LAS CARTAS A LOS TESALONICENSES

Las Cartas a los Tesalonicenses, escritas unos veinte años después de la muerte de Nuestro Señor, son seguramente los dos escritos más antiguos del Nuevo Testamento.

San Pablo, con Silas y Timoteo, llega a Tesalónica, la capital de la provincia romana de Macedonia, en la primera fase de su segundo viaje apostólico (años 50-53), y allí predica el Evangelio. Obtiene abundantes frutos de conversión y funda una comunidad cristiana de la que se siente santamente orgulloso. Pero pocos meses después, a causa de las insidias de algunos judíos, se ve obligado a salir de forma imprevista de la ciudad (cfr Hch 17,1-9) y, con ello, a interrumpir la formación cristiana de aquellos fieles recién convertidos, que se encontraban en una situación difícil a causa de la persecución iniciada por los judíos. Por eso, desde Atenas envía a Timoteo (1 Ts 3,2) para confirmarlos en la fe, y para tener noticias de ellos. Entretanto, Pablo se dirige a Corinto, y allí se reúne con Timoteo (cfr Hch 18,5), que le da la alegre nueva de la perseverancia de los tesalonicenses en la fe y en la caridad, a pesar de las dificultades y persecuciones. Timoteo le informa también de algunas cuestiones que les inquietan: la suerte de los difuntos y la segunda venida del Señor o Parusía. Entonces el Apóstol, en el invierno del 50-51, les escribe la Primera Carta con el fin de completar su predicación anterior. La envía por medio de Timoteo, y con ella quiere también tranquilizarles sobre la suerte de los que ya habían muerto en la fe del Señor. Éstos, viene a decirles, también participarán de la resurrección de Cristo, porque cuando Él vuelva ellos resucitarán «en primer lugar» (1 Ts 4,16).

Sin embargo, algunos no entendieron bien la enseñanza del Apóstol y pensaron que la Parusía del Señor iba a ser inminente: incluso hubo quienes comenzaron a abandonar su trabajo. Estas noticias movieron a Pablo a escribirles la Segunda Carta unos meses más tarde para deshacer aquellos equívocos.

Fundamentalmente estas cartas tratan de la evangelización, de la acción de la Palabra de Dios, de la santidad de vida y en especial de la Parusía, o segunda venida de Cristo, y de la resurrección de los muertos. Los tesalonicenses no deben preocuparse -les dice San Pablo-, ni perder el tiempo elucubrando sobre estas cosas, sino tratar de vivir santamente y trabajar con honestidad a la espera de la definitiva venida de Cristo.

Citas del Antiguo Testamento
5,8. Is 59,17; Sb 5,18-19