LAS CARTAS DE SAN PABLO

Tras los libros de carácter histórico-narrativo -Evangelios y Hechos de los Apóstoles- el canon del Nuevo Testamento presenta los escritos sagrados que exponen la saludable fuerza de la obra divina de Cristo y aplican su doctrina a las circunstancias de los cristianos en la sociedad en que viven. En otras ocasiones también desarrollan teológicamente el núcleo original de la revelación de Jesús (cfr C. Vat. II, Dei Verb. 20). Entre estos escritos destacan las cartas -14 en total- cuyo remitente lleva el nombre de San Pablo o, como en el caso de la Carta a los Hebreos, muestran el influjo y la autoridad de este Apóstol.

Conocemos bien la figura de San Pablo por sus cartas y por el libro de los Hechos de los Apóstoles. Natural de Tarso recibió una amplia formación en el judaísmo y en el helenismo. De temperamento apasionado, entregó por completo su vida al servicio de sus convicciones, primero fariseas, después cristianas. Tras su conversión hacia mitad de la década de los 30, pasó un tiempo en Damasco y un periodo de retiro en Arabia. Seguidamente, acudió a visitar a los Apóstoles en Jerusalén. Hacia el año 43-44 marchó a Tarso y más tarde a Antioquía de Siria anunciando el Evangelio y dando testimonio de su fe cristiana. Desde esta ciudad, durante los años 45 a 58, llevó a cabo tres grandes viajes apostólicos por Chipre, Asia Menor y Grecia, estando también presente en el Concilio de Jerusalén hacia el año 49/50. En el año 58 fue arrestado en Jerusalén y conducido a Cesarea Marítima desde donde fue conducido prisionero hacia Roma. Llegó a la ciudad eterna en la primavera del 61 y tras unos dos años de cautividad parece que realizó otros viajes a Asia Menor, Creta, Macedonia y muy probablemente también a Hispania. En el año 64 ó 67 muere mártir en Roma.

San Pablo fue elegido por Dios para anunciar la salvación de Cristo a los gentiles. Lo que escribe en sus cartas no es un sistema de ideas o un cuerpo teológico ordenadamente construido, sino la vivencia del misterio de Cristo, que él quiere difundir por todo el mundo y que expone a las comunidades o personas a las que escribe. Para esa finalidad se vale de todos los recursos literarios y argumentativos a su alcance. San Pablo sólo tiene un propósito: anunciar el Evangelio de Jesucristo que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree...» (Rm 1,16). Ésta será la doctrina que irá exponiendo en cada una de sus cartas desde distintos puntos de vista, atendiendo siempre a la situación y mentalidad de los destinatarios. El núcleo fundamental es en todas ellas el mismo: Jesucristo es el salvador del hombre y del mundo, de todo hombre -judío o gentil- y de la entera creación, incluso a nivel cósmico.

Su doctrina nos ha quedado plasmada en sus cartas, que por su tono personal, con los saludos, despedidas, recomendaciones, etc., pueden considerarse cartas familiares. Al mismo tiempo contienen exposiciones doctrinales más o menos desarrolladas que a veces se asemejan más a un tratado que a una carta. En cualquier caso, de una forma u otra quieren fortalecer la fe de sus destinatarios.

La Iglesia ha recibido esas cartas como divinamente inspiradas, fuente de la Revelación cristiana, de valor permanente, a la vez que las tiene como preciosos testimonios sobre la vida y el pensamiento del Apóstol, de sus colaboradores y de las primeras comunidades cristianas.

El epistolario paulino se suele agrupar del siguiente modo: las cartas más antiguas (1 y 2 Tesalonicenses); las que presentan una unidad de estilo y doctrina, que reflejan la situación del Apóstol en los años 57-58, llamadas «grandes cartas» (Romanos, Gálatas, 1 y 2 Corintios); las que fueron escritas estando San Pablo en cautividad (Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón); y, finalmente, las enviadas a dirigentes o «pastores» de iglesias concretas, llamadas por ello «cartas pastorales» (1 y 2 Timoteo y Tito). Sin embargo, el orden tradicional de edición en nuestras Biblias sitúa en primer lugar las dirigidas a las diversas comunidades y después las enviadas a personas particulares. Dentro de este orden se distribuyen conforme a su extensión y a la frecuencia de su uso en la literatura cristiana, con excepción de la Carta a los Hebreos que suele colocarse al final.

LA CARTA A LOS ROMANOS

San Pablo, durante su tercer viaje apostólico (años 53-58), escribió a los Gálatas y a la comunidad de Corinto. Las dos cartas a los corintios habían dado sus frutos; la comunidad gozaba de salud y fervor espirituales. Las noticias de las demás iglesias locales fundadas por el Apóstol indicaban que todo marchaba bien con la gracia del Espíritu. En vista de ello, Pablo proyecta extender su labor apostólica hasta Hispania (cfr Rm 15,28), haciendo una amplia escala en Roma, donde ya se había establecido un buen número de cristianos. Con el fin de preparar debidamente su llegada a Roma, escribe desde Corinto la Carta a los Romanos, en el invierno del año 57-58.

Este escrito, el más largo de todo el epistolario paulino -más que una carta es un tratado doctrinal- ha sido considerado también el más importante. En él expone el Apóstol puntos capitales de la doctrina acerca de la obra redentora de Cristo y sobre la vida cristiana. Profundiza y amplía lo dicho en la Carta a los Gálatas, y presenta de forma más sistemática tanto la acción de Jesucristo Salvador en el creyente como las consecuencias que de ello se siguen.

La comunidad cristiana de Roma estaba formada por judíos y gentiles convertidos. Era importante para San Pablo exponer los efectos de la salvación de Cristo a estos dos grupos de fieles, mostrándoles que ya no había diferencias entre ellos. Tras un largo saludo, en el que presenta a Jesucristo (1,1-17), se extiende en una visión de la humanidad irredenta, alejada y enemistada con Dios después de la caída de Adán. Al contemplar la degradación moral de los gentiles y los pecados semejantes de los judíos, manifiesta la absoluta necesidad de la Redención de Cristo para alcanzar el perdón y la gracia de Dios (1,18-4,25). Cuatro conceptos conviene tener en cuenta para entender lo que sigue: el pecado y la muerte (5,12-21), la carne y la Ley (7,1-25). El hombre irredento, sometido a esas cuatro fuerzas, sólo podrá librarse de ellas por la obra de la Redención llevada a cabo por Cristo Jesús. La salvación proviene únicamente de Dios a través de Jesucristo Nuestro Señor, y a ella hay que adherirse por la fe, don gratuito de Dios, no efecto de las obras. Pero una vez alcanzada la fe -mediante el Bautismo que injerta al cristiano en Cristo-, los cristianos pueden y deben hacer el bien, con la gracia del Espíritu Santo que habita en ellos y completa la obra de la justificación realizada por Cristo, haciéndoles santos, e hijos adoptivos del Padre (8,1-39). Se pasa así del estado de enemistad con Dios al de amistad, del de irredención al de gracia, de la condenación antigua a ser una nueva criatura, abierta a la esperanza de la gloria de los hijos de Dios.

En la segunda parte de la carta (12,1-15,13) Pablo aplica la doctrina anteriormente expuesta a la vida y conducta del cristiano. Vienen entonces, como conclusión, las exigencias morales de la fe, de la «vida en el Espíritu», y los consejos prácticos para conducirse en medio del mundo, todavía irredento, pero al que hay que llevar a la salvación.

La Carta a los Romanos representa un momento cumbre de la Revelación divina que nos llega a través del Apóstol. El resto de las cartas que en el Nuevo Testamento vienen a continuación de ésta nos ofrecen la posibilidad de profundizar en aspectos concretos de la doctrina contenida en este escrito.

Citas del Antiguo Testamento
1,17. Ha 2,4
2,24. Is 52,5; Ez 36,20
3,4. Sal 51,6
3,10-12. Qo 7,20; Sal 14,1-3
3,13. Sal 5,10; 140,4
3,14. Sal 10,7
3,15-17. Is 59,7-8; Pr 1,16
3,18. Sal 35,2
3,20. Sal 143,2
4,3. Gn 15,6
4,7-8. Sal 32,1-2
4,9. Gn 15,6
4,17. Gn 17,5
4,18. Gn 15,5
4,22-23. Gn 15,6
7,7. Ex 20,17; Dt 5,21
8,36. Sal 44,23
9,7. Gn 21,12
9,9. Gn 18,10
9,12 Gn 25,23
9,13. Ml 1,2-3
9,15. Ex 33,19
9,17. Ex 9,16
9,20. Is 29,16; 45,9
9,21. Jr 18,6
9,25. Os 2,25
9,26. Os 2,1
9,27-28. Is 10,22-23
9,29. Is 1,9
9,33 Is 8,14; 28,16
10,5. Lv 18,5
10,6-7. Dt 9,4; 30,12-14; Sal 107,26; Ba 3,29
10,8. Dt 30,14
10,11. Is 28,16
10,13. J13,5
10,15. Is 52,7
10,16. Is 53,1
10,18. Sal 19,5
10,19. Dt 32,21
10,20. Is 65,1
10,21. Is 65,2
11,2. Sal 94,14
11,3. 1 R 19,10-14
11,4. 1 R 19,18
11,8. Is 29,10; Dt 29,3
11,10. Sal 69,23-24t
11,26-27. Is 59,20-21
11,27. Jr 31,33-34; Is 27,9
11,34. Is 40,13
11,35. Is 40,14
12,17. Pr 3,4
12,19. Dt 32,35.41
12,20. Pr 25,21-22
13,9. Ex 20,13-17; Dt 5,17-21; Lv 19,18
14,11. Is 49,18; 45,23
15,3. Sal 69,10
15,9. Sal 18,50
15,10. Dt 32,43
15,11. Sal 117,1
15,12. Is 11, 1.10
15,21. Is 52,15