INTRODUCCIÓN


1. Trasfondo histórico-cultural


a) La persona. Aun sabiendo poco de la biografía de Oseas, lo que sabemos nos basta para adivinar una experiencia personal rica, puesta al servicio de su predicación. De su persona conocemos el nombre, que significa “Yahvé (el Señor) salva”; se trata de un nombre más bien corriente (el último rey de Israel también se llamará así). Conocemos el nombre de su padre — Beerí — y su más que probable origen en el Reino del Norte (en Ose 7:5 llama “nuestro rey” al soberano de Samaría). Nos consta también el nombre de su mujer — Gómer — y los que impuso simbólicamente a sus tres hijos: Jezrael, No-compadecida, No-mi pueblo. Con frecuencia alude a situaciones y costumbres de la gente del campo, por ejemplo: las vacas bravas y los corderos del prado (Ose 4:16), los amaneceres y las lluvias tempranas y tardías (Ose 6:3), las siembras y las cosechas (Ose 8:7), las eras y los lagares (Ose 9:2), las uvas, las brevas y las vides (Ose 9:10; Ose 10:1), el rocío y la paja (Ose 13:3). A lo que hay que añadir las imágenes vegetales para describir las nuevas relaciones entre el Señor y su pueblo (Ose 14:5-7). Por todo ello algunos piensan que era campesino, aunque se trata sólo de indicios que no prueban demasiado. Pero apenas existen ni siquiera indicios para la tesis de quienes quieren hacer de Oseas un miembro de la clase sacerdotal o de las asociaciones proféticas profesionales.


Tampoco sabemos fechas exactas de su nacimiento ni del desarrollo de su vida; tenemos, sin embargo, en su mismo libro indicaciones suficientes para establecer el contexto histórico y cultural-religioso en que aconteció su profecía que, con mucha probabilidad, puede datarse entre el 740 y el 722 a. C.


b) La historia nacional. A la época de prosperidad que conoció Israel en el largo reinado de Jeroboán II (783-743 a. C.), sucede un período de completa descomposición política que se manifiesta en una serie de sucesivos asesinatos y usurpaciones reales, y que terminó de manera trágica con la ocupación de Samaría, la capital del Reino del Norte, y la consiguiente deportación a territorio asirio llevada a cabo por Sargón II en los años 722/721 a. C.


Bien haya que atribuir Ose 1:1 al propio profeta o bien pertenezca a la última redacción del libro, es significativo que, a la hora de encuadrar históricamente la actividad profética de Oseas, se nombran cuatro reyes de Judá (Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías), mientras que de Israel (justamente el ámbito territorial de la actividad de Oseas) sólo se nombra a Jeroboán II. Algunos piensan que es preciso rellenar el vacío y debe sobreentenderse: “y también en tiempo de sus sucesores (de Jeroboán) hasta el fin del Reino del Norte”. ¿Se trata de una omisión pretendida? Así lo piensan quienes ven en la omisión un juicio negativo sobre la legitimidad de estos reyes que, al obtener el poder mediante el asesinato y la usurpación, ni siquiera merecen ser nombrados como reyes. Es como si con Jeroboán II hubiera terminado la lista legítima de reyes de Israel. Así lo sugeriría el texto de Ose 8:4.


Y, en efecto, la sucesión de Jeroboán II fue realmente trágica: Zacarías, su hijo, apenas reina un año (743 a. C.); es asesinado por Selún que, a su vez, lo es por Menajén (743 a. C.). Cinco años después (738 a. C.), el hijo de este, Pecaías, es asesinado por Pecaj (737-732 a. C.), quien embarcó a Israel en la guerra siro-efraimita, lo que supuso el comienzo del fin.


Las desastrosas consecuencias de la guerra siro-efraimita y la torpeza política de Oseas — el último rey del Reino del Norte — acarrearon la intervención definitiva de Asiria y la desaparición de dicho reino (722 a. C.). Los cps. Ose 9:1-17; Ose 10:1-15; Ose 11:1-12; Ose 11:12-13 de Oseas parecen tener como fondo histórico este último período de Samaría. Son un testimonio de la situación de zozobra y opresión en vísperas ya de la caída, cuando la situación política no era precisamente para echar las campanas al vuelo. Todo ello se va a reflejar en el mensaje duro de Oseas, considerado paradójicamente como el profeta del amor.


c) La situación religiosa. Tampoco la situación religioso-moral era mucho más esperanzadora. Oseas denuncia una corrupción moral profunda en Israel (Ose 4:1-2), sin que escapen a la crítica los lugares más sagrados (Ose 6:7-10). El profeta pone especial énfasis en la denuncia de la injusticia social y en la falta de responsabilidad de los dirigentes. La raíz de todas las corrupciones y la causa de todos los males la sitúa Oseas en la infidelidad religiosa.


Oseas no es el primer profeta que levantó su voz en Israel contra las componendas religiosas entre el culto a Yahvé, el Señor, y las divinidades cananeas. Ya lo había hecho con fuerza Elías (1Re 18:1-46). Pero la situación histórico-cultural de la época de Oseas con relación a la idolatría, aunque más disfrazada, no dejaba de ser menos peligrosa.


La más fuerte seducción era la de los dioses de Canaán, dioses de la naturaleza, de las tormentas y de la fertilidad, considerados, por tanto, como especialistas en relación con las necesidades de la vida campesina. No se trataba de remplazar al Señor, sino de poner a su lado una comparsa de dioses, según las propias conveniencias, preferentemente materiales. Al fin y al cabo, pensaban muchos, todo era cuestión de retornar a la situación “normal” del pasado, anterior a la asamblea de Siquén (Jos 24:1-33) en la que los israelitas optaron “oficialmente” por el Señor en contraposición a los anteriores dioses tribales.


Este ambiente religioso-cultural (cultura y religión están estrechamente unidas en estos tiempos) es el que más va a influir en el mensaje del profeta Oseas. Al servicio de su predicación pone el profeta la lectura de su propia historia personal como interpretación de la relación de Dios con su pueblo.


2. Aspectos literarios


a) La vida personal se hace símbolo. La relación de la historia personal de Oseas con su mensaje se centra en su matrimonio con la “prostituta” Gómer y en los hijos tenidos con ella. Frente a quienes piensan que se trata de una pura ficción a disposición del mensaje, una especie de gran parábola, la mayoría de los autores actuales sostiene la existencia de una real aventura matrimonial, utilizada simbólicamente por Oseas para ayudar en la comprensión y ahondamiento de la relación entre Dios y su pueblo infiel.


Estaríamos frente a una acción profética, en la línea de otras del mismo género, cuyo significado es aclarado por los mismos profetas que las realizan. Las llamadas “acciones simbólicas” de los profetas pueden ser, en efecto, de dos categorías: las estrictamente dichas, que son acciones particulares, a veces un tanto estrambóticas, explicadas después para orientar la captación del sentido; y las hay también de sentido amplio: la vida o parte de la vida del profeta se reviste de un significado que la trasciende. Ahí habría que colocar el celibato de Jeremías, la viudez de Ezequiel y, en nuestro caso, el matrimonio de Oseas.


Se trate de una única experiencia matrimonial en dos etapas, o de dos experiencias matrimoniales diferentes, la opción por una historia real nos introduce en una situación moralmente turbia. Por esta razón, la exégesis patrística, que juzgaba un tanto extraño el mandato divino de Ose 1:2 y Ose 3:1, se inclinaba por una opción “parabolista”. La exégesis actual, en cambio, no repara tanto en la dimensión anecdótica del caso, cuanto en la fuerza figurativa de una experiencia real, transmitida desde el punto de vista literario con evidentes trazos de composición artificiosa al servicio de su ejemplaridad. Notemos, al respecto, que si bien se da un alcance simbólico al nombre de los tres hijos que tuvo Oseas con Gómer, no sucede lo mismo con el nombre de la prostituta que, si se tratara de una pura ficción literaria, debería tener con mayor razón una dimensión simbólica, dado el papel que juega en la gran metáfora. Y no sucede así.


En todo caso, el matrimonio de Oseas no es una ficción, sino un símbolo. En esa posible historia personal descubrió el profeta “otra” historia: la de Dios con su pueblo. Y de ahí va a derivar el mensaje teológico de su profecía; de ahí y de la otra gran experiencia símbolo que como “metáfora mayor” está presente en Oseas. Nos referimos al tema de la paternidad que en Ose 11:1-4 se ofrece como magnífico paralelo al tema del amor conyugal utilizado también como símbolo en Ose 1:1-11Ose 3:1-5. Desde estas dos grandes experiencias-símbolos, Oseas transmite su más hondo pensamiento acerca del camino de Dios con su pueblo, interiorizando y ahondando así, como ningún otro profeta lo había hecho, el tema de la alianza.


b) La estructura del libro de Oseas. Aunque el libro actual ofrece indicios de añadidos y reelaboraciones posteriores, la mayor parte del mismo puede atribuirse al profeta Oseas. El mal estado del texto hebreo y la oscuridad de algunos pasajes, convierten al libro de Oseas en uno de los más difíciles de leer en hebreo y de traducir. Muchas veces hay que servirse de conjeturas. El estilo de Oseas es vehemente y apasionado, conciso y, en ocasiones, oscuro, con frases cortas y rítmicas. Refleja cierto influjo sapiencial y es abundante en imágenes de la experiencia humana y del mundo vegetal y animal. El libro puede estructurarse en tres grandes partes, enmarcadas por el título y un epílogo:


Título (Ose 1:1)


- La familia del profeta, símbolo de las relaciones entre Dios y el pueblo (Ose 1:2Ose 3:5)


- Oráculos contra Israel (Ose 4:1Ose 9:9)


- Relectura de la historia de Israel (Ose 9:10Ose 14:8)


Epílogo (Ose 14:9)


3. Contenido y dimensión religiosa.


La profundización de la relación de Dios con su pueblo la realiza Oseas en la línea de una interiorización de la alianza. Frente a todo intento de mantener las distancias o de fijar la relación en términos prevalentemente jurídicos, tomados de la vida política, como acontecía con la categoría de “pacto”, el recurso de Oseas a la relación matrimonial o paterna (cps. Ose 1:1-11Ose 3:1-5 y Ose 11:1-12) para expresar esa misma relación desde experiencias mucho más cercanas e íntimas, dan al mensaje teológico-pastoral de Oseas un hondo calado, que lo acerca mucho al NT. En ese mensaje destacan:


— La gratuidad de la relación. La relación amorosa de Dios cobra un relieve especial en el contexto actual de una idolatría práctica del pueblo. No es que lo hayan abandonado, pero se han buscado sus propios “amantes”, más cercanos a las respuestas de sus necesidades inmediatas. El Señor no se retira como respuesta a esa infidelidad. Insiste una y otra vez para “abrir los ojos” a quien, teniéndolos abiertos para sus otros amantes, los había cerrado para su marido. Amando a Gómer tal como era (infiel), Oseas supo comprender y comunicar el amor de Dios a su pueblo tal como el pueblo era (infiel). Ver, al respecto, Ose 14:4 y Rom 5:7.


— El camino “alternativo” de la conversión. La estrategia para provocar la vuelta “voluntaria” de la esposa revela el acompañamiento en un camino de introspección y recapacitación: volveré a mi primer marido, pues me iba mejor antes que ahora (Ose 2:7). Aunque ello suponga “convertirse” o, en palabras del profeta, volver al desierto (Ose 2:14), a los tiempos de la vida nómada, para superar la tentación de rendir culto a los dioses y diosas de la fecundidad — los “amantes” de Ose 2:5 — , especialistas en facilitar los bienes de la vida sedentaria.


— Culto “verdadero” a dioses falsos. Culto “falso” al Dios verdadero. Las dos dimensiones se contienen en el mensaje de Oseas contra la idolatría. Los dioses cananeos no son auténticos dioses y no se pueden esperar bienes de ellos. No aportan salvación y no se les puede adorar. Sólo el Señor es la fuente de todo don. Y no valen las componendas: conservar al Señor — ¡por si acaso! — , pero recurrir a los “dioses especialistas” en las nuevas necesidades.


Por lo demás, al Señor no se le agradecen los dones sólo con el rito externo. Oseas denunciará una piedad puramente externa y la seguridad de que el simple cumplimiento del rito sea suficiente para alcanzar los favores de Dios (Ose 6:4; Ose 14:3). Se necesita un cambio interior — la conversión del “corazón” — que haga posible la “curación” profunda y el nuevo casamiento en justicia y derecho, en amor y ternura (Ose 14:4).