CARTAS DE SAN JUAN

Las tres cartas de san Juan tienen tantas y tan significativas semejanzas que es razonable asumir una autoría común. El estilo joánico que domina en las tres se caracteriza, entre otras cosas, por el uso de un vocabulario común, más restringido, que determina los temas teológicos fundamentales (testimonio, verdad, mundo, comunión, etc.). Ya desde el s. II (Ireneo; Canon de Muratori), la tradición atribuye estas tres cartas de forma constante a Juan hijo de Zebedeo; la autoría joánica podría entenderse en un sentido más amplio, es decir, suponiendo que salieron de la pluma de un discípulo de Juan, miembro del grupo que había recibido el testimonio del discípulo a quien Jesús amaba. Las cartas denotan un contexto vital en el que las comunidades sufren tanto por el pecado de sus miembros auténticos como por las agresiones de falsos miembros.

En la primera carta, el anuncio de la encarnación (1Jn 1:1 s) es el elemento central, en torno al cual gira el conjunto de los elementos. El autor concibe a la comunidad (Iglesia) como la reunión de los creyentes en Cristo que forman una comunión (koinonía) con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1Jn 1:3) y reciben el don del Espíritu Santo (1Jn 3:24; 1Jn 4:13). De ahí su insistencia en el mandamiento del amor, segundo gran acento de la carta.

La segunda carta está impregnada del vocabulario y mensaje de la primera. Así lo muestra la mención de Jesucristo, el Hijo del Padre (v. 2Jn 1:3; véase 1Jn 1:3), el abundante empleo del término verdad, del mandamiento nuevo (v. 2Jn 1:5; véase 1Jn 2:7-11) o la mención de los seductores y del Anticristo (v. 2Jn 1:7; véase 1Jn 2:18; 1Jn 4:2 s).

La tercera carta se presenta, lo mismo que la segunda, como obra de «el Presbítero» y está dirigida a un cristiano llamado Gayo (probablemente, el jefe de una de las iglesias de Asia Menor en la que habría una fuerte corriente misionera).