II Macabeos 14, 31-36

Este otro, al darse cuenta de que aquel hombre le había vencido con nobleza, se presentó en el más grande y santo templo en el momento en que los sacerdotes ofrecían los sacrificios rituales y les exigió que le entregaran a aquel hombre. Aseguraron ellos con juramento que no sabían dónde estaba el hombre que buscaba. Entonces él, extendiendo la diestra hacia el santuario, hizo este juramento: «Si no me entregáis encadenado a Judas, arrasaré este recinto sagrado de Dios, destruiré el altar y levantaré aquí mismo un espléndido templo a Dióniso.» Y, dicho esto, se fue. Los sacerdotes, con las manos tendidas al cielo, invocaban a Aquél que sin cesar había combatido en favor de nuestra nación, diciendo: «Tú, Señor, que nada necesitas, te has complacido en que el santuario de tu morada se halle entre nosotros. También ahora, Señor santo de toda santidad, preserva siempre limpia de profanación esta Casa recién purificada.»
Ver contexto