I Reyes 22, 35-38

Aquel día el combate se prolongó y el rey hubo de ser sostenido en pie en su carro frente a los arameos, hasta que murió al atardecer; la sangre de la herida corría por el fondo del carro. Al caer el sol corrió un grito por el campamento: «Cada uno a su ciudad, cada uno a su herencia. ¡El rey ha muerto!» Condujeron al rey a Samaría y allí lo enterraron. Lavaron el carro junto a la alberca de Samaría. Los perros lamieron su sangre y las prostitutas se bañaron en ella, según la palabra que Yahvé había dicho.
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