Presentación del libro:



[L] El autor del libro de Daniel debió de ser uno de los maestros de la Ley que, en tiempo de la gran persecución del tiempo de los Macabeos, animó la resistencia espiritual de su pueblo. Y seguramente se incluía a sí mismo dentro de esos guías de la fe a los que Dios premiaría en forma especial [Dan_11,33] y [Dan_12,3]). Mientras los Macabeos encabezaban la resistencia armada al opresor, estos maestros de la Ley, desconfiados ya de la política y de las armas, se conformaban con dar ejemplo de fidelidad a la alianza de Dios y a sus leyes. Hay como tres partes en ese libro: En los capítulos 1-6, el autor retoma varias historias que enseñaban a los judíos establecidos en los países extranjeros y, a veces, funcionarios de sus reyes, que en ningún caso podían transigir con las exigencias de su fe y las prácticas de su Ley. En los capítulos 7-12 él da su propio mensaje a sus compatriotas perseguidos: esta persecución hace parte del plan de Dios; los opresores no conseguirán destruir el pueblo creyente y poco después de la persecución llegará el Reino de Dios. Ahí se encuentran los tres pasajes más famosos del libro: el texto referente al Hijo del Hombre, al que Jesús se referirá ([Mc_13,26] y [Mc_14,62]); el anuncio de la resurrección de los muertos [Mc_12,13]; la profecía de las setenta semanas, que se ha prestado para innumerables comentarios respecto del fin del mundo. Las historias de los capítulos 13 (historia de Susana) y 14, que no se leen en la biblia hebraica sino solamente en la biblia griega, son de la misma vena que las de la primera parte del libro. Daniel, la historia y la ficción Todos estos relatos son protagonizados por un tal Daniel, un profeta que habría vivido en tiempos del Exilio, en el siglo VI antes de Cristo: nos lo presentan niño (c.13), adolescente (c.1) y adulto. Pero los datos históricos se contradicen constantemente y son habitualmente erróneos. La comunidad judía que puso este libro entre los de la Biblia en el tiempo de Jesús no se equivocó al respecto, pues no lo colocó entre los libros de historia o en los proféticos, sino entre los escritos de enseñanza religiosa. Debemos saber que durante los dos siglos anteriores a Cristo florecieron entre los judíos obras literarias muy preciadas a las que se llamó libros apocalípticos, o sea revelaciones. En esos libros se comentaban los hechos contemporáneos poniendo estos comentarios en boca de algún personaje de tiempos pasados, como si él los hubiera conocido de antemano. Dicho personaje, pues, descubría el sentido de la historia e indicaba con una sabiduría divina lo que se debía esperar del porvenir más cercano. Estos libros, pues, eran el modo de enseñar mediante una ficción, y el libro de Daniel es una de esas ficciones. Pues Daniel era, en los escritos del Oriente, el nombre de un sabio antiguo [Ez_14,14]. De ahí se forjó el personaje de Daniel, profeta y sabio, que habría vivido entre los desterrados a Babilonia, cuyas palabras y ejemplos debían iluminar a los judíos en contacto con los paganos.