LAS CARTAS CATÓLICAS

El canon de libros del Nuevo Testamento incluye, junto al corpus paulino -las trece cartas de San Pablo y la Carta a los Hebreos-, el grupo de siete cartas que la Tradición suele denominar Cartas Católicas: la de Santiago, las dos de San Pedro, las tres de San Juan y la de San Judas. Parece que la razón de reagruparlas en un bloque no es porque contengan elementos comunes de doctrina o de estilo, sino simplemente para distinguirlas del corpus paulino. Ya a finales del siglo IV d.C. formaban un grupo (cfr Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl. 3,25,2-3). En el conjunto del Nuevo Testamento no siempre ocuparon el mismo lugar: los grandes códices antiguos Vaticano y Sinaítico las colocan después del libro de los Hechos de los Apóstoles; a partir de San Jerónimo todas las Biblias las insertan a continuación de los escritos de San Pablo, inmediatamente antes del Apocalipsis. Tampoco dentro del grupo han mantenido siempre el mismo orden: con frecuencia aparecen en primer lugar las dos de San Pedro, aunque, a partir de San Jerónimo, es más frecuente en los manuscritos la disposición que desde hace tiempo es usual en las Biblias impresas.

El nombre de «católicas» fue aplicado por Orígenes a la primera carta de Pedro, la primera de Juan y la de Judas. Posteriormente Eusebio y San Jerónimo extendieron el título a las siete cartas. Parece que se les dio esta denominación porque estaban dirigidas a toda la Iglesia, y no a unas comunidades o personas determinadas, como las epístolas de San Pablo. Por extensión, se aplicó el título también a la segunda y tercera de Juan, aunque los destinatarios eran concretos.

Cada carta tiene un contenido y una finalidad diversa y apenas pueden encontrarse elementos comunes. San Agustín dice que se proponen refutar los errores que comenzaban a surgir (cfr De fide et operibus, 14,21). Ciertamente, todas ellas son muestra de la enseñanza y la catequesis que se impartía en las primeras comunidades cristianas. Normalmente insisten, con tono pastoral, en instrucciones doctrinales y en enseñanzas morales orientadas a una vida profundamente cristiana.


LA CARTA DE SANTIAGO

La Carta de Santiago suele encabezar el grupo de las llamadas «católicas». A lo largo de los siglos ha sido poco comentada, probablemente porque contiene más enseñanzas morales que doctrinales. A partir del siglo XVI ha atraído más la atención de los exegetas y teólogos debido a la cuestión de la fe y las obras (cfr 2,14-26). Este reducido número de comentarios antiguos y la complejidad del lenguaje -griego, muy culto, con claro trasfondo semita- explican que los estudiosos actuales sigan planteándose las cuestiones de autor, fecha de redacción, etc. Por otra parte, en los últimos decenios esta carta viene suscitando un gran interés, porque refleja fielmente la espontaneidad y viveza en la transmisión del mensaje cristiano en las primeras comunidades, y porque es un claro exponente de la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Comienza con una presentación escueta del autor: «Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo» (1,1). La Tradición ha reconocido en este nombre a Santiago, el «hermano» del Señor y obispo de Jerusalén. Algunos autores lo identifican también con uno de los Doce, Santiago, hijo de Alfeo. Este Santiago era pariente de Jesucristo, hijo de una de las mujeres con nombre María, que acompañaban a la Virgen junto a la cruz. Después de la marcha de San Pedro a Roma, quedó como cabeza de la comunidad de Jerusalén y como tal recibió la visita de San Pablo después de su conversión. Fue martirizado hacia el año 62 d.C. por instigación del Sumo Sacerdote Anano II (cfr Flavio Josefo, Ant. 20,9.1; Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl. 2,23,19-23).

La carta va dirigida «a las doce tribus de la dispersión» (1,1), es decir, a los cristianos de la diáspora, a los que vivían fuera de Palestina entre los gentiles. De las circunstancias que motivaron este escrito, apenas se conoce más de lo que la carta nos aporta, a saber, que en aquellas comunidades cristianas estaban aflorando algunos defectos que amenazaban su buena marcha. Se discute la fecha de su composición, pero es probable que fuera escrita en la década de los años 60, aunque hay quienes proponen una fecha más tardía.

La enseñanza que da unidad a toda la carta es la coherencia entre la fe y la vida del creyente: el comportamiento cristiano ha de reflejar en cada momento la fe que se profesa. Pero no tiene la estructura propia de un tratado sistemático. Como los escritos sapienciales judíos, tiene más bien un orden que podríamos llamar psicológico y pedagógico. Según éste, una palabra sugiere otro tema diverso, utilizando términos con la misma asonancia, repitiendo una y otra vez -como en círculos concéntricos- la misma idea, utilizando máximas breves, etc. De esta forma, el oyente o el lector retienen con más facilidad las enseñanzas. Abundan especialmente las exhortaciones y advertencias: el comportamiento ante las contrariedades y las tentaciones; el logro de la equidad en el juicio sobre las personas, evitando murmuraciones, difamaciones, etc.; el desprendimiento de las riquezas y la preocupación por los pobres y necesitados; la práctica de la oración; la corrección de los descarriados. Muchas de estas exhortaciones evocan las palabras de Jesús contenidas en los evangelios, de manera especial las del Discurso de la Montaña del Evangelio de San Mateo (1,12: cfr Mt 5,11-12; 2,5: cfr Mt 5,3; 2,13: cfr Mt 5,7; 5,12: cfr Mt 5,37; etc.).

Destaca la doctrina sobre la fe y las obras que complementa la expuesta por San Pablo, sobre todo en Romanos y Gálatas, desde una perspectiva diferente: Pablo afirma que la fe actúa por la caridad (Gal 5,6); pero, en polémica con los judaizantes, reprueba que las obras de la Antigua Ley sean necesarias: lo que importa es la fe. Por eso llega a decir: «El hombre es justificado por la fe, con independencia de las obras de la Ley» (Rm 3,28). Santiago quiere insistir sobre todo en que la fe ha de reflejarse en el comportamiento y por eso afirma: «El hombre queda justificado por las obras y no por la fe solamente» (2,24).

Por otra parte, en esta carta (5,14-15) se contiene la enseñanza sobre el sacramento de la Unción de los enfermos instituido por el Señor.

Citas del Antiguo Testamento
2,8. Lv 19,18
2,11. Ex 20,14.13
2,23. Gn 15,6; Is 41,8
4,6. Pr 3,34
5,7. Dt 11,14; Jr 5,24
5,11. Sal 103,8; 111,4