II Crónicas  32, 9-19


Palabras impías de Senaquerib.
Después de esto, Senaquerib, rey de Asiria, que estaba sitiando Laquis con todas sus fuerzas, envió sus siervos a Jerusalén, a Ezequías, rey de Judá, y a todos los de Judá que estaban en Jerusalén para decirles: «Así dice Senaquerib, rey de Asiria: ¿En qué ponéis vuestra confianza, para que permanezcáis cercados en Jerusalén? ¿No os engaña Ezequías para entregaros a la muerte por hambre y sed, cuando dice: “Yahvé nuestro Dios nos librará de la mano del rey de Asiria”? ¿No es éste el mismo Ezequías que ha quitado sus santuarios y sus altares, ordenando a Judá y Jerusalén: “daréis culto ante un solo altar y sobre él quemaréis incienso”? ¿Acaso no sabéis lo que yo y mis padres hemos hecho con todos los pueblos de los países? ¿Por ventura los dioses de las naciones de estos países han sido capaces de librar sus territorios de mi mano? ¿Quién de entre todos los dioses de aquellas naciones que mis padres dieron al anatema pudo librar a su pueblo de mi mano? ¿Es que vuestro Dios podrá libraros de mi mano? Ahora, pues, que no os engañe Ezequías ni os embauque de esa manera. No le creáis; ningún dios de ninguna nación ni de ningún reino ha podido salvar a su pueblo de mi mano, ni de la mano de mis padres, ¡cuánto menos podrá vuestro Dios libraros a vosotros de mi mano!» Sus siervos dijeron todavía más cosas contra Yahvé Dios y contra Ezequías su siervo. Escribió además cartas para insultar a Yahvé, Dios de Israel, hablando contra él de este modo: «Así como los dioses de las naciones de otros países no han salvado a sus pueblos de mi mano, así tampoco el Dios de Ezequías salvará a su pueblo de mi mano.» Los enviados gritaban en voz alta, en lengua judía, al pueblo de Jerusalén, que estaba sobre el muro, para atemorizarlos y asustarlos, y poder conquistar la ciudad. Hablaban del Dios de Jerusalén como de los dioses de los pueblos de la tierra, que son obra de manos de hombre.
Ver contexto