintios, la Didajé, las cartas de Ignacio de Antioquía, el Pastor de Hermas, la Carta a Diogneto, entre otros). Incluso se escribireron otros muy semejantes en su forma a los del NT, pero no fueron incluidos en la lista de libros reconocidos como sagrados y recibieron el nombre de apócrifos (a modo de ejemplo citemos el Evangelio de los Nazarenos o el de Pedro, los Hechos de Juan, de Pablo o de Pedro, la tercera carta a los Corintios, el Apocalipsis de Pedro o de Pablo, etc.). Algunos de estos escritos, y otros que no han llegado hasta nosotros, son más o menos contemporáneos de los últimos libros del NT, y esto hace que nos preguntemos por qué unos entraron a formar parte de la lista de libros canónicos y otros no. Para responder a esta pregunta puede ser útil conocer el proceso por el cual se llegó a determinar esta lista. En él pueden distinguirse cuatro fases:


1ª. Utilización de los escritos en las comunidades cristianas


Aunque los primeros escritos cristianos estaban, por lo general, dirigidos a una comunidad o a una persona concreta, pronto fueron copiados y leídos en otras comunidades. Cada comunidad leía en sus reuniones litúrgicas aquellos libros en los que veía reflejada su propia fe, y en los que encontraba un estímulo para vivirla. En los primeros años no se planteó la cuestión del canon, y las únicas Escrituras que eran reconocidas como tales fueron las Escrituras hebreas, que conocemos como AT. Sin embargo, con el uso de estos libros cristianos en las reuniones comunitarias se estaba dando el primer paso hacia la formación del canon del NT.


2ª. Creación de colecciones


En la primera mitad del siglo II d. C. algunos de los escritos más utilizados en las comunidades empezaron a reunirse en pequeñas colecciones. Esto ocurrió, sobre todo con las cartas de Pablo y con los evangelios. Estas primeras colecciones constituyen el núcleo más antiguo del canon del NT, en torno al cual se fueron aglutinando otros escritos.


3ª. Selección de los escritos


Hacia mediados del siglo II d. C. existía ya entre las iglesias apostólicas un cierto consenso acerca de los libros canónicos, pero todavía existían algunas discrepancias. Así, por ejemplo, en las iglesias de Oriente la Carta a los Hebreos era tenida en gran estima, pero no era tan apreciada en las iglesias de Occidente. Lo contrario ocurría con el libro del Apocalipsis, que era más valorado en las iglesias de Occidente, mientras que las de Oriente mostraban algunas reservas. La segunda mitad de este siglo y todo el siglo siguiente conoció un largo proceso de selección en el que convivieron distintos cánones o listas de libros del NT reconocidos como sagrados.


También hay que indicar que durante el siglo II en algunas comunidades cristianas (más bien pocas y no muy relevantes) aceptaron como inspirados algunos libros no incluidos en el canon actual. No se tienen noticias muy precisas de qué comunidades fueron ni de qué libros concretamente se consideraron como tales escritos sagrados; suelen citarse la Didajé, las cartas de Ignacio de Antioquía, el Pastor de Hermas y algún otro. Pero se trata de casos muy aislados y que tuvieron muy corta duración.


4ª. Constitución definitiva del canon del NT


Todavía a mediados del siglo IV d. C. el historiador Eusebio de Cesarea hace referencia a una serie de libros cuya canonicidad era discutida, y menciona Stg, Jds, y 2Pe, y 1-3 Jn y Ap. Sin embargo, en una carta de Atanasio fechada en el año 367 d. C. encontramos ya una lista que coincide con la que se fijó en el concilio de Calcedonia el año 451 d. C. Fue, pues, durante los siglos IV y V cuando se estableció definitivamente qué escritos formarían parte del NT.


Este proceso de formación del NT estuvo guiado por algunos criterios que determinaron la composición final del canon. El criterio más decisivo fue la apostolicidad. Para los primeros cristianos era muy importante conservar todos aquellos escritos que procedían de los apóstoles, pues ellos habían sido los depositarios del mensaje de Jesús. Por esta razón, la atribución a un apóstol fue un criterio común para reivindicar la importancia de un escrito, un fenómeno que observamos ya en el NT (cartas atribuidas a Pablo), y sobre todo en los escritos apócrifos (hay que señalar en particular el Evangelio Copto de Tomás, descubierto en el año 1945 en Nag Hammadi, localidad situada a unos 535 kilómetros al sur de El Cairo). Otro criterio importante fue la catolicidad, es decir la universalidad o difusión de los escritos en las comunidades y su uso en la celebración litúrgica. Los escritos que eran utilizados en un mayor número de comunidades fueron los que llegaron a formar parte del canon. Junto a estos dos criterios, la coincidencia con la “regla de la fe” ayudó a determinar qué escritos debían formar parte del canon y cuáles no. Aquellos que tenían graves carencias o que tenían una visión muy parcial o que sostenían doctrinas contrarias a la regla de fe, no fueron admitidos en el canon.


Estos tres criterios básicos que determinaron la constitución del canon del NT revelan su íntima vinculación a Jesús, así como su valor para la vida y la fe de las iglesias. El hecho de haberlos colocado juntos supone un reconocimiento de que es posible la unidad dentro de la diversidad, pues se trata de escritos con sensibilidades muy diversas que, sin embargo, reflejan el único rostro del Señor.


2. La forma de los escritos del NT


La pluralidad de los escritos del NT se manifiesta en la diversidad de géneros literarios utilizados. Dos de estos géneros (el evangelio y la carta) gozaron de una especial estima entre las comunidades cristianas por su vinculación a las tradiciones más antiguas sobre Jesús y sus primeros discípulos. Sin embargo, junto a ellos encontramos otros géneros secundarios que dan a esta singular biblioteca una notable variedad.


La mayoría de los escritos del NT poseen un carácter marcadamente tradicional, pues recogen recuerdos de diversa índole, que habían sido transmitidos en las comunidades cristianas. En los evangelios, por ejemplo, encontramos variadas tradiciones sobre las palabras y los hechos de Jesús, mientras que en las cartas pueden identificarse tradiciones litúrgicas o catequéticas de las primeras comunidades. No obstante, cuando se redactaron los evangelios y las cartas, estas tradiciones quedaron integradas en obras más amplias que tenían un género literario bien definido.


El género literario de un escrito determina en gran medida su intención. Un código legal y una novela son géneros literarios diferentes. El primero tiene como objetivo regular la vida de un grupo humano, mientras que el segundo busca deleitar. Si leemos un código legal como si fuera una novela, o una novela como si fuera un código legal, lo más probable es que entendamos mal su mensaje. Para interpretar adecuadamente una obra literaria es importante tener en cuenta cuál es su género literario y el propósito que persigue. En el caso de los escritos del NT, conviene tener en cuenta que sus géneros literarios no tienen mucho que ver con los de la literatura actual. Para hacernos una idea sobre su naturaleza e intención tenemos que recurrir a la literatura de la época helenística, buscando las analogías más cercanas.


a) Evangelios


En esta categoría podemos agrupar, a pesar de sus diferencias, los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) y el evangelio de Juan. Desde el punto de vista de la tradición, los tres primeros están muy relacionados, pues con mucha probabilidad Mateo y Lucas utilizaron el relato de Marcos (además del llamado documento o fuente Q) para componer sus respectivas obras (Luc 1:1-4). El evangelio de Juan, sin embargo, representa una trayectoria independiente. De hecho, las diferencias con los sinópticos, tanto en cuanto a las tradiciones como al planteamiento general de la obra, son muy notables (ver la Introducción al evangelio de Juan). Con todo, estas cuatro obras poseen en común una serie de rasgos que nos permiten incluirlas dentro de un mismo género literario.


La designación de estos relatos como “evangelios” es relativamente tardía. Fue en el marco de una discusión entre Marción y Justino, a mediados del siglo II d. C., cuando por primera vez se designó a un determinado escrito con el nombre de “evangelio”. A lo largo de más de un siglo los cristianos habían utilizado esta palabra para referirse al mensaje cristiano que se transmitía a través de la predicación. Este es el sentido que tiene el término “evangelio” en todo el NT y en los escritos de los Padres Apostólicos. El hecho de que los cristianos del siglo II comenzaran a llamar “evangelios” a estos cuatro relatos sobre Jesús tiene un doble significado. Indica, en primer lugar, que no encontraron en la terminología de la literatura contemporánea una designación adecuada para ellos; y revela, en segundo lugar, que estos escritos contenían, en su opinión, el evangelio, es decir la buena noticia o mensaje de salvación proclamado primero por Jesús y después por los apóstoles.


En la literatura helenística existía una amplia gama de géneros narrativos, que se agrupaban bajo la categoría común de “relato”. Los maestros de retórica de entonces enseñaban a sus alumnos a componer estos relatos según un método muy riguroso y estudiado. Esta es la categoría a la que pertenecen también los evangelios, como confiesa Lucas en el prólogo de su obra (Luc 1:1). Sin embargo, se trata de una categoría aún muy genérica. Había diversos tipos de “relatos”, y tal vez el más cercano a los evangelios era la “Vida” de un personaje. Los evangelios tienen muchas cosas en común con las “vidas” de la literatura helenística, “vidas” que, por otra parte, se parecen muy poco a las “biografías” actuales. Las “vidas” helenísticas reunían anécdotas y sucedidos, tendiendo a elogiar la alcurnia y las acciones honorables de los personajes a los que estaban dedicadas. Las Vidas Paralelas de Plutarco, las Vidas de los Césares de Suetonio, o las Vidas de los Filósofos Ilustres de Diógenes Laercio son algunos ejemplos de este tipo particular de relato. Su conocimiento nos ayuda a comprender los evangelios, evitando proyectar sobre ellos la idea que nosotros tenemos de una biografía.


Sin embargo, los “evangelios” son algo más que “vidas” de Jesús, y por eso los primeros cristianos les dieron este nuevo nombre. Esta nueva designación revela que la diferencia más importante con respecto a las “vidas” helenísticas era su carácter de proclamación. La intención del relato de la vida de Jesús no era sólo contar, sino anunciar un mensaje. Los evangelios son, por tanto, una predicación en forma narrativa. Los diversos episodios de la vida de Jesús reunidos en ellos pretenden, ante todo, proclamar una buena noticia, y motivar en el lector la adhesión a Jesús de Nazaret, el protagonista de estos episodios. Será preciso tener en cuenta estos rasgos básicos del género literario “evangelio” para captar correctamente su contenido.


b) Cartas


Veintiuno de los veintisiete escritos del NT tienen forma de carta, aunque algunos de ellos, como veremos más adelante, no son propiamente cartas. Entre las cartas propiamente dichas existe una gran variedad de formas y de extensión. Algunas son muy breves y van dirigidas a personas concretas (Flm, 2Jn, 3Jn); otras son más extensas y tienen como destinatarios a grupos más amplios, aunque vayan dirigidas a personas concretas (1-2 Tm y Tt); y otras — la mayoría — no están dirigidas a personas, sino a comunidades (1-2 ts; y 1-2 Co, Ga, Flp, Rm, Ef, Col, 1 Pe).


Esta variedad que encontramos en las cartas del NT es un reflejo de la diversidad que existía en la literatura epistolar del mundo helenístico-romano. Las cartas fueron el género literario más utilizado en la antigüedad. La mayoría de las que han llegado hasta nosotros son cartas breves y personales, con un remitente y un destinatario concretos. Estas cartas carecen de pretensiones literarias y están motivadas por situaciones concretas. Son las cartas propiamente dichas. Junto a ellas, sin embargo, encontramos otro tipo de cartas, que están dirigidas a un público más amplio, aunque a veces tengan como destinatario un personaje conocido. Estas cartas tienen pretensiones literarias y exponen ideas o doctrinas de tipo moral, literario o filosófico. Para distinguirlas de las anteriores, las cartas de este segundo grupo reciben el nombre de epístolas.


Entre las cartas del NT, unas podrían clasificarse como cartas (Flm, 2 Jn y 3 Jn) y alguna que otra como epístola (tal vez sólo Rm), pero la mayoría poseen un cierto carácter intermedio. Por un lado, se trata de escritos ocasionales, que parten de una situación concreta y que van dirigidos a destinatarios reales conocidos por el remitente. Pero por otro, los destinatarios no son los individuos en cuanto tales, sino en cuanto miembros de una comunidad cristiana. Además, el autor tiene una clara intención de formular ideas con validez general. Estos rasgos característicos que encontramos en la mayoría de las cartas del NT revelan que los primeros cristianos crearon un género literario nuevo, conocido con el nombre de “carta cristiana”.


La carta cristiana posee básicamente la misma estructura que las demás cartas, en las que solían distinguirse tres partes:


- El preámbulo o encabezamiento (prescriptum), que incluía el nombre del remitente y del destinatario, así como un saludo y a veces una oración a favor del destinatario.


- El cuerpo de la carta (corpus epistulae), donde se encontraba el contenido de la carta, aquello que el remitente quería comunicar al destinatario.


- La conclusión (postscriptum), que contenía el saludo o saludos y el deseo final.


En las cartas cristianas, sin embargo, las alusiones teológicas a fórmulas de la tradición cristiana son constantes en el preámbulo y en la conclusión; y sobre todo el cuerpo de la carta es mucho más extenso que en las cartas normales. En él suelen combinarse los recuerdos con la instrucción y la exhortación. Estos elementos propios y su carácter comunitario son los que otorgan a la carta cristiana su propia fisonomía.


c) Otros géneros literarios


El evangelio y la carta fueron los géneros privilegiados de la literatura cristiana más antigua. Los primeros cristianos los relacionaban con la tradición sobre Jesús (evangelio) y con el testimonio directo de sus primeros seguidores (carta). Quizás por esta razón, algunos escritos que originalmente no eran cartas, adoptaron posteriormente esta forma. Tal es el caso de la Carta a los Hebreos y de la Carta de Santiago, que son en realidad dos sermones; o de la Carta de Judas y la Primera Carta de Juan, que tienen forma de controversias; o de la Segunda Carta de Pedro, que es, en realidad, una especie de testamento espiritual. Ninguno de estos escritos es propiamente una carta, aunque algunos de ellos tienen semejanzas con las epístolas de la literatura helenístico-romana. Al leerlos conviene tener en cuenta este hecho, pues de otra forma sería difícil captar la intención con que fueron escritos y, en consecuencia, podríamos interpretarlos mal. En las introducciones a cada uno de ellos encontraremos orientaciones en este sentido.


El libro de los Hechos de los Apóstoles, aunque forma parte de un proyecto literario más amplio como continuación del evangelio de Lucas (véanse las Introducciones respectivas), posee un género literario diferente al de los evangelios. Ambos pertenecen a la categoría de los “relatos”, pero su intención es distinta. En la literatura helenística no existía un género literario propio con este nombre, aunque a veces el título de “Hechos” se aplicaba a obras históricas completas o a partes de ellas. La diferencia entre el género literario “Vida” y el género literario “Hechos” estriba en que el primer tipo de relato está centrado en el personaje y en su evolución, mientras que el segundo se interesa, sobre todo, por las acciones más destacadas de un personaje relevante. La segunda parte de la obra de Lucas recibió el título de “Hechos de los Apóstoles” en la primera mitad del siglo II, lo cual revela que los cristianos de aquella época veían ciertas semejanzas con los “Hechos” de la literatura helenística. Sin embargo, también en este caso existen diferencias de perspectiva, pues la intención de su autor no fue sólo contar ciertos hechos o acciones relevantes de los primeros apóstoles, sino contar cómo la buena noticia cristiana llegó hasta los confines del mundo (Hch 1:8). Así pues, el avance del mensaje por obra del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista del libro, es el elemento más determinante y la clave para entender este peculiar relato.


Finalmente, el NT contiene también un escrito de carácter profético muy peculiar, que conocemos con el nombre de Apocalipsis, término griego que significa “revelación”, razón por la cual la tradición protestante también ha dado a este libro el nombre de Revelación. En realidad, la palabra griega “apocalipsis” con que comienza la obra (Apo 1:1) no se refiere a un género literario, sino al contenido mismo del libro. Sin embargo, con el tiempo, esta sería la palabra utilizada para catalogar una serie de escritos, tanto judíos como cristianos, nacidos en el seno del llamado movimiento apocalíptico. Estos escritos poseen una serie de peculiaridades desconocidas en la literatura helenística (véase la Introducción al libro del Apocalipsis), lo cual indica que el género apocalíptico es un producto típicamente judío. El libro del Apocalipsis es el ejemplo cristiano más antiguo de este género y puede definirse como un escrito de carácter profético, que fue enviado como carta circular a diversas iglesias de la provincia romana de Asia para que fuera leído en las asambleas litúrgicas.


3. La formación de los escritos del NT


A diferencia de lo que ocurrió con los escritos del AT, los del NT fueron redactados en un período de tiempo muy breve, a saber, la segunda mitad del siglo I d. C., aunque su proceso de formación fue algo más dilatado. Este proceso se inicia ya en vida de Jesús, cuando sus palabras y sus acciones comienzan a formar parte de una tradición conservada por sus discípulos. En él podemos distinguir tres etapas, que vamos a describir brevemente para poder enmarcar y ambientar después en ellas los diversos escritos del NT.


1ª. La vida de Jesús de Nazaret (6 a. C.-30 d. C.)


Las tradiciones más antiguas del NT, sobre todo las que más tarde serían recogidas en los evangelios, tienen su origen en los últimos años de la vida de Jesús. Fue en estos años cuando Jesús desplegó una intensa actividad pública, reuniendo en torno a sí un grupo de discípulos para que lo siguieran y compartieran su estilo de vida, y para enviarlos a anunciar el mismo mensaje que él anunciaba. Esta relación entre Jesús y sus discípulos más cercanos es el contexto vital en el que se fueron conservando y transmitiendo sus dichos y enseñanzas, y también la fuente de la que más tarde nacería la tradición sobre sus hechos.


2ª. La primera generación cristiana o generación apostólica (30-70 d. C.)


El acontecimiento que marca el paso a esta segunda etapa fue la resurrección de Jesús. El encuentro con el Señor resucitado impulsó a sus discípulos a dar un testimonio abierto y alegre acerca de él y de su enseñanza. Este grupo de discípulos que lo había seguido hasta Jerusalén fue el núcleo de la primera comunidad cristiana. Era el grupo de los apóstoles, bajo cuya guía se consolidó y se extendió la Iglesia durante la primera generación cristiana.


Esta primera etapa de la historia del movimiento cristiano se caracteriza por la rápida expansión del evangelio. En el año 50 d. C., a sólo veinte años de la muerte de Jesús, el imperio romano estaba ya sembrado de pequeñas comunidades cristianas. Especialmente importante fue la misión de Pablo y sus colaboradores en Asia Menor y Grecia. Uno de los rasgos más significativos de esta actividad misionera fue su carácter urbano, pues mientras en Palestina y Siria la mayor parte de las comunidades estaban en zonas rurales, en Asia Menor y Grecia casi todas se asentaron en ciudades importantes. Este hecho trajo consigo un proceso de urbanización del cristianismo que hizo necesaria la reinterpretación de un mensaje expresado hasta entonces en un lenguaje procedente del ambiente rural.


En esta época los recuerdos sobre Jesús se convirtieron en tradiciones que se guardaban celosamente y se difundían entre las comunidades. Durante estos años nacieron también algunas de las tradiciones que reflejan la vida de las primeras comunidades cristianas (resúmenes de la predicación, confesiones de fe, himnos y cánticos, normas comunitarias, etc.). Todas estas tradiciones se conservaron y transmitieron en las diversas comunidades durante esta generación y la siguiente, primero de palabra, y después también por escrito en pequeñas colecciones de parábolas, sentencias o milagros de Jesús, e incluso en colecciones más amplias como el llamado “Documento Q”, que aún no ha sido descubierto, pero de cuya existencia no duda la inmensa mayoría de los modernos estudiosos de los evangelios sinópticos, y que fue utilizado por Mateo y por Lucas en la composición de sus evangelios.


En la década de los años cincuenta, algunas de estas tradiciones fueron incluidas en las cartas que Pablo escribió a sus comunidades (1 Ts; y 1-2 Co, Ga, Rm, Flp y Flm). Estas cartas son los escritos más antiguos del NT y constituyen un testimonio único sobre la vida de estas comunidades. En ellas ha quedado reflejado el impulso misionero del movimiento de Jesús, el proceso de urbanización que se llevó a cabo en estos años, la creación y consolidación de nuevas comunidades, etc.


Hacia el final de este período suele fecharse la redacción del evangelio de Marcos. Fue un hecho decisivo no sólo desde el punto de vista literario, sino también teológico. Desde el punto de vista literario, la composición de Marcos supuso la integración de las tradiciones sobre Jesús en un marco narrativo, que les confería una mayor solidez y un contexto menos ambiguo. Desde el punto de vista teológico, este evangelio llevó a cabo la fusión entre la visión más triunfalista de la tradición de los milagros, y la teología de la cruz, representada por el relato de la Pasión.


3ª. La segunda generación cristiana o época sub-apostólica (70-110 d. C.)


Dos acontecimientos casi contemporáneos señalan el comienzo de la tercera etapa en la formación de los escritos del NT: la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. y la desaparición de los apóstoles que habían conocido al Señor. Estos dos acontecimientos dan paso a la segunda generación cristiana, durante la cual las comunidades cristianas consolidaron sus estructuras y sus tradiciones.


Con la destrucción del Templo de Jerusalén desapareció el símbolo religioso más importante del judaísmo, y nació una nueva ortodoxia judía vigilada por los fariseos. Esta nueva situación hizo que las tensiones entre las comunidades cristianas y ciertos grupos judíos se acrecentaran hasta llegar a un enfrentamiento abierto y a la ruptura definitiva. Este es el clima que se percibe en algunos escritos compuestos en esta época (especialmente los evangelios de Mateo y Juan). Por el contrario, la actitud de las comunidades cristianas hacia la cultura helenística y hacia el imperio romano parece haber sido en esta época mayoritariamente de diálogo y de integración.


Estos acontecimientos coincidieron con la desaparición de los apóstoles que habían conocido a Jesús, lo que hizo más urgente conservar de forma segura las tradiciones recibidas de los apóstoles. Nacieron así las diversas tradiciones apostólicas, vinculadas a los principales apóstoles de la primera generación (Pedro, Juan, Pablo y Santiago, el hermano del Señor), y relacionadas con las diversas áreas de implantación del cristianismo. Se fue consolidando una tradición vinculada a Pedro, que tenía su centro en Antioquía; otra en torno a Santiago con centro en Jerusalén; otra tradición relacionada con Juan puede localizarse en las zonas rurales de Transjordania y más tarde en Asia Menor; y finalmente una amplia tradición que invocaba la autoridad de Pablo se desarrolló en las regiones de Asia Menor, Grecia y Roma.


En esta época el cristianismo había llegado también a Egipto y a otros lugares, donde florecieron distintas tradiciones cristianas vinculadas a otros apóstoles o personajes importantes (Tomás, Felipe, María Magdalena, etc.), que se han conservado en los escritos apócrifos, y que nos dan una idea de la complejidad y diversidad del cristianismo en esta época. Sin embargo, durante esta segunda generación se inició un proceso de “unificación” de las demás tradiciones en torno a las dos más importantes: la petrina y la paulina, que se convirtieron en norma y medida de las demás.


Durante este período las iglesias cristianas se enfrentaron a una crisis de maduración. Habían desaparecido ya los ímpetus iniciales y resultaba difícil vivir la radicalidad del evangelio en la vida cotidiana. La tentación de acomodarse al paganismo ambiental era grande y la perseverancia resultaba difícil. Fue en este período de consolidación cuando se escribió una buena parte de los libros del NT con el fin de preservar fielmente la tradición recibida, y de exhortar a las comunidades a no perder nunca de vista la radicalidad del mensaje de Jesús y de sus primeros discípulos. Estos escritos pueden agruparse en torno a tres de las grandes tradiciones mencionadas más arriba: las que invocaban la autoridad de Pedro, de Pablo y de Juan.


Los escritos pertenecientes a la tradición petrina reflejan un talante integrador, que hizo de ella un punto de encuentro entre las posturas más abiertas de la tradición paulina y las más conservadoras de las iglesias judeocristianas, representadas por la comunidad de Jerusalén. Este es el espíritu que se percibe ya en el evangelio de Marcos, y más claramente aún en el evangelio de Mateo. En ellos se advierte un continuo esfuerzo por integrar las diversas tradiciones en torno al kerigma de la muerte y resurrección de Jesús, que es el núcleo del kerigma petrino. La Primera Carta de Pedro pertenece también a esta tradición y refleja este mismo talante.


La tradición paulina, la mejor representada en el NT, produjo durante esta segunda generación tres grupos de obras, que manifiestan ya una cierta diversidad dentro de los discípulos de Pablo. En primer lugar, las cartas a los Efesios y Colosenses, cuyo rasgo distintivo es la reflexión sobre el alcance cósmico del misterio de Cristo y el descubrimiento de la Iglesia como cuerpo de Cristo. En segundo lugar, la obra de Lucas (Lc-Hch), escrita desde la sensibilidad de las iglesias que se han abierto al nuevo horizonte de la cultura del Imperio, intentando justificar la validez de la misión paulina. Finalmente, las cartas pastorales (1-2 Tm y Tt), en las que se acentúa la necesidad de una estructura eclesial basada en el ministerio y la recta doctrina.


La tercera gran tradición del NT es la que nació en torno al apóstol Juan. El cuarto evangelio y las cartas joánicas hacen patente la accidentada historia de las comunidades en las que nacieron estos escritos y sus conflictos internos.


En resumen, el proceso de formación de los libros del NT es un reflejo de la riqueza de experiencias vividas en el seno del movimiento de Jesús durante aquellos primeros años. Estos escritos son un testimonio vivo de los problemas y situaciones con que tuvieron que enfrentarse los diversos grupos cristianos, de las respuestas que dieron y de las resoluciones que fueron adoptando a lo largo del tiempo. Por esta razón, los libros del NT constituyen nuestra principal fuente de información acerca de la historia del cristianismo en el siglo I. Gracias a ellos podemos reconstruir una buena parte de aquella historia que tanta relevancia tiene para las Iglesias Cristianas de todos los tiempos.


4. El NT y las Iglesias Cristianas


La formación del NT, la peculiaridad de los géneros literarios contenidos en él y la historia de la composición de sus escritos muestran, desde tres puntos de vista diversos, que el NT es impensable sin la mediación de las comunidades cristianas. Fue necesaria esa mediación para que se escribieran sus libros y para que, después de un largo proceso de selección, llegaran a ser reconocidos como inspirados. Esta forma de ver las relaciones entre el NT y las comunidades corresponde a la visión del canon en cuanto norma normata, es decir, en cuanto norma que ha sido regulada, en última instancia, por la acción del Espíritu Santo.


Sin embargo, la relación entre la Iglesia y el NT debe ser contemplada también desde otra perspectiva, que corresponde a la visión del canon en cuanto norma normans, es decir, en cuanto norma que regula la vida de la Iglesia. En esta segunda perspectiva, el NT posee una importantísima función como punto de referencia constante para la fe y la vida de las Iglesias Cristianas y como criterio regulador de su ortodoxia (recta creencia) y de su ortopraxis (recta actuación). Todas las Iglesias Cristianas reconocen explícitamente esta función del NT, y esto lo convierte en un camino privilegiado para la unidad. Si en otro tiempo la interpretación de algunos libros del NT dividió a los cristianos, se ha convertido ahora en un vínculo de unidad.


El NT puede ser también un valioso instrumento para abrir caminos de diálogo y de encuentro entre las Iglesias Cristianas. La experiencia de las primeras comunidades cristianas, que hoy conocemos mejor gracias a los estudios histórico-críticos, nos enseñan que los grupos cristianos de la primera hora vivieron su relación en medio de tensiones disgregadoras. En este contexto llaman poderosamente la atención los renovados esfuerzos de estas comunidades para lograr la unidad integrando la diversidad. La historia de la composición de los evangelios sinópticos es un magnífico ejemplo de esta tendencia integradora, pues la unión de diversas tradiciones, primero en Marcos y luego en Mateo y en Lucas, es un reflejo de la integración de los grupos que las habían conservado y transmitido.


El resultado final de todo este proceso de composición y selección de los primeros escritos cristianos está marcado por el mestizaje. Este mestizaje se caracteriza por una acentuada diversidad y, al mismo tiempo, por una encendida pasión por la unidad. El hecho de que escritos tan diversos como la Carta a los Romanos y la Carta de Santiago se encuentren formando parte del mismo canon genera una tensión creativa en la que la diversidad no lleva a la ruptura, sino al enriquecimiento. El NT es, en este sentido, un modelo de diálogo creativo y enriquecedor que las Iglesias Cristianas, hoy divididas, deberían imitar.


EVANGELIO SEGÚN MATEO


INTRODUCCIÓN


1. Características generales


El llamado tradicionalmente evangelio de Mateo (en adelante se utilizará preferentemente la abreviatura Mt) ha ocupado desde antiguo un lugar privilegiado en la vida de la Iglesia. Aunque cronológicamente no haya sido el primero en redactarse, siempre ha figurado al frente de la lista de libros del NT y se le ha conocido y sigue conociéndosele universalmente como “el primer evangelio”. Fue, muy posiblemente, el más citado y comentado en los primeros siglos cristianos, y la espiritualidad y la liturgia de la Iglesia se han nutrido de él de manera muy destacada. Es manifiesta la riqueza doctrinal de este evangelio al lado de la concisión y a veces esquematismo de los pasajes narrativos. Al propio tiempo, su gusto por la claridad y el orden han hecho de él un magnífico instrumento para la instrucción bíblica y la predicación.


Otra característica que en seguida salta a la vista es la preocupación de este evangelio por subrayar la estrecha relación entre Jesús y el AT, y consiguientemente entre el pueblo de Dios de la antigua alianza y la Iglesia de Jesucristo. La tensión promesa-cumplimiento traspasa de principio a fin las páginas del evangelio de Mt y se concreta en una serie de citas del AT — más numerosas en Mt que en los otros evangelios y con un sello suyo inconfundiblemente personal — que reciben precisamente el nombre de “citas de cumplimiento” o “citas de reflexión” (ver Mat 1:23 y Mat 27:9-10, por señalar únicamente la primera y la última). Ante el rechazo del mensaje de Jesús por parte del judaísmo oficial (Mat 2:1-12; Mat 13:53-58; Mat 21:33-46; Mat 26:3-4; Mat 27:20-25), la Iglesia cristiana pasa a ser el “nuevo Israel” en la perspectiva teológica de Mateo (Mat 21:43).


Es preciso destacar también, como algo peculiar del evangelio de Mt, el significativo puesto que ocupan en él los discípulos. Unos discípulos a los que Mt presenta de forma claramente idealizada; discípulos, por lo demás, que están llamados a formar una comunidad fraterna donde la autoridad no tenga otra razón de ser que la del servicio a los demás, especialmente a los más débiles y necesitados (Mat 18:1-14; Mat 23:8-12).


Y, finalmente, tal vez nadie como Mt ponga de relieve la figura de Jesucristo como Maestro y Señor resucitado presente en medio de la comunidad. A diferencia de Lc, por ejemplo, Mt no establece una clara diferencia entre el tiempo de Jesús y el tiempo de la Iglesia. Ambos tiempos se implican mutuamente, y la presencia constante de Jesús, Mesías prometido y Señor resucitado, acompaña y penetra la vida entera de la Iglesia (Mat 1:23; Mat 18:20; Mat 28:20).


2. Marco histórico


El evangelio de Mt no es fruto de la casualidad. Tiene su origen en el seno de unas comunidades cristianas vivas y trata de dar respuesta a las necesidades y problemas de dichas comunidades. ¿Cuáles eran, en concreto, estas necesidades y problemas? Por lo que nos es dado conocer a través de una lectura atenta del propio evangelio y de algunos datos procedentes de otras fuentes, la comunidad o comunidades que se alcanzan a vislumbrar detrás del evangelio de Mt tenían las siguientes peculiaridades:


a) Parece tratarse de comunidades compuestas en buena parte por cristianos procedentes del judaísmo. Así lo sugiere el amplio conocimiento de las Escrituras del AT que el autor supone en sus lectores, la ausencia de explicaciones con respecto a los ritos y costumbres judías (Mat 5:23; Mat 12:15; Mat 23:5; Mat 15:23), y los numerosos giros y palabras semitas presentes en la redacción (reino de los cielos, atar y desatar, llevar el yugo, etc.).


b) Comunidades al mismo tiempo abiertas al mundo no judío. En ellas el primer envío misional de Jesús, aparentemente restrictivo (Mat 10:5), ha dado paso a un envío y una llamada universal (Mat 28:19). Cuando se redacta, pues, el evangelio de Mt, un nutrido grupo de paganos ha entrado a formar parte de estas comunidades y han comenzado a surgir diferencias sobre la manera de interpretar la ley de Moisés. Es preciso hallar un punto de encuentro y llevar a cabo una labor de síntesis. Esta es la tarea que aborda Mateo reuniendo en su evangelio diversas tradiciones y confiriendo a la figura de Pedro un especial protagonismo.


c) Esta comunidad o comunidades mateanas vivían ya en un abierto enfrentamiento con el judaísmo oficial ortodoxo de corte fariseo que se impuso de manera exclusivista a partir del año 70 d. C. y que, algunos años más tarde — hacia el 95 — , iba a recibir su espaldarazo definitivo en la asamblea de Yamnia, localidad situada cerca de la costa mediterránea de Palestina, al sureste de la antigua Jafa o la moderna Tel Aviv.


d) Así las cosas, hay que pensar en comunidades en proceso de consolidación, comunidades que necesitan de criterios firmes y claros — las enseñanzas de Jesús — y de modelos de comportamiento — el grupo de los discípulos — para hacer frente a los problemas y necesidades del momento.


Para estas comunidades, probablemente afincadas en el entorno de Antioquía de Siria, se escribió este evangelio durante la década de los 80 según la opinión más autorizada en los últimos tiempos. De acuerdo también con una antigua tradición, mantenida acríticamente hasta tiempos recientes, su autor habría sido el apóstol Mateo (Mat 10:3; Hch 1:13). Según esta tradición, la obra habría sido escrita originalmente en lengua semita — hebreo o arameo — y muy pronto traducida al griego que es la lengua en que ha llegado hasta nosotros. Pero esta hipótesis no encuentra mucho apoyo en el análisis del propio evangelio y en la actualidad apenas hay quien la sostenga. Los datos abogan más bien por un original griego y por un autor anónimo que sería un cristiano de origen judío con un aceptable conocimiento de la lengua griega y muy familiarizado con la lectura y el estudio del AT. Esto no impide que dicho autor utilizara documentos escritos anteriores, hebreos o arameos, para la redacción final de su obra.


3. Proceso de composición


Mateo no es el creador del género literario “evangelio”. Cuando da forma a su obra, tiene ya un modelo en el que inspirarse: el evangelio de Marcos. Y efectivamente, el evangelio de Mt incorpora a su redacción prácticamente todo el relato de Mc, aunque con algunas variaciones en el orden, sobre todo en la parte que corresponde al ministerio de Jesús en Galilea. Incorpora también una serie de materiales de carácter discursivo procedentes de la llamada “fuente de dichos” (fuente o documento Q), un documento que no se ha conservado, pero que fue también conocido y utilizado por Lucas, y que probablemente contenía sólo enseñanzas de Jesús. A estas dos fuentes hay que añadir una serie de informaciones propias de Mateo, procedentes del acervo tradicional de sus comunidades y que ocupan una cuarta parte del total de su evangelio.


Con todos estos materiales, Mateo organiza su obra. Lo primero que llama la atención es su exquisito cuidado por agrupar y ordenar dichos materiales, sin duda con la intención de facilitar la comprensión y la memorización de tales materiales. Resaltemos al respecto las colecciones de milagros (Mat 8:1-17; Mat 9:18-34), de parábolas (Mat 13:1-50; Mat 21:28Mat 22:14; Mat 25:1-30), de controversias (Mat 22:15-46). Y sobre todo los cinco grandes discursos presentes en los capítulos Mat 5:1-48Mat 7:1-29; Mat 10:1-42; Mat 13:1-58; Mat 18:1-35; y Mat 23:1-39Mat 25:1-46, que son claramente una composición de Mt y que culminan siempre con la misma fórmula: “Cuando Jesús terminó este discurso” (Mat 7:28; Mat 11:1; etc.).


Otra peculiaridad del trabajo redaccional de Mt es el interés por simplificar los relatos, eliminando todo lo accesorio o anecdótico (ver Mat 8:14-15 comparado con Mar 1:29-31) para concentrarse en el mensaje teológico, como puede ser, por ejemplo, la necesidad de la fe o las condiciones exigidas para el discipulado. Por lo demás, y excepción hecha de Mat 4:12-13; Mat 4:17 y Mat 16:21, el evangelista no concede mayor importancia a las indicaciones geográficas o cronológicas. Su propósito es ante todo pastoral y, al utilizar sus fuentes con la libertad y personalidad que le son características, quiere tender puentes entre las diversas tradiciones existentes en el cristianismo primitivo, a la vez que trata de iluminar la concreta experiencia religiosa de los cristianos a los que se dirige.


4. Contenido


Como los demás evangelios, también el de Mt pretende poner en contacto a su comunidad o comunidades con la vida y las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Pero al tratar de situar a su iglesia ante el mensaje de Jesús y el misterio de su persona, lo hace teniendo muy presentes los problemas y preocupaciones de sus lectores. En este sentido es preciso destacar tres fundamentales centros de interés en la trama de la obra: la presentación de Jesús como el Mesías, Hijo de Dios y como el Señor resucitado; la consideración de la Iglesia como heredera de la misión de Israel y, por tanto, como “el nuevo Israel”; y la invitación a los cristianos a vivir según las enseñanzas de Jesús.


a) Jesús Mesías, Hijo de Dios, Señor resucitado. En la situación en que vivía la comunidad — o comunidades — de Mt, era de todo punto necesario mostrar que Jesús era verdaderamente el Mesías esperado, el prometido Hijo de David, el Hijo de Dios presente en la comunidad como Señor resucitado en el que se han cumplido plenamente las promesas del AT. Esto lo hace el evangelista desde el comienzo mismo del relato (ver Mat 1:1; Mat 1:20-23; Mat 2:6; Mat 2:11; Mat 2:15) y recogiendo luego proclamaciones tan significativas como la del propio Dios Padre en los episodios del bautismo y la transfiguración de Jesús (Mat 3:17; Mat 17:5), la de los discípulos (Mat 14:33), la de Pedro (Mat 16:16), la del oficial romano junto a la cruz (Mat 27:54), y rematando en la última escena del evangelio con la presentación de Jesús resucitado como Señor del mundo y de la historia, permanentemente presente en medio de su Iglesia (Mat 28:18-20).


b) La Iglesia como “el nuevo Israel”. Ningún evangelista ha desarrollado como Mateo la reflexión sobre la Iglesia. Este pueblo congregado por Jesús está en absoluta continuidad con el viejo Israel. Lo que pasa es que, inexplicablemente, el Israel oficial no ha querido escuchar el mensaje de Jesús y ha tenido que ser sustituido por un nuevo pueblo, el “Israel de Dios” en expresión de Pablo (Gál 6:16), un pueblo que dé a su tiempo los frutos esperados (Mat 21:43). La Iglesia, pues, hereda la misión encomendada al antiguo Israel de reunir a todos los pueblos del mundo en un solo pueblo mesiánico (Mat 28:19; Isa 2:2-5; Miq 5:7-9).


c) Los discípulos, invitados a cumplir la voluntad de Dios siguiendo las enseñanzas de Jesús. La dimensión ética del evangelio de Mt es algo que salta a la vista. En concreto, el discípulo ideal para el primer evangelio es aquel que cumple la voluntad del Padre; este es el sentido que tiene en Mt el término griego dikaiosine tradicionalmente traducido por “justicia” y al que recurre repetidas veces el evangelista (Mat 3:15; Mat 5:6; Mat 5:10; Mat 5:20; Mat 6:1; Mat 6:33; Mat 21:32). Y la voluntad del Padre se cumple escuchando, aceptando con fe y poniendo en práctica las enseñanzas de Jesús, que Mt ha reunido sobre todo en los cinco grandes discursos a los que nos hemos referido más arriba. Estos discípulos están llamados, en primer lugar, a mantener una íntima relación con Jesús a través de una comprensión cada vez más profunda de su doctrina (ver Mat 13:51-52; Mat 16:12; Mat 17:13), y en segundo lugar, a formar una comunidad fraterna en la que el amor (Mat 5:44-46), la preocupación por los más débiles (Mat 10:42; Mat 18:10-14), el servicio (Mat 20:26-28; Mat 23:11-12) y el perdón (Mat 5:21-26; Mat 6:12; Mat 6:14-15; Mat 18:21-22) sean valores absolutamente fundamentales.


5. Estructura y organización


Todos están de acuerdo en que Mateo ha cuidado con esmero la composición de la mayoría de las secciones de su evangelio. Pero no lo están en igual medida a la hora de precisar cuáles pueden haber sido sus criterios básicos en la estructuración del conjunto y cuál es, consiguientemente, la estructura interna resultante para todo el evangelio.


Unos siguen insistiendo en el planteamiento tradicional de una distribución geográfico-cronológica de los materiales: nacimiento e infancia de Jesús Mesías (Mat 1:1-25Mat 2:1-23); predicación de Juan el Bautista y comienzos del ministerio de Jesús (Mat 3:1Mat 4:11); actividad de Jesús en Galilea y en las regiones paganas limítrofes (Mat 4:12Mat 18:35); viaje a Jerusalén (Mat 19:1Mat 20:34); actividad en Jerusalén (Mat 21:1Mat 25:46); pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mat 26:1Mat 28:20).


Otros piensan que Mt ha estructurado su evangelio tomando como punto de referencia los cinco grandes discursos presentes en él. Cada uno de estos discursos iría acompañado de la correspondiente sección narrativa y entre ambas secciones formarían como cinco libros — ¿alusión al Pentateuco? — , a saber: Mat 3:1-17Mat 7:1-29; Mat 8:1-34Mat 10:1-42; Mat 11:1-30Mat 13:1-58; Mat 14:1-36Mat 18:1-35; Mat 19:1-30Mat 25:1-46, enmarcados por el relato introductorio de la infancia de Jesús (Mat 1:1-25Mat 2:1-23) y por el relato conclusivo de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mat 26:1-75Mat 28:1-20).


Finalmente debe señalarse una línea de estructuración que ha tenido bastantes seguidores en los últimos tiempos. Se trata de combinar criterios literarios (en especial la repetición de la misma fórmula — “a partir de aquel momento Jesús comenzó a...” — en dos momentos cruciales de la obra: Mat 4:17 y Mat 16:21) con criterios teológicos que subrayan el dramatismo de la trayectoria de Jesús y confieren una singular densidad dramática a toda la trama. El resultado sería una estructura en tres grandes bloques, a saber: I) Jesús presentado como Mesías (Mat 1:1Mat 4:16); II) El Reino de Dios/de los cielos es anunciado con palabras y acciones (Mat 4:17Mat 16:20); III) El Mesías (Jesús) ha de recorrer un camino de dolor y de muerte — el siervo doliente de Isaías — hasta llegar a la resurrección (Mat 16:21Mat 28:20).


Tal vez ninguno de estos modelos de estructuración, aisladamente considerado, sea del todo satisfactorio y convincente. Tal vez sea preciso combinar elementos de los distintos modelos. En este sentido la presente traducción ha creído oportuno seguir el siguiente itinerario de lectura:


I. — PRESENTACIÓN DE JESÚS COMO MESÍAS (Mat 1:1-25Mat 2:1-23)


- Genealogía y nacimiento de Jesús (Mat 1:1-25)


- Los sabios de Oriente y la huida a Egipto (Mat 2:1-23)


II. — COMIENZOS DEL MINISTERIO DE JESÚS (Mat 3:1Mat 4:11)


- Ministerio de Juan el Bautista (Mat 3:1-12)


- Bautismo de Jesús (Mat 3:13-17)


- Jesús en el desierto (Mat 4:1-11)


III. — ANUNCIO DEL REINO EN GALILEA (Mat 4:12Mat 18:35)


- Primera actividad de Jesús (Mat 4:12-25)


- Sermón del monte (Mat 5:1-48Mat 7:1-29)


- El reino en hechos y palabras (Mat 8:1Mat 16:20)


- El destino sufriente del Mesías (Mat 16:21Mat 18:35)


IV. — CAMINO DE JERUSALÉN (Mat 19:1-30Mat 20:1-34)


- Exigencias del reino (Mat 19:1-30)


- Condiciones del discipulado (Mat 20:1-34)


V. — JESÚS EN JERUSALÉN (Mat 21:1-46Mat 28:1-20)


- Acciones simbólicas y controversias (Mat 21:1-46Mat 25:1-46)


- La Pascua de Jesús (Mat 26:1-75Mat 28:1-20)