EL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS

El tercer evangelio, lo mismo que el libro de los Hechos de los Apóstoles (cfr Hch 1,1), se atribuye a «Lucas, médico antioqueno, conocedor de la lengua griega como demuestran sus escritos, seguidor del apóstol Pablo y compañero de sus viajes», (S. Jerónimo, De viris illustribus I). El examen interno de la obra del evangelista confirma estas aseveraciones. Del prólogo del evangelio (1,1-4), escrito en un brillante estilo griego y semejante en su forma al de los historiadores helenistas, puede deducirse que su autor no fue testigo de los acontecimientos que narra; en cambio, es un trabajador concienzudo que ha procurado informarse bien y escribir las cosas ordenadamente. De algunos pasajes del libro de los Hechos, escritos en primera persona del plural (Hch 16,10-17; 20,5-15; 21,1-18; 27,1-28,16), puede deducirse que su autor estuvo acompañando a San Pablo en esos momentos y que se suele identificar con aquel que en una de sus cartas el Apóstol denomina «Lucas, el médico amado» (Col 4,14; cfr 2 Tm 4,11; Flm 24). Los dos libros van dirigidos a Teófilo (Lc 1,3; Hch 1,1). No sabemos si este nombre designa a una persona conocida o es una denominación genérica de los cristianos -los amados por Dios-, pero, en todo caso, parece que San Lucas dirige sus escritos especialmente a cristianos procedentes de la gentilidad.

Como el primer evangelista, San Lucas empieza su libro con los episodios de la infancia del Señor. En el resto del evangelio, que relata la vida pública de Jesús, Lucas reproduce el marco general común a los evangelios sinópticos -ministerio de Jesús en Galilea, subida a Jerusalén, pasión, muerte y resurrección en Jerusalén- pero deteniéndose más en la subida a la Ciudad Santa, que ocupa en su evangelio diez capítulos (9,51-19,27). De esta manera, el evangelista subraya de una manera gráfica las etapas de la historia de la salvación que tienen su centro en Jesucristo y en las acciones que cumplió en Jerusalén: muerte, resurrección y ascensión. De hecho, más tarde, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, relatará cómo la predicación del Evangelio se extiende desde Jerusalén a las regiones vecinas -Samaría y Judea-, a Asia Menor y hasta Roma, centro del mundo conocido.

Como en todos los evangelios, el núcleo del mensaje es Jesucristo, pero Lucas tiene sus rasgos particulares. En el tercer evangelio, a Jesús se le llama el Profeta (4,24; 7,16; 13,33; 24,19; etc.). Es el profeta por excelencia, pues nadie como Él puede hablar en nombre de Dios; y, como los profetas, es ungido por el Espíritu y conducido por Él (3,22; 4,14.16-30; etc.). En los episodios de la infancia Jesús es denominado asimismo el Salvador (1,71.77; 2,11.30) porque es quien va a salvar al pueblo de sus pecados; salvación que se muestra ya en sus acciones con los hombres especialmente en los gestos de misericordia hacia los débiles y los pecadores (7,50; 8,48.50; 18,42; 19,9-10). La salvación que trae Jesús es de dimensión universal. Ya en el evangelio de la infancia se dice que Jesús va a ser salvador «ante la faz de todos los pueblos: luz para iluminar a los gentiles» (2,31-32), y tanto la misión de Juan Bautista (cfr 3,6) como la predicación inicial de Jesús en Nazaret (4,25-27) subrayan esta universalidad de la salvación. Pero es, sobre todo, en los episodios de la subida a Jerusalén (9,51-19,27), muchos de los cuales sólo vienen recogidos en el tercer evangelio, donde este aspecto se pone más de relieve. Ante esa acción de Dios en Cristo, el hombre debe responder con una vida cristiana coherente, es decir, con una respuesta generosa (5,11.28; 18,22) y cotidiana (9,23) a la llamada del Señor, y también con la imitación de las actitudes de Cristo. De la misma manera que Jesús ora frecuentísimamente, y de modo especial en los momentos trascendentales de su vida (3,21; 6,12; 9,29; 22,32; 23,34), así el cristiano debe orar en todo momento (18,1; cfr 11,1-13; 23,40); a imagen de Cristo (7,13; 10,37; etc.) debe ser misericordioso como lo es el Padre misericordioso (6,36; cfr 15,1-32). Se podrían señalar otras actitudes encarecidas a lo largo del evangelio, como la alegría (1,14.28; 6,23; 15,7; 24,52; etc.), la pobreza (1,53; 4,18; 6,20; 12,13-21; 14,12-14; 16,9.14-15.19-31), etc. En todo caso, el ejemplo más palmario de estas actitudes de los hombres ante Dios es la Virgen María. Ella es la que ha recibido los mayores dones de Dios (1,28-30), y también la que mejor ha correspondido (1,45.48).

Citas del Antiguo Testamento
1,17. Ml 3,23-24
1,37. Gen 18,14; Jb 42,2
1,46-55. 1 S 2,1-10
1,47. Ha 3,18
1,48. 1 S 1,11
1,68. Sal 41,14; 72,18; 106,48
1,76. Ml 3,1; Ex 23,20;
1,79. Is 9,1; 42,7; Sal 107,10
1,68. Sal 41,14; 72,18; 106,48
1,76. Ml 3,1; Ex 23,20
1,79. Is 9,1; 42,7; Sal 107,10
2, 23. Ex 13,2.12
2, 24. Lv 12,8
2-52 1 S 2,26
3, 4-6 Is 40,3-5
4,4. Dt 8,3
4, 8. Dt 5,9; 6,13
4, 10-11. Sal 91,11-12
4, 12 Dt 6,16
4, 18.19. Is 61,1-2
7, 22. Is 29,18; 35,5-6; 42,18; 26,19; 61,1
7,27. Ex 23,20; Ml 3,1
8,10. Is 6,9
9,54 2 R 1,10.12
10,15 Is 14,13.15
10,27 Dt 6,5; Lv 19,18
12. 53 Mi 7,6
13, 35. Jr 12,7; 22,5; Sal 69,26; 118,26
18,20. Dt 5,16-20; Ex 20,12-16
19,38 Sal 118,26
19,46. Is 56,7; Jr 7,11
20,9 Is 5,1 ss.
20.17. Sal 118, 22
20,28. Dt 25,5-6; Gn 38,8
20,37. Ex 3,6
20,42-43. Sal 110,1
20,37. Ex 3,6
20,42-43. Sal 110,1
21,26. Ag 2,6.21
21,27 Dn 7,13
22,37 Is, 53, 12
22,69 Sal 110.1
23,30 Os 10,8
23, 34. Sal 22,19
23, 35. Sal 22,8
23, 36. Sal 69,22
23, 46. Sal 31,6