I Corintios 9, 1-18


El ejemplo de Pablo.
¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? Si para otros no soy yo apóstol, para vosotros sí que lo soy; ¡vosotros sois el sello de mi apostolado en el Señor! He aquí mi defensa contra mis acusadores. ¿Por ventura no tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas? ¿Acaso únicamente Bernabé y yo estamos privados del derecho de no trabajar? ¿Quién hace de soldado a costa propia? ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta un rebaño y no se alimenta de su leche? ¿Hablo acaso al modo humano o no lo dice también la Ley? Porque está escrito en la Ley de Moisés: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Es que se preocupa Dios de los bueyes? O, ¿no lo dice más bien por nosotros? Por nosotros ciertamente se escribió, pues el que ara, en esperanza debe arar; y el trillador trilla, con la esperanza de recibir su parte. Si en vosotros hemos sembrado bienes espirituales, ¡qué mucho que recojamos de vosotros bienes materiales! Si otros tienen estos derechos sobre vosotros, ¿no los tenemos más nosotros? Sin embargo, nunca hemos hecho uso de estos derechos. Al contrario, todo lo soportamos para no crear obstáculos al Evangelio de Cristo. ¿No sabéis que los ministros del culto viven de los dones del templo? ¿Que los que sirven al altar, del altar participan? Del mismo modo, también el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio. Mas yo, de ninguno de esos derechos he hecho uso. Y no escribo esto para que se haga así conmigo. ¡Antes morir...! Esta gloria ¡nadie me la arrebatará! Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio.
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