Cartas Pastorales LAS CARTAS A TIMOTEO Y TITO

Las dos Cartas a Timoteo y la Carta a Tito se conocen comúnmente como Cartas Pastorales. Esta denominación se introdujo a principios del siglo XVIII por razón de sus destinatarios inmediatos y de su contenido. Van dirigidas a dos colaboradores del Apóstol, que están al frente, respectivamente, de las comunidades locales de Éfeso y Creta. Su contenido es eminentemente pastoral, pues se prescriben normas y consejos para la buena marcha de aquellas comunidades, amenazadas por el influjo de falsos maestros. Contienen también orientaciones sobre la organización de las iglesias y la función de los ministros. Las tres, además, coinciden en el estilo sencillo y en el tono familiar, que denota la preocupación del autor por formar a quienes desempeñan una misión pastoral.

Timoteo acompañó a San Pablo «como un hijo con su padre» (Flp 2,22). Era hijo de padre gentil y madre judía, piadosa cristiana (Hch 16,1). En su segundo viaje misional, a su paso por Listra, Pablo recibió excelentes referencias de este joven cristiano. Después de haberlo hecho circuncidar, lo llevó consigo como colaborador y ayudante en la fundación de las iglesias de Filipos y Tesalónica (Hch 16,12).

Sabemos que estuvo en Berea (Hch 17,14), y que desde Atenas el Apóstol lo envío a Tesalónica (1 Ts 3,2). De nuevo aparece en Corinto junto a Pablo (Hch 18,5), y le acompaña en el tercer viaje por Éfeso (Hch 19,22), Macedonia (1 Co 4,17; 2 Co 1,1) y Asia Menor (Hch 20,4). En la primera cautividad del Apóstol está junto a él en la cárcel (Flp 1,1; 2,19; Col 1,1); después, la Carta a los Hebreos habla de su puesta en libertad, aunque no detalla el tiempo ni las circunstancias (Hb 13,23). Finalmente Pablo, en su último viaje por Oriente, le encargó el gobierno de la iglesia de Éfeso. De su carácter cabe destacar la fidelidad con que siguió a San Pablo; debía de ser muy joven cuando el Apóstol ruega a los cristianos de Corinto que le traten con respeto (1 Co 16,11), y no debía de tener muchos años cuando recibió la misión de presidir la iglesia de Éfeso (1 Tm 4,12; 2 Tm 2,22).

Los datos de la Primera Carta inducen a pensar que Timoteo está al frente de una comunidad cristiana suficientemente asentada, pero con los obstáculos propios de los comienzos. El ambiente pagano, las doctrinas desviadas de algunos falsos maestros y hasta las costumbres relajadas amenazan la estabilidad de aquella iglesia incipiente. Timoteo, lo mismo que Tito en Creta, recibe el encargo de mantener la doctrina recibida y estimular la vida cristiana de los fieles.

El tono de la Segunda Carta a Timoteo es más entrañable e intenso, con alusiones muy personales. Pablo le exhorta insistentemente a perseverar en la predicación y en el ministerio, sin miedo a los sufrimientos externos ni a la fatiga interior. Recibe también el encargo de consolidar la organización de la iglesia local.

El contenido de la Carta a Tito recuerda mucho el de la primera a Timoteo, probablemente porque hubo poca diferencia en el tiempo de redacción de ambas. Tito, hijo de padres paganos, fue convertido seguramente por San Pablo, a juzgar por el cariño que éste le demuestra (Tt 1,4).

Acudió a Jerusalén con Pablo y Bernabé para asistir al primer Concilio, sin haber sido circuncidado (Ga 2,1-5). El libro de los Hechos silencia su nombre, pero sabemos que, a finales del tercer viaje apostólico, fue enviado a Corinto con dos misiones delicadas: primero con una carta no identificada (2 Co 2,13; 7,14), después para realizar la colecta y entregarles la Segunda Carta a los Corintios (2 Co 8,6.16-23; 12, 18). No consta que acompañara al Apóstol en su primera cautividad romana, pero sabemos que después de ella San Pablo le dejó en la isla de Creta, para que continuara la labor misional que los dos juntos habían emprendido (Tt 1,5). Tito debió de permanecer en Creta hasta que Artemas y Tíquico llegaron a relevarlo (Tt 3,12). Como a Timoteo en la primera carta, el Apóstol encomienda a Tito la tarea de organizar la comunidad de Creta, y de defenderla de los errores que algunos comenzaban a difundir.

La idea central de las Cartas Pastorales -y que, por tanto, aparece más frecuentemente- es la salvación. A Dios se le nombra como «el Salvador» (1 Tm 1,1; 2,3; 4,10; Tt 1,3; 2,10; 3,4), que con infinito amor «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4). Este plan divino ha sido manifestado y llevado a cabo por Jesucristo, el único Mediador (1 Tm 2,5), que «vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Tm 1,15; cfr 2,5-6). La Iglesia prolonga y actualiza la acción salvadora de Cristo, puesto que es el pueblo rescatado de la iniquidad y purificado con su sacrificio (cfr Tt 2,14). Los cristianos alcanzan su propia salvación mediante una vida rica en buenas obras (cfr Tt 3,14), reflejo de su piedad. Así pues, son tres los contenidos fundamentales de las Cartas Pastotales: Jesucristo, la Iglesia -que es presentada con una estructura sólida con diáconos, presbíteros y obispos- y el ejercicio de la vida cristiana.

Estas cartas tienen ciertas diferencias con relación al resto del corpus paulino: el vocabulario y el estilo son peculiares; su contenido es más bien moral o práctico frente al predominantemente teológico de otras epístolas; la organización jerárquica y los errores a los que se alude parecen más propios de un periodo posterior a la vida del Apóstol; finalmente, existen dificultades a la hora de encuadrar su fecha de composición en la vida del Apóstol. Por ello, algunos han puesto en duda la autenticidad paulina de estas cartas. En cualquier caso, con independencia de que su autor fuera un secretario o un discípulo más o menos cercano a San Pablo, el sentido y la autoridad son del Apóstol, y la Iglesia las tiene por inspiradas y canónicas.

Citas del Antiguo Testamento
5,18 Dt 25,4; Nm 18,31; 2 Cro 15,7
5,19 Dt 19,15