LA SEGUNDA CARTA DE SAN PEDRO

La Segunda Carta de San Pedro refleja el esfuerzo de los primeros cristianos por vivir fielmente la fe recibida por tradición apostólica en un ambiente que constituía una continua amenaza para mantenerse fieles. La esperanza en la segunda y definitiva venida de Cristo anima todo el escrito.

En el encabezamiento de la carta el autor se presenta como Simón Pedro, Apóstol de Jesucristo. Hay también a lo largo del escrito otras alusiones que identificarían al autor con este Apóstol. Sin embargo, el análisis interno plantea dificultades para atribuir la carta al príncipe de los Apóstoles: el vocabulario y el estilo son notablemente distintos a los de la Primera Carta de San Pedro, con expresiones que serían más propias de una época posterior. Por tales motivos fue hasta el siglo IV la que más dificultades planteó a la hora de ser recibida dentro del canon de libros inspirados. Presenta también numerosas semejanzas de estilo y contenido con la Carta de San Judas que probablemente utiliza y desarrolla en su argumentación. Ninguna de las teorías que se han avanzado para solventar estas dificultades explican satisfactoriamente las cuestiones sobre autor, fecha y destinatarios del escrito. Fuera San Pedro, por medio de algún redactor o secretario, o fuera un discípulo anónimo suyo que, igualmente inspirado por el Espíritu Santo, quisiera transmitir unas enseñanzas concordes con las del Apóstol, la Segunda Carta de San Pedro ha sido asociada por la Tradición de la Iglesia a la figura de este Apóstol.

La carta va dirigida a los cristianos en general, si bien algunas expresiones hacen suponer que los destinatarios inmediatos podrían ser comunidades cristianas de Grecia o Asia Menor. Las fechas de composición que se proponen van desde después del 60 hasta finales del siglo I.

Junto con la refutación de algunas teorías erróneas sobre la segunda venida de Cristo presentadas por algunos falsos maestros y las consiguientes exhortaciones morales, destaca la enseñanza sobre la inspiración de las Escrituras (1,19-21) y la valoración de los escritos de San Pablo (3,15-16). Con todo, sobresale la enseñanza de carácter escatológico acerca de la Parusía. Ésta se producirá ciertamente, pues así lo manifestó el Señor y lo prueban las Escrituras. En contra de los que objetaban que la Parusía se dilataba, enseña que el tiempo es muy relativo frente a la eternidad de Dios, para quien «un día es como mil años y mil años como un día» (3,8), y que si Dios retrasa el momento final es por su misericordia, ya que «no quiere que nadie se pierda» (3,9).

Citas del Antiguo Testamento
2,22. Pr 26,11
3,13. Is 65,17; 66,22