I Samuel 2, 27-36


Anuncio del castigo.
Vino un hombre de Dios a Elí y le dijo: «Así ha dicho Yahvé. Claramente me he revelado a la casa de tu padre, cuando ellos estaban en Egipto al servicio de la casa del faraón. Y lo elegí entre todas las tribus de Israel para ser mi sacerdote, para subir a mi altar, incensar la ofrenda y llevar el efod en mi presencia, y he concedido a la casa de tu padre parte en todos los sacrificios por el fuego de los hijos de Israel. ¿Por qué pisoteáis el sacrificio y la oblación que yo dispuse en la Morada, y por qué honras a tus hijos más que a mí, cebándoos con lo mejor de todas las oblaciones de mi pueblo Israel? Por eso —palabra de Yahvé, Dios de Israel— yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían siempre en mi presencia, pero ahora —palabra de Yahvé— me guardaré bien de ello. Porque a los que me honran, yo los honro, pero los que me desprecian son despreciados. He aquí que vienen días en que amputaré tu brazo y el brazo de la casa de tu padre, de suerte que en tu casa los hombres no lleguen a madurar. Mirarás como enemigo la Morada y todo el bien que yo haré a Israel, y nunca habrá hombres maduros en tu casa. Conservaré a alguno de los tuyos cabe mi altar para que sus ojos se consuman y tu alma se marchite, pero la mayor parte de los tuyos perecerá por la espada de los hombres. Será para ti señal lo que va a suceder a tus dos hijos Jofní y Pinjás: en el mismo día morirán los dos. Yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mis deseos, le edificaré una casa permanente y caminará siempre en presencia de mi ungido. El que quedare de tu casa vendrá a postrarse ante él para conseguir algún dinero o una hogaza de pan y dirá: “Destíname, por favor, a una función sacerdotal cualquiera, para que tenga un bocado de pan que comer.”»
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