I Reyes 2, 28-34

El rumor de lo sucedido llegó a Joab, quien había tomado partido por Adonías —aunque no por Absalón—. Joab huyó entonces a la Tienda de Yahvé y se agarró a los cuernos del altar. Comunicaron al rey Salomón: «Joab ha huido a la Tienda de Yahvé y allí está, al lado del altar.» Salomón envió a decir a Joab: «¿Qué te sucede, que has huido al altar?» Joab respondió: «He tenido miedo de ti y he huido a Yahvé.» Salomón envió a Benaías, hijo de Joadá, con esta orden: «Ve, carga contra él.» Benaías entró en la Tienda de Yahvé y le dijo: «Así dice el rey: “Sal”.» Respondió: «No, aquí moriré.» Benaías llevó respuesta al rey: «Así ha hablado Joab y así le he respondido.» El rey le dijo: «Haz como él ha dicho. ¡Carga contra él y entiérralo! Así apartarás de mí y de la casa de mi padre la sangre inocente, derramada por Joab. ¡Que Yahvé haga recaer su sangre sobre su cabeza por haber cargado contra dos hombres más justos y mejores que él, asesinándolos con la espada, —sin que mi padre David supiera nada de ello—: a Abner, hijo de Ner, jefe del ejército de Israel, y a Amasá, hijo de Yéter, jefe del ejército de Judá. ¡Que la sangre de ellos recaiga sobre la cabeza de Joab y la de su descendencia para siempre! ¡Para David, su descendencia, su casa y su trono, haya paz perpetua de parte de Yahvé!» Benaías, hijo de Joadá, subió, cargó contra Joab y lo mató. Luego lo enterraron en su casa, en el desierto.
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