EL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS

La Tradición atribuye el segundo evangelio canónico a San Marcos «discípulo e intérprete de Pedro» (cfr S. Ireneo, Adversus Haereses 3,1,1), y dice que San Marcos escribió su evangelio en Roma, a instancias de los cristianos que querían conservar por escrito la predicación de San Pedro. Un examen atento del Evangelio según San Marcos vendría a confirmar algunos de estos extremos. Por ejemplo, el evangelista parece dirigirse a lectores que no tienen raigambre hebraica, pues les explica las costumbres judías (7,3-4; 14,2; 15,42), y les traduce las palabras arameas cuando aparecen (3,17; 5,41; 7,1 1; 14,36; 15,22; 15,34). Por otra parte, la viveza de la narración o el gusto por los detalles pintorescos -el «cabezal» sobre el que Jesús dormía en la barca (4,38), la hierba «verde» en la multiplicación de los panes (6,39), etc.- sugieren que en el origen de muchos pasajes de este evangelio hay un testigo ocular de los acontecimientos.

Este evangelio no recoge, a diferencia de los otros sinópticos, los episodios de la infancia de Jesús. Su estructura parece un desarrollo pormenorizado del discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio (Hch 10,34-43): Jesús comenzó la predicación del Evangelio en Galilea, pasó haciendo el bien, los judíos en Jerusalén le dieron muerte colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó, y, resucitado, envió a sus discípulos a predicar. Según este esquema, Marcos narra la actividad de Jesús en Galilea y regiones limítrofes, la subida a Jerusalén, las controversias con las autoridades judías en la Ciudad Santa, la muerte y la resurrección. Ésta es una estructura que podríamos llamar geográfica. Pero hay también en el segundo evangelio una estructura que podríamos denominar teológica. En efecto, el evangelista va relatando la manifestación de Jesús con hechos y palabras que suscita que las gentes se pregunten: «¿Quién es éste?» Sólo San Pedro, en el centro del evangelio, lo confiesa: «Tú eres el Cristo» (8,29). Desde ese momento, Jesús comienza a revelar el sentido de su misión como Mesías: es el Mesías rechazado que debe morir en la cruz para después resucitar. Esta segunda parte concluye con la confesión del centurión al pie de la cruz: «Este hombre era Hijo de Dios» (15,39). Son los dos títulos que Marcos le había dado a Jesús en el comienzo de su evangelio (1,1).

En este primer versículo del evangelio -«Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios»- parece que están condensados los contenidos más importantes del relato de Marcos. Jesús es el Hijo Dios: así lo proclama la voz del Padre en el Bautismo y en la Transfiguración (1,11; 9,7), y así lo confesará el centurión (15,39); pero también lo confesará el lector del evangelio al ver los milagros que Jesús realiza -Marcos es, proporcionalmente, el evangelista que dedica más espacio a los milagros del Señor- y al reconocer su resurrección y exaltación (16,19). Jesús es, de igual forma, el Cristo. Marcos no utiliza, a diferencia de Mateo, los textos del Antiguo Testamento para mostrar el mesianismo de Jesús, sino que al relatar sus obras las presenta como las obras del Mesías prometido. Ahora bien, Jesús al realizar aquellas obras mesiánicas, ha pedido silencio a sus beneficiarios (1,44; 5,43; 7,36; 8,26), pues quiere que su mesianismo no se entienda en un sentido temporal y político, sino a la luz de la cruz (8,27-33).

Marcos es el único evangelista que utiliza la palabra Evangelio, titulando así su narración. El Evangelio es la buena nueva que predica Jesús (1,14-15), con sus hechos y sus palabras; por eso, la actividad misma de Cristo puede llamarse con buen tino Evangelio de Jesucristo (1,1). Jesús envía a sus discípulos a predicarlo (16,15), advirtiéndoles que dar la vida por el Evangelio es una causa tan noble como darla por el mismo Cristo (10,29). Finalmente, Marcos advierte que sólo relata el comienzo (1,1), porque el Evangelio debe ser predicado a «toda criatura» (16,15). El evangelista cuenta que Jesús realizó la mayor parte de su actividad pública en Galilea, una región que, en tiempos de Cristo, era una auténtica encrucijada de culturas donde se mezclaban judíos y paganos. Por eso, en Galilea convoca el Señor a sus discípulos tras su resurrección (14,28; 16,7) para enviarlos desde allí a todas partes.

Citas del Antiguo Testamento
1,1. Ex 23,20; Ml 3,1
1,3 Is 40,3
4,12. Is 6,9-10
6,34. Nm 27,17; 1 R 22,17; 2 Cro 18,16; Jdt 11,19; Ez 34,5
7,6-7. Is 29,13
7,10. Ex 20,12; Dt 5,16; Ex 21,17; Lv 20,9
8,18. Jr 5,21
9,48. Is 66,24
10,4. Dt 24,1
10,6. Gn 1,27
10,7-8. Gn 2,24
10,19. Ex 20,12-16: Dt 5,16-20
11,9-10. Sal 118,25-26
11,17. Is 56,7; Jr 7,11
12,1. Is 5,1ss
12,10-11. Sal 118,22-23
12,19. Dt 25,5-6; Gn 38,8
12,26. Ex 3,6
12,29-30. Dt 6,4-5
12,31. Lv 19,18
12,32-33. Dt 4,35; 6,4-5; Jos 22,5
12,36. Sal 110,1
13,14. Dn 9,27;11,31;12,11; 1 M 1,54
13,19. Dn 12,1; Jl 2,2
13,24. Is 13,10
13,25. Is 34.4; Jl 2,10; Ag 2,6.21
13,26. Dn7,13
14,18. Sal 41,10
14, 27. Za 13,7
14,62. Dn 7,13; Sal 110,1
15,14. Sal 22,19
15,29. Sal 22,8
15,34. Sal 22,2
15,36. Sal 69,22