LA PRIMERA CARTA DE SAN PEDRO

La Primera Carta de San Pedro muestra la misión y cohesión de la primitiva Iglesia en medio de una sociedad alejada de Dios. Enseña lo que ha de ser la presencia cristiana en el mundo y las consecuencias que lleva el Bautismo para los cristianos que viven en un ambiente hostil. El Bautismo y la Cruz son los dos puntos de referencia constante a lo largo de este escrito.

La carta fue desde muy antiguo reconocida unánimemente como del apóstol San Pedro. Es posible, sin embargo, que fuera redactada por Silvano (también llamado Silas en los Hechos de los Apóstoles) o algún otro discípulo, recogiendo la enseñanza de San Pedro. Por eso la fecha de composición se sitúa en torno al año 64 ó 67, años posibles del martirio de San Pedro, aunque tampoco puede descartarse una fecha algo posterior. Está dirigida a comunidades cristianas que vivían en diversas regiones de Asia Menor. Éstas se desenvolvían en un ambiente adverso, que podía suponer un peligro para la perseverancia de los fieles. Buena parte de aquellos cristianos eran conversos del paganismo. Probablemente, se trataba de la primera generación de cristianos en aquella región, que hacía poco tiempo habían abrazado la fe. De ahí también que se les recuerde constantemente su Bautismo (1,3.23; 2,2; 3,21). Como indica la despedida, fue escrita en «Babilonia» (5,13), es decir, Roma, capital del Imperio, que simbólicamente solía llamarse así (cfr Ap 14,8; 16,19; 17,5; 18,2.10.21).

El objetivo fundamental del Apóstol parece haber sido consolar y exhortar a los cristianos a mantenerse firmes en medio de dificultades y persecuciones. Las contrariedades que soportan, les viene a decir, no son inútiles: han de servirles para purificarse, sabiendo que es Dios quien juzga, no los hombres. Sobre todo han de saber que -a imitación de Jesucristo- conseguirán muchos bienes, e incluso atraerán hacia la fe a sus mismos perseguidores. En coherencia con la doctrina del Señor llama bienaventurados a los cristianos y les anima a soportar con gozo los sufrimientos. En la carta se desarrolla una idea profunda y consoladora: el cristiano está incorporado a Cristo y participa de su misterio pascual. Lo mismo que Jesucristo, para redimir a los hombres, ha sufrido la pasión y muerte y después ha resucitado a una vida imperecedera, también los cristianos alcanzarán su salvación y la de otros muchos, a través de las contradicciones. Jesucristo es el modelo, y es también el que da plenitud de sentido a las persecuciones que sufre el cristiano (4,12-19).

Aunque explícitamente sólo mencione el Bautismo en una ocasión, el autor alude en repetidas ocasiones a este sacramento. A través de esas alusiones es posible descubrir elementos de la liturgia bautismal y de la catequesis que se impartía a quienes se acercaban al Bautismo. Tres aspectos pueden destacarse en sus enseñanzas: el Bautismo lleva consigo un nuevo nacimiento; supone la liberación del pecado, prefigurada en la liberación de los israelitas en Egipto; efectúa la salvación, prefigurada también en Noé. Así, el Bautismo es el fundamento de las exhortaciones del autor sagrado a que los destinatarios se mantengan firmes en la fe (5,9). Les recuerda, además, otras enseñanzas sobre Jesucristo, sobre la Iglesia y sobre la vida cristiana. Podrían destacarse el sacerdocio común de los fieles (2,9), la universalidad de la Redención de Cristo (3,18-22) y el testimonio de la fe ante los demás ciudadanos con una vida ejemplar.


Citas del Antiguo Testamento

1,16. Lv 11,44:19,2; 20,7.26
1,24-25. Is 40,6-8
2,3. Sal 34,9
2,6. Is 28,16
2,7. Sal 118,22
2,8. Is 8,14
2,9. Ex 19,5-6; Is 43,20-21
2,10. Os 1,6.9; 2,25
2,22. Is 53,9
2,24. Is 53,11-12; 53,5-6
2,25. Is 53,6; Ez 34,5
3,10-12. Sal 34,13-17
3,14-15. Is 8,12-13
4,18. Pr 11,31
5,5. Pr 3,34