Genesis 39, 8-21

Pero él rehusó y dijo a la mujer de su señor: «Mira, mi señor no me controla nada de lo que hay en su casa, y todo cuanto tiene me lo ha confiado. ¿No es él mayor que yo en esta casa? Y sin embargo, no me ha vedado absolutamente nada más que a ti misma, pues eres su mujer. ¿Cómo entonces voy a hacer este mal tan grande, pecando contra Dios?» Ella insistía en hablar a José día tras día, pero él no accedió a acostarse y estar con ella.
Hasta que cierto día entró él en la casa para hacer su trabajo y coincidió que no había ninguno de casa allí dentro. Entonces ella le asió de la ropa diciéndole: «Acuéstate conmigo.» Pero él, dejándole su ropa en la mano, salió huyendo afuera. Entonces ella, al ver que había dejado la ropa en su mano, huyó también afuera y gritó a los de su casa diciéndoles: «¡Mirad! Nos ha traído un hebreo para que se burle de nosotros. Ha venido a mí para acostarse conmigo, pero yo he gritado y, al oírme levantar la voz y gritar, ha dejado su vestido a mi lado y ha salido huyendo afuera.»
Ella depositó junto a sí el vestido de él, hasta que vino su señor a casa, y le repitió esto mismo: «Ha entrado a mí ese siervo hebreo que tú nos trajiste, para abusar de mí; pero yo he levantado la voz y he gritado, y entonces ha dejado él su ropa junto a mí y ha huido afuera.» Al oír su señor las palabras que acababa de decirle su mujer: —«Esto ha hecho conmigo tu siervo»—, se encolerizó. Y el señor de José mandó que lo prendieran y lo metió en la cárcel, en el sitio donde estaban los detenidos del rey.
José encarcelado.
Allí se quedó, en presidio. Pero Yahvé asistió a José y lo cubrió con su misericordia, haciendo que se ganase el favor del alcaide.
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