I Reyes 19, 2-10

Jezabel envió un mensajero a Elías, diciendo: «Así me hagan los dioses y aún más si mañana a estas horas no he hecho de tu vida como ha sido de la de ellos.» Él tuvo miedo, se levantó y se fue para poner su vida a salvo. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta llegar y sentarse bajo una retama. Imploró la muerte y dijo: «¡Ya es demasiado, Yahvé! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!» Se recostó y quedó dormido bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: «Levántate y come.» Miró y a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a recostar. El ángel de Yahvé volvió segunda vez, lo tocó y le dijo: «Levántate y come, pues el camino ante ti es muy largo.» Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.

El encuentro con Dios.
Allí se introdujo en la cueva, y pasó en ella la noche. Le llegó la palabra de Yahvé, diciendo: «¿Qué haces aquí, Elías?» Él dijo: «Ardo en celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela.»
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