II Reyes  4, 30-37

Pero la madre del niño dijo: «Por el Dios vivo y por tu vida que no te dejaré.» Entonces él se alzó y marchó tras ella. Guejazí había pasado antes que ellos y había colocado el bastón sobre la cara del niño, pero no se escuchó voz ni respuesta alguna. Se volvió al encuentro de Eliseo y le comunicó: «El niño no ha despertado.» Eliseo entró en la casa; allí estaba el niño, muerto, acostado en su lecho. Entró, cerró la puerta con ellos dos dentro, y oró a Yahvé. Se subió (a la cama) y se tumbó sobre el niño, boca con boca, ojos con ojos, manos con manos. Se mantuvo recostado sobre él y la carne del niño iba entrando en calor. Se bajó y se puso a caminar por la casa de acá para allá. Se subió y se recostó insuflando sobre él hasta siete veces. El niño estornudó y abrió sus ojos. Llamó a Guejazí y le dijo: «Llama a la sunamita.» Y la llamó. Cuando llegó, él le dijo: «Toma tu hijo.» Ella entró y se echó a sus pies postrada en tierra. Luego tomó a su hijo y salió.
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