Riched20 5.40.11.2210;Deuteronomio
Introducción
El Libro
Deut. es el quinto y último libro del Pentateuco (ver artículo sobre el Pentateuco), los libros tradicionalmente atribuidos a Moisés. El libro toma su nombre de la traducción gr. en 17:18, que malentiende el heb. una copia de esta ley, y lo toma como si dijera una segunda ley. El título en heb. se toma de las primeras palabras del libro: Estas son las palabras; es decir, las palabras de Moisés a los israelitas justo antes de que entraran a la tierra prometida. Esta es la mejor manera de pensar sobre este libro. No es tanto una segunda ley, más bien es como una predicación o reaplicación de ciertas leyes dadas en los libros precedentes del Pentateuco.
Trasfondo
Hasta aquí, en la historia del Pentateuco, se ha dado una promesa la que ahora está próxima a cumplirse. Dios había prometido a Abraham que llegaría a ser el padre de una gran nación (Gén. 12:1– 3). La nación habitaría en una tierra muy rica, una tierra que fluye leche y miel (Exo. 3:17). La nación creció en la esclavitud en Egipto, hasta que Dios los libertó milagrosamente (Exo. 14); Dios después los encontró en el monte Sinaí y formalmente hizo un pacto con ellos, el cual incluía varias leyes que debían observar (Exo. 19– 24). El siguiente paso era marchar hacia la tierra prometida, pero fracasaron y no lo lograron inmediata mente porque fueron intimidados por los obstáculos que encontraron en el camino. Por lo tanto, a causa de su falta de fe el Señor decidió que no sería esa generación, sino la siguiente, la que entraría a la tierra prometida. Mientras tanto, fueron condenados a vivir 40 años errantes en los desiertos del Sinaí (Núm. 13– 14; ver especialmente Núm. 14:20– 35).
Al principio de Deut., Moisés, quien tampoco entraría a la tierra prometida, se dirige a la nueva generación. Les recuerda todos los eventos que los han traído hasta este punto, y los prepara para que sean fieles al pacto con el Señor cuando crucen el río Jordán y reciban la herencia que les daba.
Fecha y Paternidad Literaria
Debido a que las palabras de Moisés conforman la mayor parte del libro, tradicionalmente se le ha considerado a él como el autor. Sin embargo, es obvio que alguien más debe haber sido responsable por la última parte del libro, ya que Moisés se menciona como él (en lugar de yo) en varios lugares (p. ej., 1:1), incluyendo el relato de su muerte (Deut. 34). Es mejor ver este libro como un fiel registro de sus palabras, puestas por escrito en algún tiempo después de su muerte.
Entonces, ¿cuándo fue escrito? Varios eruditos creen que Deut. fue escrito tanto como seis siglos después de Moisés, en el siglo VII a. de J.C. Este punto de vista se basa sobre el relato del descubrimiento (en el año 621 a. de J.C.) del llamado libro de la ley en el templo en Jerusalén durante el reinado del rey Josías, cuando él estaba llevando a cabo una reforma religiosa después de muchos años de adoración idólatra (2 Rey. 22:8). (Ver 28:61 para el nombre en el libro de esta ley según se aplica a Deut.; cf. 31:24.) Cuando se acepta este punto de vista en cuanto a la autoría del libro, generalmente no se sustenta la opinión de que el libro sea un fiel registro de las enseñanzas de Moisés sino, por el contrario, que expresa la preocupación del período de Josías, y que el nombre de Moisés simplemente se usa para darle autoridad a las pala bras. Las leyes que asumen una existencia sedentaria y un estilo de vida agraria (p. ej. 24:19– 22) a veces se muestran como evidencia de una composición sólo después de haber entrado a la tierra pro metida. Y pasajes, tales como 4:25– 31; 28:64– 68 y 30:1– 10, que anticipan el exilio en Babilonia (586– 539 a. de J.C.), se ha pensado que hayan sido compuestos tan tarde como durante el exilio mismo.
Hasta cierto punto, las decisiones en relación con la fecha de escritura de Deut. dependen sobre si acaso se piensa que el escritor bíblico haya podido prever condiciones y eventos en la historia de Is rael. Sin embargo, existen razones independientes para pensar que Deut. realmente fue escrito en un tiempo mucho más cerca a los días de Moisés.
Primera, Deut. no muestra conocimiento de las principales instituciones de la vida política y religiosa de Israel durante el período de los reyes; es decir, los reyes y el templo en Jerusalén. La frase el lugar que Jehovah vuestro Dios haya escogido de todas vuestras tribus para poner allí su nombre y morar en él (12:5; cf. 12:11, 14; 14:24) se toma a veces como una alusión disimulada para Jerusalén. Esto estaría acorde con la idea de que Deut. fue escrito en el tiempo de Josías, porque él destruyó todos los otros lugares de adoración que había además de Jerusalén. Sin embargo, no hay suficiente evi dencia para identificar el lugar exclusivamente con Jerusalén. La importancia de Siquem en el cap. 27, p. ej. habla en contra de esta propuesta.
Deut. tampoco muestra mucho entusiasmo con la idea de un rey (17:14– 20), simplemente parece permitir el asunto, y trata de asegurar que el rey no se vaya a convertir en un tirano. Esta ley no parece que haya surgido en el tiempo de Josías.
Segunda, Deut. sólo reconoce un Israel; un Israel unido, y no muestra estar familiarizado con la división de la nación en dos reinos luego del reinado de Salomón, alrededor de 930 a. de J.C. (1 Rey. 12).
Tercera, el libro advierte una y otra vez en contra de los peligros de la religión cananea (p. ej. caps. 7; 13). La tentación de dejar de adorar al verdadero Dios e ir en pos de los dioses de Canaán estaba presente tan pronto como Israel asentó los pies en tierra cananea. La preocupación de Deut., entonces, se comprende en un período bastante temprano en la historia de la nación, aunque realmente esto permaneció como un factor todo el tiempo desde que entraron a la tierra prometida hasta el exilio.
Cuarta, ciertas leyes tienen más sentido en relación con la inminente (o más reciente) ocupación de la tierra. Un ejemplo sería 12:14– 25, que permite la práctica secular de comer carne. Esta ley está en contraste con Lev. 17, la cual insiste en que toda matanza de reses debía hacerse como un sacrificio, y llevarse a cabo a la puerta del tabernáculo (el lugar de sacrificios y adoración hasta que Salomón edificó el templo). Deut. permite matar animales sin que necesariamente sean para sacrificio, porque después de establecerse en la tierra los lugares de adoración estaban demasiado lejos para que la gente fuera allá a ofrecer sacrificios simplemente para poder comer carne.
Quinta, Deut. comparte las inquietudes de los profetas; es decir, la necesidad por una religión de corazón, y el amor por la justicia y los derechos de los pobres (14:28, 29). Aun así es diferente de los libros proféticos en el sentido de que no se dirige a ocasiones o individuos particulares. El libro parece tener más la apariencia de un programa para el futuro. De hecho, es posible que los profetas se hayan dejado guiar por Deut., al igual que de otras par tes del Pentateuco. Amós, por ejemplo, debe haber tenido en mente a Deut. cuando señaló cómo Dios había dado su respectiva tierra a diferente gente (Amós 9:7; ver Deut. 2:19– 23), o cuando por medio de él Dios insta a Israel: ¡Buscadme y viviréis! (Amós 5:4; ver Deut. 4:1; 4:29; 30:19; 32:46, 47).
Y por último, se ha demostrado que formalmente Deut. se parece a ciertos tratados políticos hechos por los reyes heteos con Estados más débiles, al igual que con ciertos códigos legales antiguos, tales como el del famoso rey y legislador babilonio Hamurabi. Las analogías del tratado resultan ser más interesantes porque Deut. comparte con ellos los elementos de relación y lealtad.
Las partes del tratado heteo son las siguientes: (1) un preámbulo, enunciando el tratado e identificando a quienes son parte del mismo; (2) un prólogo histórico, recordando las relaciones previas entre las partes involucradas; (3) estipulaciones generales, estableciendo la naturaleza de la futura relación entre las partes involucradas; (4) estipulaciones específicas, los detallados requisitos que debía cumplir la parte más débil; (5) testigos (los dioses eran invocados como testigos del tratado); (6) bendiciones y maldiciones: Estas se pronuncian en relación con la lealtad o deslealtad respectivamente.
Deut. muestra un patrón similar, aunque no idéntico; es decir: (1) preámbulo (1:1– 5); (2) prólogo histórico (1:6– 4:49); (3) estipulaciones generales (caps. 5– 11); (4) estipulaciones específicas (caps. 12– 26); (5) bendiciones y maldiciones (caps. 27, 28); (6) testigos. El cap. 32 cumple con esta última función. En 32:1 se llama al cielo y a la tierra para que sirvan como testigos de las palabras a Israel, una variación necesaria en relación con los tratados a causa del monoteísmo israelita.
La relación entre Deut. y los tratados no es perfecta. Por ejemplo, la sección de las maldiciones en Deut. es extraordinariamente larga. Y si el cap. 32 es la sección de los testigos, el orden es poco común. Además, los eruditos varían en la manera precisa en que las partes del tratado deben describirse y, por lo tanto, sobre cómo Deut. se ajusta al mismo. Aun más importante, Deut. no es un tratado político, sino un documento del pacto entre el Señor y su pue blo. La forma del tratado es una especie de lenguaje retórico, mostrando que el Señor es el rey de Israel (ver 33:5).
Para asuntos de fecha, el punto más importante es que estos tratados datan del segundo milenio a. de J.C. Por supuesto, debe decirse que los eruditos difieren en cuanto a si acaso estos tratados del segun do milenio son lo suficientemente diferentes de otros tratados del primer milenio, para que sirvan como prueba de que a Deut. debe asignársele una fecha del segundo milenio. El asunto no está decidido. Aun así, las similitudes entre Deut. y los tratados heteos son sorprendentes, y se mantienen como un argumento valioso para apoyar una fecha en la última parte del segundo milenio a. de J.C.
En conclusión, la información no puede probar concluyentemente ninguna de las fechas propuestas para Deut. Pero la evidencia es congruente con su composición en el período posterior a la muerte de Moisés. Esto puede haber sucedido inmediatamente, o dentro de unas cuantas generaciones.
Teologia
La teología de Deut. ha comenzado a ser evidente aun mientras se ha discutido su trasfondo y fecha. Es de mucha ayuda guardar en mente que el libro siempre está proclamando la verdad en cuanto a Dios, en contraste con lo que otros pueblos creen. Deut. es el libro para un pueblo que ha sido sacado de Egipto, porque Dios deseaba un pueblo que fuera diferente (o santo; 7:6); diferente de los cananeos en la tierra a la cual irían (12:31), así como de los egipcios (29:16, 17). Es un libro de instrucción y con la intención de que fuera preservado con este propósito. Como tal, el libro muestra un estilo peculiar, cuya principal característica es la repetición de ciertos términos y frases clave. Deut., al igual que los sermones, ¡suena a sermón! El asunto es que Israel siempre debía recordar que era diferente a otros pueblos, y por qué.
Esta es la razón por qué Deut. habla de elección (escogido en la RVA; 7:6, 7; 14:2). Cuando Dios llamó a Abraham, claramente tenía el propósito de que la gente que descendiera de él fuera de beneficio a todas las naciones (Gén. 12:3). Por lo tanto, el hecho de que Israel haya sido escogido no signi fica que Dios no ame a otros pueblos. Sin embargo, Deut. no tiene mucho que decir en cuanto a la salvación de otros pueblos. Su preocupación es con lo que tiene que venir primero; el pueblo de Dios de be conocerle, y ser socios fieles en el pacto.
El pacto es la relación entre Dios y su pueblo escogido. La idea había estado presente desde que Dios le prometiera a Noé que haría un pacto con él, y que nunca más traería otro diluvio (Gén. 6:18; 9:9– 17). La idea se desarrolló con Abraham (Gén. 15:18; 17:2) y en Sinaí, donde se señala que el pacto debe guardarse (Exo. 19:5) y se dan los Diez Mandamientos (Exo. 20:1– 17). Deut. describe con detalle ambos lados del pacto, los mismos que se observan en los otros libros de Moisés; es decir, la promesa de Dios y la necesidad de que Israel sea obediente a sus mandatos. Por un lado, Deut. frecuentemente hace referencia a la promesa hecha a Abraham, Isaac y Jacob (los padres; p. ej.. 1:8); y por el otro lado, claramente repite los Diez Mandamientos (5:6– 21) como una especie de introducción a las otras leyes que expone a continuación.
En la revelación del pacto de Dios se captan con claridad las ideas básicas de Deut. en cuanto a Dios. Primera, Dios es uno (6:4). Israel no debe adorar otros dioses, o adorar al Señor juntamente con otros dioses (5:7). Existían serios peligros morales en esto. Sin embargo, existían buenas razones para que Israel comprendiera con todo su corazón (6:5) que el Señor uno es. La primera es, obviamente, porque era la verdad. Pero además de esto, sig nificaba que ningún otro dios tenía derecho alguno sobre el pueblo. No había ninguna rivalidad entre dioses para ver quién les serviría como pueblo. ¡Qué bueno poder saber esto!, hay libertad en servir al único y todopoderoso Dios.
Segunda, se puede conocer a Dios. El se comunicó con su pueblo cuando se reveló a ellos en el monte Sinaí (siempre identificado como Horeb en Deut.), y les habló en palabras, a fin de que pudieran entenderle. Deut. hace mucho hincapié sobre la palabra por la cual Dios se da a conocer. En el pacto, es posible mantener una relación con el Dios viviente, y tener la seguridad de que se puede confiar en lo que él dice.
Tercera, Dios es espíritu. No puede hacerse ninguna imagen de él, porque no puede ser reducido a una parte material de su misma creación, y/o controlado por el adorador (5:8– 10). Tampoco vive, de una manera simple, en el lugar donde se le adora; al contrario, su nombre vive ahí (12:5; ver también 1 Rey. 8:27– 30 para la misma idea).
Cuarta, él controla tanto la historia como la naturaleza. Se pensaba de los dioses de Canaán como dioses de la naturaleza, y los israelitas a menudo eran tentados a pensar que eran ellos los que tenían el verdadero poder en esta área. Deut. muestra que el Señor no sólo los había sacado de Egipto sino que él también controlaba la fertilidad y las estaciones del año (7:13) y, por supuesto, que ambas cosas son inseparables (16:9– 12).
Quinta, hay la posibilidad de una vida ordenada y feliz delante de Dios. Deut. insiste en que hay un balance entre justicia (lealtad a las normas de la relación con Dios) y lo bueno (nos fuera bien, en la RVA), o prosperidad (6:24, 25). Esto se elabora más claramente en las maldiciones y bendiciones del cap. 28. Naturalmente, el lector se pregunta si acaso esto no es un entendimiento muy mecánico en relación con lo moral. Sin embargo, Deut. es más sutil en este respecto de lo que pudiera parecer a primera vista, como lo veremos más adelante.
Deut. es firmemente un libro sobre la gracia de Dios. El libro acentúa el hecho que Israel debe toda su existencia a Dios, porque él los sacó de Egipto, y los llevaría a una tierra donde serían ricamente ben decidos (p. ej. 8:7– 10). Incluso sus mandamientos son parte de su gracia, porque al observarlos Israel experimentaría la verdadera libertad. Las leyes en Deut. están diseñadas para que cada uno de los israelitas pudiera gozar completamente las dádivas de la tierra, y proteger a cada uno de posibles explotaciones a manos de otros. Los israelitas son hermanos y hermanas en la comunidad que Dios está formando. Todos, desde el rey (si decidían tener uno; 17:14– 20) hasta el esclavo (15:12), son hermanos en Israel. Esto marcaba una profunda diferencia en relación con la idea que otros tenían de lo que era una sociedad en aquel entonces; sociedades en las cuales la mayoría de la gente no eran mejores que siervos. Por lo tanto, Deut. contiene una visión de una sociedad en armonía, en la cual el conocimiento que la gente tiene de Dios los capacita para vivir juntos de la mejor manera posible.
Sin embargo, la visión no puede realizarse sin la fidelidad de la gente. ¿Tendrían la vivacidad espiritual y la fibra moral para guardar el pacto? Lo me jor de las cosas requiere, a corto plazo, lo que siempre parece ser un sacrificio: El renunciar a nuestros derechos. Deut. reconoce muy bien la debilidad de los seres humanos. Hasta este punto, la debilidad de este pueblo escogido ya se había hecho evidente en su historia (1:26– 46). Es obvio que esta gente escogida que se aprestaba a recibir la tierra como un regalo, era un pueblo de dura cerviz (9:4– 6). Por eso, desde sus inicios Deut. pregunta si acaso este (o cualquier otro) pueblo podrá guardar el pacto con Dios. La pregunta recibe respuesta sólo en el final del libro (cap. 30), en un pasaje don de se estima que es muy probable que las maldiciones caigan antes que pueda ocurrir una salvación final.
La teología de Deut. es pertinente para los cristianos modernos, pero debe leerse cuidadosamente y a la luz de la venida de Jesucristo. Los cristianos se consideran a sí mismos como el pueblo escogido por Dios (1 Ped. 2:9), aunque de una manera al go diferente a la del antiguo Israel. No constituyen una nación política, viviendo entre otras naciones, ni tampoco necesitan un territorio dónde vivir, leyes penales, ni tampoco de líderes propios para tiempos de paz o guerra. Tampoco buscan un lugar de adoración en particular sobre la tierra en donde Dios esté más presente que en otros lugares. Ya pasó el tiempo cuando estas cosas eran importantes en relación con la manera en que Dios trataba con los seres humanos. Desde que Jesús vino el pueblo de Dios es internacional, viviendo bajo diferentes sistemas políticos y buscando activamente extender el reino de Dios en todo el mundo. Y, por su puesto, ya no se hacen sacrificios con el fin de expiar el pecado.
Aun así, las principales perspectivas de la teología de Deut. mantienen su pertinencia. El libro enseña en cuanto a la gracia de Dios al hacernos suyos, así como de la necesidad que tenemos de responder a él con todo el corazón, en amor y obediencia. Para nosotros Dios también se ha dado a conocer, aunque ahora es en Cristo, quien en sí mismo constituye el lugar donde nos encontramos con él. El nuestro es un nuevo pacto en Cristo, en el cual, aunque moralmente débiles como Israel siempre lo fue, somos capacitados para permanecer fieles. Y ya no se piensa de las bendiciones de Dios en términos de prosperidad material, sino se aplican tanto a la edad presente como a la edad venidera.
Por supuesto, Deut. no es excusa para la llamada teología de la prosperidad, aunque una lectura descuidada pudiera hacer parecer que así es. Pero sí muestra un deleite en las cosas buenas de este mundo, y un claro entendimiento de la necesidad de los seres humanos por gozar las necesidades bá sicas de la vida. Estas cosas son tan importantes para nosotros y nuestro mundo como siempre lo han sido. Pero Deut. descarta cualquier religión que disfraza el intento por ser rico. Lo hace porque demanda un amor a Dios del corazón y, obviamente, un amor para con el prójimo. Esto es lo opuesto a un cálculo egoísta. Eso, de hecho, es idolatría, lo cual en Deuteronomio es uno de los principales pecados.
Bosquejo del Contenido
1:14:43Primer discurso de Moisés
1:1-5Introducción al libro
1:63:29Retrospección y prólogo
4:1-40Predicando las leyes de Dios
4:41-43Ciudades de refugio
4:4428:68Segundo discurso de Moisés
4:44-49Introducción a las leyes
5:1-21Los Diez Mandamientos
5:2211:32Exhortaciones básicas
12:1226:15Leyes específicas
26:16-19Los términos del pacto
27:1-26Poniendo las leyes por escrito
28:1-68Bendiciones y maldiciones
29:130:20Tercer discurso de Moisés
29:1-29Violación del pacto
30:1-20Renovación del pacto
31:134:12Desde Moisés hasta Josué
31:1-8Moisés entrega el mando a Josué
31:9-13Lectura de la ley
31:14-29La infidelidad de Israel predicha
31:3032:43El cántico de Moisés y su exhortación final
32:44-52Moisés se prepara para su muerte
33:1-29Moisés bendice al pueblo
34:1-12Muerte de Moisés