II Macabeos 15, 25-36


Derrota y muerte de Nicanor.
Mientras la gente de Nicanor avanzaba al son de trompetas y cantos de guerra, los hombres de Judas entablaron combate con el enemigo entre invocaciones y plegarias. Luchando con las manos, pero orando a Dios en su corazón, abatieron a no menos de treinta y cinco mil hombres, regocijándose mucho por la manifestación de Dios. Al volver de su empresa, en gozoso retorno, reconocieron a Nicanor caído, con su armadura.
Entre clamores y tumulto, bendecían al Señor en su lengua patria. Entonces, el que en primera fila se había entregado, en cuerpo y alma, al bien de sus conciudadanos, el que había guardado hacia sus compatriotas los buenos sentimientos de su juventud, mandó cortar la cabeza de Nicanor y su brazo, hasta el hombro, y llevarlos a Jerusalén. Llegado allí, convocó a sus compatriotas, puso a los sacerdotes ante el altar y mandó buscar a los de la Ciudadela. Les mostró la cabeza del abominable Nicanor y la mano que aquel infame había tendido insolentemente hacia la santa Casa del Todopoderoso; y, después de haber cortado la lengua del impío Nicanor, ordenó que se diera en trozos a los pájaros y que se colgara frente al santuario la paga de su insensatez. Todos entonces levantaron hacia el cielo sus bendiciones en honor del Señor que se les había manifestado, diciendo: «Bendito el que ha conservado puro su Lugar Santo.»
La cabeza de Nicanor fue colgada de la Ciudadela, como señal manifiesta y visible para todos del auxilio del Señor. Decretaron todos por público edicto no dejar pasar aquel día sin solemnizarlo, y celebrarlo el día trece del duodécimo mes, llamado Adar en arameo, la víspera del Día de Mardoqueo.
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