II Reyes  10, 1-17


Matanza de la familia real de Israel.
Ajab tenía setenta hijos en Samaría. Jehú escribió cartas y las envió a Samaría, a los jefes de la ciudad, a los ancianos y a los preceptores de los hijos de Ajab diciendo: «Así que esta carta llegue a vosotros, dado que los hijos de vuestro señor están con vosotros y disponéis de carros, caballos, una ciudad amurallada y un arsenal de armas, ved cuál es el mejor y más justo de los hijos de vuestro señor, ponedlo en el trono de su padre y luchad por la casa de vuestro señor.» Pero ellos fueron presa del pánico, pues pensaron: «Los dos reyes no pudieron hacerle frente, ¿cómo podremos nosotros?» El mayordomo de palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los preceptores enviaron a decir a Jehú: «Somos siervos tuyos; haremos cuanto nos digas; no proclamaremos rey a nadie; haz lo que te parezca bien.»
Les envió por segunda vez una carta, que decía: «Si estáis de mi lado y obedecéis mi voz, tomad a los jefes de los hombres de la casa de vuestro señor y venid a mí a Yizreel, mañana a esta hora.» (Los hijos del rey, setenta en número, estaban con los notables de la ciudad que los criaban.) En cuanto les llegó la carta, tomaron a los hijos del rey y degollaron a los setenta, pusieron sus cabezas en cestas y se las enviaron a Yizreel.
Llegó el mensajero e informó: «Han traído las cabezas de los hijos del rey.» Respondió: «Apiladlas en dos montones a la entrada de la puerta, hasta la mañana.» Por la mañana salió, se paró allí y dijo a todo el pueblo: «Vosotros sois inocentes. Es cierto, yo he conspirado contra mi señor y lo he matado, pero ¿quién ha matado a todos éstos? Sabed, pues, que nada de lo que Yahvé ha dicho sobre la casa de Ajab quedará sin cumplir, pues Yahvé ha hecho lo que dijo por boca de su siervo Elías.» Y Jehú mató a todos los que quedaban de la casa de Ajab en Yizreel, a todos sus notables, familiares y sacerdotes, sin dejar uno solo con vida.

Matanza de los príncipes de Judá.
Jehú se puso en marcha hacia Samaría y, estando de camino en Betequed de los Pastores, encontró a los hermanos de Ocozías, rey de Judá, y preguntó: «¿Quiénes sois?» Ellos respondieron: «Somos los hermanos de Ocozías y hemos bajado a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina madre.» Él ordenó: «Prendedlos vivos.» Los prendieron vivos y los degollaron junto a la cisterna de Betequed, cuarenta y dos hombres. No dejó uno solo con vida.

Jehú y Jonadab.
Marchó de allí y encontró a Jonadab, hijo de Recab, que salía a su encuentro. Le saludó y le dijo: «¿Estás de mi parte con la misma lealtad con la que yo estoy de tu parte?» Respondió Jonadab: «Sí, estoy.» «Si así es, (dijo Jehú), dame tu mano.» Le dio la mano y (Jehú) le hizo subir junto a él en su carro. Le dijo: «Ven conmigo y verás mi celo por Yahvé». Y lo llevó en su carro. Cuando llegó a Samaría mató a todos los supervivientes de Ajab en Samaría, hasta acabar con ellos, conforme a la palabra que Yahvé había dicho a Elías.
Ver contexto