I Reyes 10, 1-9


Visita de la reina de Sabá.
La reina de Sabá oyó la fama de Salomón... y vino a ponerlo a prueba con enigmas. Llegó a Jerusalén con una gran fuerza de camellos que portaban perfumes, oro en gran cantidad y piedras preciosas. Se presentó ante Salomón y le planteó todo cuanto había ideado. Salomón resolvió todas sus preguntas. No había cuestión tan arcana que el rey no pudiera desvelar. Cuando la reina de Sabá observó la sabiduría toda de Salomón, el palacio que había construido, los manjares de su mesa, las residencias de sus servidores, el porte de sus ministros y sus vestimentas, sus coperos y los holocaustos que ofrecía en el templo de Yahvé, se quedó sin respiración y dijo al rey: «¡Era verdad cuanto oí en mi tierra acerca de tus enigmas y tu sabiduría! Yo no daba crédito a lo que se decía; ahora he venido y mis propios ojos lo han visto. ¡No me dijeron ni la mitad! Tu sabiduría y prosperidad superan con mucho las noticias que yo escuché. Dichosas tus mujeres, dichosos estos servidores tuyos que están siempre en tu presencia y escuchan tu sabiduría. Bendito sea Yahvé, tu Dios, que se ha complacido en ti y te ha situado en el trono de Israel. Por el amor eterno de Yahvé a Israel, te ha puesto como rey para administrar derecho y justicia.»
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