II Reyes  19, 9-35

Pero (el rey de Asiria) recibió esta noticia: «Tirhacá, rey de Cus, ha partido en campaña contra ti.»
Carta de Senaquerib a Ezequías.
Entonces envió de nuevo mensajeros a Ezequías, diciendo: «Así hablaréis a Ezequías, rey de Judá: Que tu Dios, en el que confías, no te engañe, diciendo: “Jerusalén no será entregada en manos del rey de Asiria”. Tú mismo has oído cómo los reyes de Asiria han tratado a todos los países, entregándolos al anatema, ¿y vas tú a librarte? ¿Salvaron acaso los dioses de las naciones a Gozán, a Jarán, a Résef y a los habitantes de Eden en Tel Basar, que mis antepasados habían aniquilado? ¿Dónde está el rey de Jamat?, ¿y el rey de Arpad?, ¿y los reyes de Laír, de Sefarváin, de Hená y de Avá?»
Ezequías tomó la carta de manos de los mensajeros y la leyó. Luego subió al templo de Yahvé y Ezequías abrió el rollo de carta ante Yahvé. Ezequías elevó esta plegaria ante Yahvé: «Yahvé, Dios de Israel, entronizado sobre los Querubines, tú sólo eres el Dios para todos los reinos de la tierra. Tú hiciste los cielos y la tierra. ¡Inclina tu oído, Yahvé, y escucha; abre tus ojos, Yahvé, y mira! Escucha las palabras de Senaquerib, enviadas para insulto del Dios vivo. Es verdad, Yahvé, los reyes de Asiria han exterminado las naciones, han arrojado sus dioses al fuego y los han destruido, pero no eran dioses, sino hechuras de mano de hombre, de madera y de piedra. Pero ahora, Yahvé, Dios nuestro, líbranos de sus manos, sepan todos los reinos de la tierra que sólo tú eres Yahvé Dios.»

Intervención de Isaías.
Isaías, hijo de Amós, envió a Ezequías este mensaje: «Así dice Yahvé, Dios de Israel: He escuchado tu plegaria acerca de Senaquerib, rey de Asiria. Éste es el oráculo que Yahvé pronuncia contra él:
«Te desprecia, se burla de ti,
la doncella Sión,
menea la cabeza a tu espalda
la dama Jerusalén.
¿A quién has insultado y ultrajado?
¿Contra quién has alzado la voz
y lanzado miradas altivas?
Contra el Santo de Israel.
A través de tus mensajeros has insultado a mi Señor.
Has pensado: “Con mis carros numerosos
he subido a las cumbres de las montañas,
a los extremos inaccesibles del Líbano,
he talado los cedros más altos,
los cipreses más escogidos,
he alcanzado el pico más elevado,
la espesura más densa.
Yo extraje y bebí aguas extranjeras,
con la planta de mis pies
sequé los canales todos de Egipto”.
¿No has oído? Desde lejos lo planeé,
de antiguo lo preparé,
y ahora, lo cumplo.
A ti el reducir a montaña de ruinas
las ciudades amuralladas.
Sus habitantes, manicortos,
confusos y aterrados,
eran hierba del campo, verde heno,
musgo de azotea
abrasado por el viento del este.
Conozco tu estar, tu ir y tu venir
(y tu estallar de rabia contra mí),
porque has estallado de rabia contra mí,
y tu alboroto ha llegado a mis oídos.
Te pondré mi argolla en la nariz
y mi freno en el hocico,
y te haré volver por el camino
por el que has venido.
Ésta será para ti la señal:
Comed este año lo que crece sin cultivo,
el próximo lo que brota sin siembra,
y al tercer año, sembrad y segad,
plantad viñas y comed sus frutos.
Los supervivientes de la casa de Judá,
los que han quedado,
echarán de nuevo raíces en lo hondo
y fruto en lo alto.
Pues de Jerusalén saldrá un resto,
los supervivientes, del monte Sión.
El celo de Yahvé lo hará realidad.
Por ello así dice el Señor acerca del rey de Asiria:
No entrará en esta ciudad,
no disparará contra ella una flecha,
no avanzará sobre ella con escudo,
no alzará junto a ella una rampa.
Por el camino que ha venido, regresará,
en esta ciudad no entrará —dice Yahvé.
Yo protegeré esta ciudad (para salvarla),
por mi honor y el de David, mi siervo—.»

Fracaso y muerte de Senaquerib.
Aquella misma noche el Ángel de Yahvé avanzó y golpeó en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres; al amanecer eran todos cadáveres.
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