II Reyes  23, 4-20


Reforma religiosa de Judá.
El rey ordenó a Jilquías, al segundo de los sacerdotes y a los encargados del umbral que sacaran del santuario de Yahvé todos los objetos fabricados para Baal y Aserá y todo el ejército de los cielos. Los quemó fuera de Jerusalén en los yermos del Cedrón y llevó sus cenizas a Betel. Suprimió los sacerdotes paganos que los reyes de Judá habían designado para quemar incienso en los altozanos, en las poblaciones de Judá y alrededores de Jerusalén, y los que ofrecían incienso a Baal, al sol, a la luna, a las constelaciones y a todo el ejército de los cielos. Sacó la Aserá del templo de Yahvé fuera de Jerusalén, al torrente Cedrón, la quemó allí en el torrente Cedrón, la redujo a cenizas y esparció las cenizas sobre las tumbas del pueblo llano. Derribó las dependencias de los consagrados a la prostitución que estaban en el templo de Yahvé, en el lugar en el que las mujeres tejían mantos para Aserá.
Hizo venir a todos los sacerdotes de las poblaciones de Judá y profanó los altozanos en los que los sacerdotes habían quemado incienso, desde Gueba hasta Berseba. Derribó los templetes de las puertas que estaban a la entrada de la puerta de Josué, gobernador de la ciudad, a la izquierda según se entra por la puerta de la ciudad. Sin embargo, los sacerdotes de los altozanos no podían subir al altar de Yahvé en Jerusalén, pero comían los panes ázimos junto con sus hermanos. Profanó el Tófet que había en el valle de Ben Hinón, para que nadie pudiera arrojar a su hijo o hija a la pira de fuego en honor de Mólec. Retiró los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al Sol, situados a la entrada del templo de Yahvé, cerca de la cámara del eunuco Natanmélec que había en las dependencias. Quemó el carro del Sol y derribó los altares construidos por los reyes de Judá que estaban sobre la azotea de la cámara superior de Ajaz, y los altares que edificó Manasés en los dos patios del templo de Yahvé. Los retiró, los destruyó allí y arrojó sus cenizas al torrente Cedrón. El rey profanó también los altozanos que estaban frente a Jerusalén, al sur del Monte de los Olivos, que Salomón, rey de Israel, había construido a Astarté, abominación de los sidonios, a Camós, abominación de Moab, y a Milcón, abominación de los amonitas. Deshizo las estelas y cortó los cipos sagrados, cubriendo sus lugares con huesos humanos.

La reforma se extiende al antiguo reino del Norte.
También derribó el altar que había en Betel y el altozano que había levantado Jeroboán, hijo de Nebat, el que hizo incurrir en pecado a Israel. Quemó el altozano, rompió las piedras, las redujo a polvo, y quemó el cipo sagrado.
Josías se dio la vuelta y vio los sepulcros que había allí en la montaña. Mandó entonces que recogieran los huesos de las tumbas y los quemaran sobre el altar. Lo profanó en cumplimiento del oráculo de Yahvé que el hombre de Dios había proclamado (cuando Jeroboán estaba en pie junto al altar durante la fiesta. Josías se dió la vuelta y alzó los ojos sobre la tumba del hombre de Dios que había proclamado estos acontecimientos). Y preguntó: «¿Qué monumento es ése que estoy viendo?» Los hombres de la ciudad le respondieron: «Es la tumba del hombre de Dios que vino de Judá y anunció esto que has hecho con el altar de Betel.» Él dijo: «Dejadlo. Que nadie remueva sus huesos.» Así respetaron sus huesos junto con los del profeta que procedía de Samaría.
Josías abolió también todos los santuarios de los altozanos en las poblaciones de Samaría que habían construido los reyes de Israel irritando con ello a Yahvé. Hizo con ellos exactamente como había hecho con Betel. Inmoló sobre los altares a todos los sacerdotes de los altozanos que se encontraban allí y quemó sobre ellos huesos humanos. Luego se volvió a Jerusalén.
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