II Crónicas  9, 13-24

El peso del oro que llegaba a Salomón cada año era de seiscientos sesenta y seis talentos de oro, sin contar lo precedente de los tributos impuestos a los mercaderes y las ganancias del tráfico comercial. Todos los reyes árabes y los inspectores del país traían oro y plata a Salomón. El rey Salomón hizo doscientos escudos de gran tamaño en oro batido, seiscientos siclos de oro batido por cada escudo, y trescientos escudos de menor tamaño en oro batido, trescientos siclos de oro por cada escudo. El rey los colocó en la casa denominada «Bosque del Líbano». El rey hizo un gran trono de marfil, que revistió de oro finísimo. El trono tenía seis gradas y un cordero de oro al respaldo, y brazos a uno y otro lado del asiento, y dos leones, de pie, junto a los brazos. Más doce leones de pie sobre las seis gradas a uno y otro lado. Nada igual llegó a hacerse para ningún otro reino.
Todas las copas para bebidas del rey Salomón eran de oro, y toda la vajilla de la casa «Bosque del Líbano» era de oro puro. La plata no se estimaba en nada en tiempo del rey Salomón, porque el rey tenía una flota de Tarsis con los siervos de Jirán, y cada tres años venía la flota de Tarsis trayendo oro y plata, marfil, monos y pavos reales.
Así el rey Salomón sobrepujó a todos los reyes de la tierra en riqueza y sabiduría. Todos los reyes de la tierra querían ver el rostro de Salomón para escuchar la sabiduría con la que Dios había dotado su mente. Y cada uno de ellos traía su presente, objetos de plata y objetos de oro, vestidos, armas, aromas, caballos y mulos, año tras año.
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