Presentación del libro:



[L] Cuando todo se viene abajo "Una tercera parte morirá de peste y de hambre, otra caerá a cuchillo, y una parte la esparciré a todos los vientos; y también a éstos los perseguiré y saciaré mi furor en ellos." Estas son las palabras de Dios, con las cuales Ezequiel anunciaba la ruina del Pueblo Santo. ¿Acaso no se aplican también a la crisis actual de la Iglesia? Esta ha perdido en pocos años la fachada imponente que constituían para ella sus templos y ceremonias concurridas, la práctica mayoritaria del pueblo, la fidelidad de su clero presente en todas partes, la seguridad de una fe indiscutida y de una obediencia de todos al centro, Roma. Todo esto se va derrumbando. Muchos esperaban que la renovación empezada con el Conciclio diera pronto frutos, pero cada día se deshace más lo que parecía asegurar el porvenir. Entonces nos vienen a la memoria otras palabras de Ezequiel: "No les permitiré que sean un pueblo como los demás, sino que reinaré por la fuerza sobre ustedes. Yo los reuniré de en medio de los pueblos y me enfrentaré con ustedes. Tendrán que pasar bajo mi autoridad." ¿Acaso no será Dios el que llama ahora las fuerzas de destrucción? ¿No será Dios el que echa abajo las construcciones humanas que nosotros creíamos ser la Iglesia? Algo subsistirá, por supuesto, un resto, como lo anunció Ezequiel, es decir, aquellos cuya fe habrá sido purificada por la prueba y en los que actuará con más libertad el Espíritu de Dios. Lo dicho anteriormente basta para entender el valor actual del libro de Ezequiel. Este fue testigo de Dios en los últimos años del reino de Judá y, después de la caída de Jerusalén, entre los desterrados a Babilonia. Seguramente nos extrañará el lenguaje que atribuye a Dios, el cual está siempre amenazando, y parece gozar con la situación atroz de su pueblo, satisfaciendo con esto su rencor y sus celos. Pero ¿sería posible hablar de amor quitando de en medio las palabras celos y violencia? Hay celos y violencia cuando Dios viene a conquistar a hombres carnales y pecadores. El esposo va a buscar a la mujer infiel en medio de sus amantes y la trae a la fuerza. Las palabras excesivas de Ezequiel no deben hacernos olvidar otras páginas de la Biblia en que Dios expresa su cariño. Pero tampoco se pueden dejar a un lado so pretexto de que Dios sería un buen papá. Posiblemente hemos experimentado en carne propia la miseria del pecador que hace frente a Dios: a Ezequiel le tocó denunciar toda la amargura del pecado y gritar la indignación de Dios. Los judíos suelen decir que Ezequiel mereció ser renegado de su nación por haber hablado del Pueblo Santo en forma tan insultante e incluso grosera... Pero nunca dudaron de que su palabra fuera de Dios. Y lo es también para nosotros. Una palabra que nos obliga a ser muy exigentes con la Iglesia, en la misma medida en que la queremos y nos sentimos parte de ella. El libro de Ezequiel Muy posiblemente Ezequiel era un joven sacerdote, y estuvo entre los judíos desterrados a Caldea después del primer sitio de Jerusalén, en el año 598 [2Re_24,14]. Allí fue llamado por Dios como nos lo cuenta en los capítulos 1 y 2. La primera parte de su libro (cc. 1-24) reúne sus discursos, que anunciaron la destrucción total de su patria. Después de las profecías contra las naciones extranjeras (cc. 25-32), viene la tercera parte del libro, las promesas a los desterrados. Porque Dios no quiere que muera su pueblo. Se sabe de razas que desaparecen y de emigrantes que olvidan su patria porque encontraron trabajo en otro país. Así, debió morir el pueblo judío después de la crisis en que Jerusalén fue desolada. Cuando estuvieron en Babilonia, desterrados en una nación más próspera, los ancianos vivieron echando de menos a su tierra, mientras los jóvenes pensaron aprovechar su nueva situación. Pero Ezequiel se dedicó a formar la conciencia de los que algún día volverían a Judea para construir el nuevo reino de Dios (cc. 33-39).