Presentación del libro:



[L] Los tres primeros evangelios pueden hacernos olvidar el trabajo y los talentos de los que los redactaron. Cualquiera que haya sido la visión que quisieron dejarnos del Salvador, trataron los testimonios con tanta sencillez, que muchas veces creemos que estamos viendo y oyendo al mismo Jesús. En ese sentido el evangelio de Juan es muy diferente. Este libro lo acompañó a lo largo de toda su vida de apóstol y no dejó de redactarlo y de corregirlo a medida que iba profundizando su experiencia de Jesús, ahora resucitado y presente en su Iglesia. Y Juan no nos oculta lo que se propuso: [Jn_20,31]. Ciertamente la Iglesia profesaba la fe en Jesús, Hijo de Dios, pero ¿cómo entendían estas palabras? La resurrección de Jesús había manifestado la divinidad de su persona, pero ¿desde cuándo y hasta qué punto participaba de la existencia divina? El evangelio de Juan afirma con toda claridad su existencia en Dios mismo desde la eternidad, y esta claridad sobre el origen de Jesús ilumina la amplitud de su obra. Siendo Jesús el Hijo eterno de Dios hecho hombre, no vino sólo para enseñarnos a ser mejores, sino para transformar la creación. El evangelio de Juan no es una obra de fantasía. Se hallan en él testimonios muy precisos y que contienen mas detalles verificables que los otros evangelios. Pero no se atuvo sólo a sus recuerdos. A medida que progresaba su reflexión o su experiencia, los desarrollaba y los construía en en los que Jesús, con la ayuda de Juan, se dirige en realidad a nosotros. El evangelio de Juan es polémico: mientras más pura y dura sea una verdad, menos numerosos serán los que puedan oírla. Este evangelio no dejó de suscitar polémicas dentro de la misma Iglesia en los primeros tiempos en que fue divulgado, pero pronto fue reconocido como Palabra de Dios y de los Apóstoles. El evangelio de Juan, pues, fue hecho y rehecho, e indudablemente sólo fue publicado después de la muerte de su autor, hacia el año 95, como lo da a entender un pequeño párrafo añadido al final. En su última redacción parece que fue reconstruido en torno a las tres Pascuas que jalonan la vida pública de Jesús. Hay allí un elemento importante para comprender el pensamiento de Juan. Termina de escribir cuando hace ya veinte años que Jerusalén y el Templo han sido destruidos por los romanos. Pero, al igual que Pablo, sabe que la resurrección de Jesús inaugura una nueva era en el mundo. La revelación al pueblo judío y las grandes liturgias del Templo pertenecen al pasado, pero en esta Primera Alianza, que pasó a ser la Antigua Alianza, es donde hay que encontrar la clave para comprender la obra de Jesús. Juan se referirá pues, muchas veces, a las fiestas de los judíos, a los símbolos religiosos: el agua, las palmas, el cordero... Y mostrará cómo todo esto se encuentra transfigurado en la vida y en la nueva liturgia de los cristianos. Habrá, pues, tres partes después de este ponerse en camino que llamamos la Semana del Descubrimiento, la que ocupa el primer capítulo hasta [Jn_2,16]: -_En [Jn_2,17] Jesús sube al Templo para la Pascua: los capítulos 2 a 5 desarrollarán este signo del Templo. -_En [Jn_6,4], de nuevo la Pascua, y Juan desarrolla el signo del Pan. -_En [Jn_13,1], es la tercera Pascua, en la que Jesús será entregado a la muerte, a la misma hora en que en el Templo se sacrifican los corderos de la Pascua. Y el Cordero será el tercer signo. ¿Fue realmente Juan el autor del evangelio que lleva su nombre? Esta es una pregunta muy difícil de responder. No faltan razones para dudar que Juan haya sido el autor, pero se pueden también reunir otros tantos argumentos para defender que tradicionalmente se lo haya atribuido a él. Como lo vimos en la Introducción a los Evangelios, una razón inconfesable empuja a algunos a buscar otros autores fuera de los apóstoles. El mensaje de Juan es tan claro que nos quema. Decir que el hombre de Nazaret que lo marcó para siempre, que lo amó sin duda de un modo más particular que a los demás apóstoles, era la Palabra eterna de Dios, Dios nacido de Dios, es algo que nos deja aturdidos. Por eso preferiríamos que tales expresiones las hubiese dicho otro, no un testigo directo, sino algún teólogo que habría idealizado a Jesús más fácilmente, porque de lejos no habría tenido toda la evidencia de su presencia humana, de su manera de mirar y de comer, y el olor de su transpiración... Pero debemos reconocer que las razones para dudar son poderosas, y la principal es ésta: decenas de años separan los primeros testimonios tan vívidos sobre los hechos y gestos de Jesús, de los discursos construidos posteriormente a partir de aquéllos y que a veces dan la impresión de que olvidan la tradición original. ¿Pudo haber hecho todo ese camino uno de los primeros testigos de Jesús? Quien dio la forma definitiva a los discursos, entre los años 70-80, sin duda cerca de Efeso, lugar adonde según una antigua tradición se habría retirado y habría muerto Juan, es un teólogo. Su interés por todo lo que se refiere al Templo induciría a pensar que se trata de un sacerdote. ¿Puede, pues, avenirse esto con la persona del pescador de Tiberíades, el hijo de Zebedeo? ¿Es posible que una tal visión de Jesús, Hijo de Dios y Salvador del universo, haya surgido en él y que la haya expresado después en su evangelio? Este es el tipo de preguntas en las que cada uno decidirá a partir de su propia experiencia. Uno puede haberse encontrado con creyentes que, sin haber estudiado la teología universitaria, son teólogos en un sentido muy verdadero y profundo. Les han bastado unos encuentros privilegiados para que se despertase su carisma. Luego han entrado a formar parte de ese reducidísimo número de apóstoles que constantemente revisan en la oración y en la reflexión común los hechos y los descubrimientos de su tarea de Iglesia, tratando de comprender los caminos de Dios. ¿Necesitarán tal vez de libros o personas que les ayuden a madurar su pensamiento? Dios, que les infunde la sabiduría, hará que les lleguen las ayudas exteriores. ¿No pudo haber sido este el caso de Juan, tan ligado a Jesús, y después su apóstol durante sesenta años? El no pasó como Pablo por las escuelas rabínicas, y por eso no utiliza como éste argumentos sofisticados, pero que es teólogo no cabe duda, y conocedor de Dios.