Genesis 38, 9-20

Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando así dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahvé lo que hacía y le hizo morir también a él. Entonces dijo Judá a su nuera Tamar: «Quédate como viuda en casa de tu padre hasta que crezca mi hijo Selá.» Pues se decía: «Por si acaso muere también él, lo mismo que sus hermanos.» Tamar se fue y se quedó en casa de su padre.
Pasaron muchos días, y murió la hija de Súa, la mujer de Judá. Cuando Judá se hubo consolado, subió a Timná para el trasquileo de su rebaño, junto con Jirá, su compañero adulanita. Se lo notificaron a Tamar: «Oye, tu suegro sube a Timná para el trasquileo de su rebaño.» Entonces ella se quitó de encima sus ropas de viuda y se cubrió con el velo, y bien disfrazada se sentó en Petaj Enáin, que está a la vera del camino de Timná. Veía, en efecto, que Selá había crecido, pero que ella no le era dada por mujer.
Judá la vio y la tomó por una ramera, porque se había tapado el rostro, y desviándose hacia ella dijo: «Déjame ir contigo» —pues no la reconoció como su nuera—. Dijo ella: «¿Y qué me das por venir conmigo?» —«Te mandaré un cabrito de mi rebaño.» —«Si me das prenda hasta que me lo mandes...» —«¿Qué prenda he de darte?» —«Tu sello, tu cordón y el bastón que tienes en la mano.» Él se lo dio y se unió a ella, la cual quedó encinta de él. Entonces se marchó ella y, quitándose el velo, se vistió sus ropas de viuda.
Judá, por su parte, envió el cabrito por mediación de su compañero el adulanita, para rescatar la prenda de manos de la mujer, pero éste no la encontró.
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