Daniel  3, 27-32

Los sátrapas, prefectos, gobernadores y consejeros del rey se apiñaron para examinar a estos hombres: el fuego no había afectado a sus cuerpos, sus cabellos no estaban chamuscados, sus calzones estaban intactos y ni siquiera despedían olor a quemado. Nabucodonosor exclamó: «Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que ha enviado a su ángel para salvar a sus siervos. Pues ellos, confiando en él, desobedecieron la orden del rey y han arriesgado sus vidas antes que servir y adorar a otro dios que no fuera el suyo. Por ello, yo ordeno que todo hombre de cualquier pueblo, nación o lengua que hable mal del Dios de Sidrac, Misac y Abdénago sea cortado en pedazos y su casa derribada, porque no hay otro dios que pueda salvar como éste.» Y el rey hizo prosperar a Sidrac, Misac y Abdénago en la provincia de Babilonia.

El sueño y la locura de Nabucodonosor
El rey Nabucodonosor a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra: ¡Que vuestra paz se acreciente! Me complace daros a conocer los signos y prodigios que el Dios Altísimo ha hecho conmigo.
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