I Crónicas 10, 1-12


Batalla de Gelboé, muerte de Saúl.
Trabaron batalla los filisteos contra Israel; huyeron los hombres de Israel ante los filisteos, y cayeron heridos de muerte en el monte Gelboé. Los filisteos apretaron de cerca a Saúl y a sus hijos, y mataron a Jonatán, Abinadab y Malquisúa, hijos de Saúl. El peso de la batalla cargó sobre Saúl, los arqueros lo descubrieron y lo hirieron con flechas. Dijo Saúl a su escudero: «Saca tu espada y traspásame con ella, no sea que vengan esos incircuncisos y hagan mofa de mí.» Pero el escudero no quiso, pues estaba lleno de temor. Entonces tomó Saúl la espada y se arrojó sobre ella. Al ver el escudero que Saúl había muerto, se arrojó, también él, sobre la espada y murió con él. Así murió Saúl con sus tres hijos; y toda su casa murió juntamente con él. Viendo todos los hombres de Israel, que estaban en el valle, que las tropas de Israel se daban a la fuga y que Saúl y sus hijos habían muerto, abandonaron sus ciudades y huyeron; vinieron los filisteos y se establecieron en ellas.
Al otro día vinieron los filisteos para despojar a los muertos, y encontraron a Saúl y a sus hijos caídos en el monte Gelboé. Lo despojaron, se llevaron su cabeza y sus armas, y mandaron anunciar la buena nueva por el contorno del país de los filisteos, a sus dioses y al pueblo. Depositaron sus armas en el templo de su dios y clavaron su cabeza en el templo de Dagón.
Supieron todos los habitantes de Yabés de Galaad lo que los filisteos habían hecho con Saúl, se pusieron en marcha todos los valientes, tomaron el cadáver de Saúl y los cadáveres de sus hijos, y los llevaron a Yabés. Enterraron sus huesos bajo el tamarindo de Yabés, y ayunaron siete días.
Ver contexto