INTRODUCCIÓN


1. Características literarias


Proverbios es posiblemente el libro más representativo de la tradición sapiencial. En las distintas colecciones que lo forman encontramos restos de la sabiduría más antigua de Israel y desarrollos más recientes, sabiduría profana y religiosa, sabiduría autóctona y sabiduría foránea oriental, los géneros más representativos y los temas más recurrentes.


El título del texto hebreo es mislé selomoh, es decir, Proverbios de Salomón, que la versión griega de los LXX tradujo como Paroimiai Salomontos y la Vulgata como Liber Proverbiorum. Nuestra palabra “proverbio”, herencia de la denominación greco-latina, traduce parcialmente el hebreo masal, que tiene una amplia gama de significados y, junto a expresiones más o menos sinónimas (refrán, dicho, sentencia, aforismo, epigrama), también incluye la denominación de otras formas o géneros literarios (parábola, canción, estribillo, sátira, fábula, ejemplo, etc.).


En la Biblia hebrea, Proverbios se incluye entre los Escritos, la tercera parte del canon judío, tras Salmos y Job, e inmediatamente antes de los “cinco rollos” (en hebreo meguillot), mientras que las versiones griega y latina lo sitúan tras Salmos, con los llamados “libros salomónicos” — Eclesiastés, Cantar y Sabiduría — .


La cuestión del autor es más compleja, pues el título de cabecera antes aludido (Pro 1:1) de hecho se refiere a la primera colección (Pro 1:1-33Pro 9:1-18). Este título se repite otras dos veces (Pro 10:1; Pro 25:1); pero en el libro aparecen también otros títulos y autores: “Dichos (palabras) de los sabios” (Pro 22:17), “También lo que sigue es de los sabios” (Pro 24:23), “Palabras de Agur” (Pro 30:1) y “Palabras de Lemuel” (Pro 31:1). Si bien tal variedad de títulos y autores es un claro indicio del carácter recopilatorio y compuesto de Proverbios, es innegable que tanto la cabecera del libro, como sus colecciones más amplias son atribuidas a Salomón. Como sucede en otros libros, es un claro caso de pseudonimia, un convencionalismo muy extendido en la literatura bíblica (y otras literaturas antiguas), consistente en atribuir un escrito a un personaje famoso de la antigüedad que no es quien realmente lo escribió. Al igual que todas las leyes se atribuían a Moisés, el legislador por excelencia, y los salmos a David, los escritos sapienciales se atribuyen a Salomón, rey de sabiduría contrastada (1Re 3:1Pro 5:14) y con fama de compositor de proverbios (ver 1Re 4:32). Cabe admitir que algunos dichos se remonten a su época, y tampoco hay que descartar la función de mecenazgo que sin duda Salomón ejerció durante su reinado respecto al cultivo y desarrollo de la sabiduría y las ciencias.


El género básico y predominante del libro es el dicho o sentencia simple consistente en un solo verso que constituye una unidad en sí mismo y está formado por dos hemistiquios en paralelismo; un paralelismo que en Proverbios reviste sus tres tipos más conocidos: sinonímico, antonímico o antitético y sintético. En Pro 10:1-32Pro 15:1-33 y Pro 28:1-28Pro 29:1-27 predomina el paralelismo antitético; a partir del cp. Pro 16:1-33 predomina el sinonímico. El paralelismo sintético, que frecuentemente reviste la forma de símil o comparación (como..., más vale..., mejor...), es bastante frecuente en Pro 25:1-28Pro 26:1-28. A veces el paralelismo se extiende a dos o más versos, dando lugar a unidades más amplias e incluso a pequeñas estrofas (ver Pro 22:17Pro 24:34).


El segundo género en importancia es la instrucción, particularmente frecuente en Pro 1:1-33Pro 9:1-18 y Pro 30:1-33Pro 31:1-31, un género sapiencial muy cultivado también en ámbitos extrabíblicos (las instrucciones egipcias, por ejemplo) que suele revestir formas de imperativo, exhortación, descripción o mera enseñanza, y da lugar a desarrollos más amplios.


Otras formas más infrecuentes, pero de no menor importancia, son el dicho numérico (enumeración de objetos o realidades desde esquemas numéricos, como en Pro 6:16-19; Pro 30:1-33), el poema acróstico alfabético (Pro 31:10-31; ver notas introductorias a Sal 25:1-22 y Sal 119:1-176), la etopeya (descripción del carácter y costumbres de una persona o tipo, como en Pro 23:29-35). Finalmente, también se observa en Proverbios la presencia de géneros y formas no específicamente sapienciales, tomados de otros ámbitos de la vida y de la literatura israelitas, como el enigma, el pregón, la invitación o el himno.


A partir de los datos hasta ahora recabados, tanto de los títulos y autores, como de las formas literarias predominantes, podemos identificar en Proverbios la siguiente estructura:


Título y programa (Pro 1:1-7)


I. — PRIMERA COLECCIÓN SALOMÓNICA (Pro 1:8Pro 9:18)


II. — PROVERBIOS DE SALOMÓN (Pro 10:1Pro 22:16)


III. — DICHOS DE LOS SABIOS (Pro 22:17Pro 24:22)


IV. — OTROS DICHOS DE LOS SABIOS (Pro 24:23-34)


V. — SEGUNDA COLECCIÓN SALOMÓNICA (Pro 25:1-28Pro 29:1-27)


VI. — SABIDURÍA DE AGUR (Pro 30:1-33)


VII. — SABIDURÍA DE LEMUEL (Pro 31:1-31)


2. Contexto histórico de Proverbios


La pregunta sobre la fecha de composición de Proverbios, tanto de las distintas colecciones que el libro reúne como del resultado final, nos obliga a plantearnos el análisis de la historia de la formación del libro que, en buena medida y a grandes rasgos, es coincidente con la historia de la tradición sapiencial en Israel.


Las más antiguas colecciones de Proverbios (especialmente las incluidas en Pro 10:1-32Pro 24:1-34) conservan aún restos inequívocos de los orígenes populares y orales de la sabiduría israelita. Esta sabiduría popular surge y se cultiva en los ámbitos de la familia, del clan y de la tribu, y probablemente se remonta a la época del asentamiento en Canaán, lo que justificaría la presencia en el libro de restos de origen cananeo que reflejan una sociedad predominantemente agrícola.


La contrastada relación de Pro 22:17Pro 23:14 con la Instrucción de Amenemope (obra egipcia fechada entre los años 1000-600 a. C.) nos permite fechar algunos proverbios en los inicios del primer milenio a. C., seguramente en los albores del período monárquico, al tiempo que nos confirma el carácter internacional del fenómeno sapiencial. Con la consolidación de la monarquía se asocia generalmente la aparición en Israel de una “sabiduría cortesana”: anejas al palacio y al Templo debieron surgir escuelas en las que se formaban los miembros de la familia real, jóvenes destinados a asumir responsabilidades políticas y el personal encargado de los archivos de la corte y de la administración. Estas escuelas eran, además, centros donde se cultivaba la sabiduría, la reflexión sobre la naturaleza y el modo de conducirse en la vida. Las innegables relaciones e influencias de la corte egipcia sobre la israelita abogan por un “modelo egipcio” para esta sabiduría cortesana israelita, que tuvo en Salomón a su más destacado impulsor, cultivador y mecenas.


La referencia a la actividad recopiladora (y probablemente editorial) de “los hombres de Ezequías” (Pro 25:1) no sólo nos sitúa en una concreta y contrastada fase del proceso formativo del libro, que se remonta al período monárquico tardío, sino que también nos certifica la antigüedad de la mayor parte de los materiales “coleccionados” y nos ilustra sobre un nuevo proceso consistente en la recopilación, adaptación y ampliación de los materiales antiguos, ya fueran israelitas (atribuidos a Salomón) o extranjeros (atribuidos a Agur y Lemuel).


La última fase del proceso, ya en período postexílico, contempla la incorporación del título y programa del libro (Pro 1:1-7) y de la mayor parte de la primera colección (Pro 1:8Pro 9:18), concebida como un amplio prólogo al cuerpo preexistente (Pro 10:1-32Pro 31:1-31). Este proceso debió culminar entre los siglos V-III a. C., antes de que entrara en crisis el “optimismo sapiencial” ante la doctrina de la retribución individual (e indudablemente antes del siglo II, pues Ben Sira ya conoce el libro íntegro), sin que nos sea posible concretar mucho más.


3. Perspectivas teológicas


La sabiduría es un concepto que cubre una amplísima gama de connotaciones y sentidos, desde la habilidad y la destreza del artesano en la ejecución de las obras manuales, hasta la capacidad y la madurez de orden intelectual, pasando por el arte y el acierto de desenvolverse con éxito en todos los ámbitos de la vida: en la esfera privada y en la pública, en la familia y en la sociedad, en el trabajo y en los negocios, en lo profano y en lo religioso...


El sabio israelita tenía el convencimiento de que la vida y la creación entera se rigen por unas leyes y unos principios secretos, cuya causa última está en Dios, pues él ha creado el mundo con un orden fundamental, que el sabio ha de investigar y desentrañar, para adecuar su conducta a dicho orden y obtener los resultados derivados de su pleno dominio. De ahí la constante invitación que hacen los sabios a sus discípulos para que descubran el sentido profundo de las cosas, el orden latente en la creación, para adaptarse a él y perpetuarlo. Pues, a la postre, el conocimiento y dominio de tal orden secreto, es la clave de acceso a la sabiduría, a la felicidad y al éxito.


Sin embargo, esta dimensión cosmológica tenía inmediatas consecuencias antropológicas y sociales: la conducta sabia y coherente con el “orden cósmico”, además de contribuir a la propia autorrealización, fortalecía necesariamente el orden social; por el contrario, una conducta necia, no sólo era “desordenada”, sino que degradaba al individuo y minaba el equilibrio y las convenciones sociales.


También se percibe en Proverbios una clara preocupación ética, como se desprende de la frecuente identificación del sabio con el justo y del necio con el malvado o el impío. Esta dimensión ética estaba basada en un principio estricto de retribución, según el cual toda conducta sabia-justa llevaba al éxito (concebido como bienestar o felicidad), mientras que la conducta necia-malvada conducía al fracaso (destrucción y muerte). Por eso, se exigía al aspirante a sabio-justo el cultivo de determinados valores individuales (como la obediencia, la disciplina, el autocontrol, la honradez, el trabajo diligente) y otros sociales (como el amor filial, la justicia, la generosidad con el pobre, etc.), al tiempo que se le ponía en guardia contra los modelos perniciosos de conducta (el adulterio, la embriaguez, la pereza, la violencia pendenciera, la charlatanería, etc.).


Finalmente, también se observa en Proverbios un proceso creciente de teologización de la sabiduría, proceso al que contribuyen algunos destacados elementos y conceptos:


a) En las colecciones más recientes como Pro 1:1-33Pro 9:1-18 (pero también a veces en las más antiguas, como Pro 10:1-32Pro 22:1-29), se introduce el concepto de respeto del Señor (o al Señor), en algunas ocasiones para reinterpretar antiguos proverbios de corte laico (Pro 14:27 y Pro 13:14; Pro 15:16 y Pro 16:8; Pro 17:1), en otras incluyéndolo como condición indispensable para adquirir la sabiduría y acceder a sus beneficios (Pro 10:27; Pro 14:26; Pro 15:33; Pro 22:4). Y aunque esta noción de “respeto del Señor” aparece con una clara dimensión pragmática, reforzando la confianza en la doctrina de la retribución, también introduce una dimensión transcendente que ofrece al ser humano un conocimiento superior y más hondo de la realidad creada.


b) No son infrecuentes los dichos que tratan de rebajar y corregir el “optimismo sapiencial” que hacía confiar casi absolutamente en las posibilidades de éxito de la sabiduría humana con referencias directas a la intervención de Dios como fuente y garante del quehacer sapiencial. En esta perspectiva, la sabiduría es don divino que premia o culmina los esfuerzos humanos (ver Pro 16:1; Pro 16:9; Pro 16:33; Pro 19:21; Pro 21:30-31).


c) Posiblemente el último eslabón de este proceso de evolución teológica que se advierte en Proverbios sea la personificación de la sabiduría, uno de los rasgos más característicos y exclusivos de la primera colección (Pro 1:1-33; Pro 2:1-22; Pro 3:1-35; Pro 4:1-27; Pro 5:1-23; Pro 6:1-35; Pro 7:1-27; Pro 8:1-36; Pro 9:1-18). La sabiduría ya no es tanto una enseñanza transmitida, un método de búsqueda o un conocimiento adquirido, cuanto “alguien” que sale al encuentro del ser humano, lo invita y le ofrece sus mejores y más preciados dones, ya sea como maestra, como profetisa, o como dama distinguida (Pro 1:20-33; Pro 8:4-21; Pro 8:32-34; Pro 9:4-6). Pero hay otro texto en que, además de personificada, la sabiduría aparece estrechamente asociada a la divinidad e incluso con rasgos divinos: se trata de Pro 8:22-36 donde la sabiduría se presenta en primera persona, como criatura privilegiada de Dios, tomando parte activa en la obra de la creación y habitando en medio de los seres humanos para llevarlos a Dios.


En conclusión, si en los estratos más antiguos de Proverbios se advertía un interés sapiencial por conocer y desentrañar el orden cósmico de la realidad creada, a fin de garantizar en armonía con él la autorrealización personal y el orden social, los estratos más recientes nos remiten de nuevo a la teología de la creación, presidida ahora por la función “co-creadora”, mediadora y ejemplar de la sabiduría de Dios.