I Macabeos 1, 31-39

Saqueó la ciudad, la incendió y arrasó sus casas y la muralla que la rodeaba. Sus hombres hicieron cautivos a mujeres y niños, y se adueñaron del ganado. Después reconstruyeron la Ciudad de David con una muralla grande y fuerte, con torres poderosas, y la hicieron su Ciudadela. Establecieron allí una raza pecadora de rebeldes, que en ella se hicieron fuertes. La proveyeron de armas y vituallas, y depositaron en ella el botín que habían reunido del saqueo de Jerusalén. Fue un peligroso lazo.
Se convirtió en asechanza contra el santuario,
en adversario maléfico para Israel en todo tiempo.
Derramaron sangre inocente en torno al santuario y lo profanaron.
Por ellos los habitantes de Jerusalén huyeron;
vino a ser ella habitación de extraños,
extraña para los que en ella nacieron,
pues sus hijos la abandonaron.
Quedó su santuario desolado como un desierto,
sus fiestas convertidas en duelo,
sus sábados en irrisión,
su honor en desprecio.
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