Presentación del libro:



[L] El Eclesiastés tal vez resumió lo esencial de su pensamiento en esta sentencia: [Qo_3,11], [Qo_8,16]. Dueño del universo, el hombre, creado a imagen de Dios, lo es de alguna manera. Sin embargo, no es más que el servidor hecho de barro a quien Dios impuso la tarea penosa de buscar siempre. Es pretensión irrealista pensar que el hombre pueda algún día aclarar satisfactoriamente el sentido de su propia vida o solucionar definitivamente las tensiones y conflictos que desgarran a la humanidad. El autor del Eclesiastés vivió en el siglo_III antes de Cristo, cuando la cultura griega penetraba en el mundo judío. El dinamismo de la civilización griega se debía, en parte, a su total confianza en la capacidad del pensamiento humano -y sabemos que la misma ambición es todavía el motor del Humanismo occidental. El Eclesiastés refuta ese optimismo: estamos en un mundo donde todo es desconcertante. Tratemos de sentir el misterio de Dios y el peso de su silencio: el hombre es un ser mortal y limitado. No tomemos pues por sabiduría sólo las apariencias. Mejor vivamos plenamente el momento presente, solucionando día tras días los problemas que están a nuestro alcance y gozando hoy mismo la felicidad que Dios reservó para este día. Y lo demás se deja a_Dios. La religión ha tratado siempre de explicar, de entregar una visión más ordenada de la existencia. El Eclesiastés no le solicita ese servicio. En esos tiempos, las personas piadosas afirmaban que Dios aquí en la tierra recompensa a los buenos y castiga a los malos. El Eclesiastés pone esto en duda. Aunque los mandamientos de Dios nos señalan un camino, él respeta los silencios y la aparente ausencia de Dios. El que escribió este libro, en el siglo IV o III antes de Cristo, hizo lo que ahora hacen muchos escritores y poetas, que firman sus obras con un seudónimo, o sea un nombre inventado. Presenta su enseñanza como si fuera la del rey Salomón, hijo de David. Se sabe que Salomón tenía reputación de hombre muy entendido en la sabiduría. Pero como él era un hombre encargado de instruir a la asamblea de los creyentes (es lo que quiere decir la palabra Eclesiastés), los que publicaron su libro juntaron las dos palabras: Eclesiastés y Salomón.