I Crónicas 16, 8-22

¡Dad gracias a Yahvé, invocad su nombre,
divulgad entre los pueblos sus hazañas!
¡Cantadle, tañed para él,
recitad todas sus maravillas;
gloriaos en su santo Nombre,
se alegren los que buscan a Yahvé!
¡Buscad a Yahvé y su poder,
id tras su rostro sin tregua,
recordad todas sus maravillas,
sus prodigios y los juicios de su boca!
Raza de Israel, su siervo,
hijos de Jacob, su elegido:
él, Yahvé, es nuestro Dios,
sus juicios afectan a toda la tierra.
Él se acuerda siempre de su alianza,
palabra que impuso a mil generaciones,
aquello que pactó con Abrahán,
el juramento que hizo a Isaac,
que puso a Jacob como precepto,
a Israel como alianza eterna:
diciendo: «Te daré la tierra de Canaán
como lote de vuestra herencia».
Cuando erais poco numerosos,
gente de paso y forasteros,
vagando de nación en nación,
yendo de un reino a otro pueblo,
a nadie permitió oprimirlos,
por ello castigó a los reyes:
«Guardaos de tocar a mis ungidos
no hagáis daño a mis profetas.»
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