LOS LIBROS DEUTEROCANONICOS


INTRODUCCIÓN


1. Terminología y problemática


Por libros deuterocanónicos entendemos una serie de escritos pertenecientes al ámbito del AT sobre cuya inclusión o no en la lista —canon— de libros sagrados de la Biblia existieron serias dudas primero en el judaismo palestinense y más tarde en la Iglesia cristiana. Se trata de ocho escritos pertenecientes a los tres principales géneros literarios de la Biblia: histórico, profético, sapiencial. Aunque varios fueron escritos originariamente en lengua semita (hebreo o arameo), sólo han llegado completos hasta nosotros en lengua griega. Son en concreto los libros de Judit, Tob 1:1-22 -2 Macabeos, Baruc, Carta de Jeremías, Eclesiástico y Sabiduría. A ellos hay que añadir varios fragmentos griegos de los libros de Daniel y Ester.


Las dudas sobre su inclusión en el canon bíblico tuvieron distinto desenlace según se trate de la ortodoxia judía o de la Iglesia cristiana. En el judaismo terminaron por ser rechazados como libros sagrados y parece ser que una probable asamblea de rabinos en Yamnia hacia el año 95 d. C. pudo constituir un momento importante del proceso de rechazo que culminó en la segunda mitad del siglo II. En la Iglesia cristiana de los primeros siglos también existieron algunas dudas, pero fueron solventadas de diferente modo. Ello se debe sobre todo a que la primitiva Iglesia usó como Biblia habitual en la liturgia y en la predicación la traducción griega de los LXX; esta traducción que comenzó a elaborarse a mediados del siglo III a. C. contenía, intercalados con todos los demás libros bíblicos, estos que llamamos deuterocanónicos. Con el paso del tiempo el uso de estos libros se fue haciendo cada vez más habitual y a partir del siglo V puede hablarse de una casi unanimidad en la aceptación de estos libros como bíblicos y sagrados con todas las consecuencias. Sólo se mantuvieron algunas voces discordantes —el caso de Jerónimo, el traductor de la Vulgata, es emblemático— que llegaron hasta las puertas mismas del Concilio de Trento que en el año 1546 zanjó la cuestión para los creyentes católico-romanos afirmando la total y absoluta canonicidad de estos libros. mientras, las Iglesias de la Reforma, sin embargo, juzgaron más correcto mantener los criterios del judaismo ortodoxo y no reconocieron como inspirados y normativos para la fe y la conducta a estos libros a los que acostumbraron a am ar apócrifos en el sentido etimológico de “oculto", es decir, libros que debían ocultarse o no utilizarse en el uso litúrgico.


Dentro de la Iglesia Católico-Romana el primero en denominarlos deuterocanónicos fue Sixto de Siena (año 1569) distinguiéndolos de los protocanónicos indiscutiblemente admitidos como sagrados por judíos y cristianos.


2. Historia de la cuestión


La forma nación del canon o lista autorizada de los libros sagrados de la Biblia ha sido enormemente compleja, tanto entre judíos como entre cristianos.


Entre los judíos la lista fue bastante fluctuante, sobre todo en lo que se refiere al grupo de los llamados “Escritos", al menos hasta el año 70 d. C. Fluctuación o dudas que alcanzaron incluso a algunos de los libros que hemos llamado protocanónicos (Eclesiastés y Cantar de los Cantares, por ejemplo). Por lo que se refiere a los deuterocanónicos, las reservas fueron mucho mayores entre los judios de Palestina que entre los de Alejandría donde se había hecho común el uso de la Biblia griega de los LXX que contenía tales libros. Pero de hecho, cuando el judaismo ortodoxo palestinense fija el canon corto sin los deuterocanónicos, debemos pensar que los judíos de Alejandría aceptaron tal decisión, pues no se conoce ningún atisbo de conflicto entre ambas comunidades judías por dicha causa. En el rechazo definitivo de los libros deuterocanónicos por parte de los judíos, debieron influir tres principales razones: a) el origen relativamente tardío de los mismos sin apenas vinculación con el tiempo de los profetas; b) el hecho de que, incluso los que fueron escritos originaria· mente en lengua semita como Tobías, Judit, Eclesiástico y 1 Macabeos, sólo se conservaran en griego; c) y finalmente, su inclusión en la Biblia de los LXX utilizada preferentemente por los cristianos.


En la Iglesia cristiana la historia tuvo un recorrido y un desenlace distinto. En primer lugar, el uso masivo que tal Iglesia hizo desde sus mismos comienzos de la Biblia griega de los LXX favorecía abiertamente la consideración y aceptación de los deuterocanónicos como libros sagrados en absoluta parí· dad con el resto. En segundo lugar, en el NT encontramos citas o al menos alusiones explícitas de Sb, Eclo, Tb y Jdt. En tercer lugar, es evidente la familiaridad de numerosos escritores cristianos de los primeros siglos con los libros deuterocanónicos. Pero también es verdad que la mencionada fijación del canon corto hebreo por parte del judaismo, fijación que es ya firme a finales del siglo II, no pudo menos de tener sus repercusiones en la Iglesia cristiana, sobre todo en aquellos ambientes que vivían en contacto relativamente amistoso con los comunidades judías; o por el contrario, en autores cristianos enzarzados en controversias con los judíos. Orígenes, en concreto, aun apreciando y citando con frecuencia los deuterocanónicos, no les dedica ningún comentario, como tampoco lo hará el resto de la Iglesia griega hasta bien entrado el siglo V. Hemos aludido más arriba al caso de Jerónimo, el traductor de la Vulgata, que fascinado por lo que él llamaba hebraica veritas (“la verdad hebrea") se resistió a aceptar los deuterocanónicos; sólo por complacer a unos amigos tradujo a toda prisa (obra de un par de noches de insomnio) Tobías y Judit. Pero las dudas fueron desapareciendo casi por completo y la Iglesia dé Roma decretó en Trento para los suyos el carácter canónico de los libros en cuestión.


Las Iglesias de la Reforma, sin embargo, siguieron otro camino. De entrada recuperaron como lista normativa de libros bíblicos la del canon corto judío. A los libros deuterocanónicos los consideraron útiles para una lectura devota, pero no como fuente de fe. Martín Lutero los incluyó en su traducción de la Biblia al alemán, pero lo hizo colocándolos en una sección propia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Así lo hizo también Cipriano de Valera cuan- do en 1602 publicó su revisión de la Biblia que en 1569 tradujo Casiodoro de Reina, conocida con el nombre de Biblia del Oso. Este proceder fue seguido por la mayoría de las ediciones protestantes de la Biblia, hasta que en el siglo XIX la Sociedad Bíblica Escocesa decidió publicar sus ediciones de la Biblia sin los deuterocanónicos. Esta decisión fue seguida por otras Sociedades Bíblicas debido a su especial vinculación entonces con las Iglesias Protestantes de diferentes confesiones.


En cuanto a las Iglesias Ortodoxas orientales, hasta el siglo XVIII no tuvieron ningún problema en admitir como inspirados y canónicos los libros deuterocanónicos. Pero a partir de esta época —sobre todo en la Rusia de Pedro el Grande—, la Iglesia Ortodoxa Rusa decide excluirlos del canon bíblico, mientras que la Iglesia Ortodoxa Griega ha mantenido una postura de mayor flexibilidad a este respecto, aunque la tendencia mayoritaria es considerarlos libros canónicos.


3. Los deuterocanónicos en las Biblias Interconfesionales


En las ediciones interconfesionales de la Biblia, siguiendo las Normas para la Cooperación Interconfesional en la traducción de la Biblia suscritas por el secretariado para la promoción de la Unidad de los Cristianos y las Sociedades Bíblicas Unidas, los libros deuterocanónicos se colocan en un bloque propio aparte al final de los libros hebreos del AT indiscutiblemente admitidos como canónicos por todas las confesiones cristianas. En todo caso, los libros deuterocanónicos son un magnífico testigo de cómo el mundo judío —cultura y religión— tuvo que entrar en contacto y relacionarse para bien o para mal c0n la civilización helenística que invadió todo el Oriente Próximo —Palestina incluida— a raíz de las conquistas de Alejandro Magno. Y son también un espléndido ejemplo de una religiosidad sincera y profunda.



TOBIAS


INTRODUCCIÓN


1. Datos generales


El libro de Tobías cuenta las vicisitudes de dos familias judías que viven en la diáspora y en las que parece haberse cebado la desgracia. Cuando, ante la desesperación, claman al cielo, su oración es escuchada. El desarrollo de la obra va a narrar la acción providente de Dios que se pone en movimiento a través de vías insospechadas. De este modo va transformando los aparentes obstáculos del camino en medios que capacitarán a los protagonistas para resolver los problemas de una forma imprevisible. La aparente desgracia queda superada sobreabundantemente en el desenlace final.


2. Características literarias


A pesar de la abundancia de datos y detalles concretos que pudieran dar una primera impresión de realismo y de historicidad, un mínimo examen deja al descubierto la poca precisión o el desconocimiento de la historia y la geografía. Realmente al autor no le interesan estos datos; simplemente utiliza unas referencias históricas, que tienen su eco en la memoria colectiva de sus lectores, para situar su narración en un determinado contexto.


De hecho, el libro de Tobías es una obra de ficción, un relato corto de tipo edificante. No es difícil reconocer en su trasfondo la cercanía a otras obras literarias extrabíblicas, tales como La sabiduría de Ajicar o El cuento del muerto agradecido. Se pueden percibir con facilidad otros motivos frecuentes en la literatura antigua y en el folclore: el drama del sufrimiento del justo, el joven inexperto al que se le encomienda una misión y al que las pruebas sucesivas del viaje hacen madurar, el compañero de viaje desconocido que a la postre resulta ser divino...


Pero es del AT de dónde esta obra toma sus motivos principales; sobre todo se inspira en los relatos patriarcales de Isaac y Jacob, y tiene muchos elementos comunes con la historia de José. A su vez, el marcado interés didáctico del relato, lo lleva a contactar con los libros sapienciales, especialmente con Proverbios y Eclesiástico.


Sin embargo, el libro de Tobías no hace ninguna concesión al folclore. Los efectos narrativos aparecen con frecuencia sacrificados en función del interés didáctico: los problemas y los misterios quedan explicados con rapidez por la voz autorizada del narrador o del ángel; las soluciones se anticipan sin dar lugar a la intriga o a la tensión argumental. Es como si el autor no permitiera que nada pueda distraer a los lectores del verdadero centro de atención que es la acción providencial de Dios. El relato abunda en ironías narrativas y sobre todo en discursos directos llenos de consejos y normas de conducta que pretenden instruir sobre lo que debe de ser la vida de un judío en la diáspora. En el plano narrativo hay que valorar la utilización de algunos recursos muy logrados: paralelismo de escenas, superposición de los diferentes planos de conocimiento en que se mueven personajes y lector, juego con el que se nos introduce constantemente en la dinámica oculto-manifiesto. Este recurso es fundamental a la hora de exponer su tesis sobre la providencia divina.


En el conjunto del libro podemos percibir un gran número de géneros literarios menores: autobiografía (Tob 1:1-22Tob 3:1-17); oraciones (Tob 3:2Tob 6:11-15; Tob 8:5-7; Tob 8:15-17; Tob 13:1-18); contrato de depósito (Tob 5:3); contrato matrimonial (Tob 7:9-14); discurso de despedida (Tob 4:3-10; Tob 14:4-11).


3. El texto del libro de Tobías


El texto griego del libro de Tobías ha llegado a nosotros en dos formas un poco diferentes: una recensión más larga que encontramos testimoniada en el códice Sinaítico y que es la que seguimos fundamentalmente en la presente traducción; y otra recensión más breve que aparece testimoniada principalmente en los códices Vaticano y Alejandrino; en determinados momentos utilizaremos este segundo texto para suplir alguna laguna del texto largo. No podemos determinar la relación que existe entre ambas versiones, cuál depende de cuál o si ambas dependen de un original en lengua semítica. Hay muchos indicios lingüísticos que podrían hacer suponer un original en arameo o en hebreo, pero estos indicios tampoco son definitivos.


4. Fecha y lugar de composición


El autor de Tobías fue un judío que vivía probablemente en la diáspora y que escribe para otros judíos que viven en su mismo ambiente. Precisar más el lugar es bastante difícil. En cuanto a la fecha de composición habría que suponer una época en que la realidad de la diáspora ya no se vive como problema. Algunos datos podrían hacernos pensar que estamos en plena era helenística: el nombre de Ragués, los nombres de los meses y las monedas son nombres griegos: distros (Tob 2:12), la dracma (Tob 5:15). No se percibe nada que nos haga sospechar la crisis de la persecución seléucida y la reacción de los Macabeos; ello hace suponer que el libro es anterior a todos estos acontecimientos. Los comienzos del siglo II a. C podría ser una buena fecha.