LA CARTA A LOS FILIPENSES

Filipos era una ciudad de cierta importancia en tiempos de San Pablo, tanto desde el punto de vista comercial como por su historia. Estaba situada en Macedonia, junto a la frontera con Tracia, sobre la Via Egnatia, una calzada romana que atravesaba ambas regiones y que era paso obligado para quienes, procedentes de Asia Menor, llegaban a Europa entrando por Grecia. La iglesia de Filipos fue la primera fundada por Pablo al pasar a Europa (cfr Hch 16,11-40). Esto ocurrió durante su segundo viaje, hacia el año 50 ó 51. San Pablo volvería a visitar Filipos, posiblemente dos veces durante su tercer viaje (cfr Hch 20,1-3), aunque no parece que se detuviera allí mucho tiempo.

Filipos había recibido unos veinte años antes el titulo de Colonia Iulia Augusta Philippensis, con el ius italicum. Allí se habían instalado y habían constituido sus familias muchos licenciados de las legiones romanas. Teniendo en cuenta el origen de las personas que habitaban la ciudad, la mayor parte de los fieles cristianos debían de proceder de la gentilidad. Todos tenían un gran amor al Apóstol y una extremada generosidad (4,10-20).

San Pablo indica que está preso cuando escribe esta carta (1,3), quizá en Roma o en Éfeso. Si se acepta que la escribió en Roma, habría que datarla entre los años 62-63. Si se opta por Éfeso, la carta debió de escribirse entre los años 54-57. Durante la cautividad del Apóstol, los filipenses, siempre solícitos en ayudarle en todo lo que necesitase, decidieron enviarle a Epafrodito con algunas limosnas para aliviar sus dificultades materiales (4,18), y para prestarle ayuda mientras estaba en la cárcel (2,25). Pero Epafrodito sufrió una grave enfermedad, que estuvo a punto de causarle la muerte. Una vez restablecido, Pablo decide que regrese a su ciudad para consuelo de los filipenses (2,25-30). Aprovecha su viaje para enviarles la carta, agradeciéndoles sus deferencias y exhortándoles a seguir la vida cristiana de manera más auténtica cada día (3,7-4,23); les previene también contra los judaizantes, que sembraban discordias por todas partes y ponían obstáculos al Evangelio (3,1-6).

La carta parece la contrapartida de la escrita a los Gálatas. Pablo se deshace en alabanzas: a Cristo, a los colaboradores en la difusión del Evangelio y a los filipenses. Éstos permanecen fieles al Evangelio a pesar de las dificultades y son una alegría para el Apóstol. El tono general de la epístola es más exhortativo que doctrinal. Con un lenguaje entrañable transmite noticias sobre la difusión del Evangelio. Desde la prisión les anima a poner por obra sus enseñanzas y a fomentar el crecimiento de las virtudes cristianas. A pesar de la brevedad del escrito, destacan por su importancia los siguientes temas doctrinales: el destino eterno del hombre; la actitud del cristiano ante las realidades temporales; el profundo misterio de Cristo y el ejemplo de su vida en la tierra. En este sentido el punto doctrinal más importante lo constituye el llamado himno cristológico de 2,6-11, quizá ya conocido por sus destinatarios y transcrito por el Apóstol con alguna apostilla suya. En esos versículos canta la humillación de Cristo en su encarnación, vida y muerte, la exaltación gloriosa de su humanidad tras la resurrección.


Citas del Antiguo Testamento
2,10-11. Is 45,23-24