Eclesiastés 8, 1-9

¿Quién como el sabio?
¿Quién otro sabe explicar una cosa?
La sabiduría ilumina el rostro del hombre,
y transfigura sus facciones severas.
Aténte al dictamen del rey,
a causa del juramento divino;
no tengas prisa en evitar su presencia;
no te mezcles en conspiraciones,
pues puede hacer cuanto le place.
Pues la palabra regia es soberana,
y ¿quién va a decirle: Qué haces?
Quien se atiene a lo mandado, nada sabe de conspiraciones.
Y la mente del sabio sabe el cuándo y el cómo,
pues todo asunto tiene su cuándo y su cómo.
Grande es el peligro que acecha al hombre,
pues ignora lo que está por venir
y nadie le anuncia lo que está por llegar.
No es el hombre señor del viento, capaz de dominarlo;
ni es dueño del día de la muerte,
ni puede escapar a la guerra;
ni la maldad libra a sus autores.
Todo esto he descubierto aplicando mi reflexión a cuanto pasa bajo el sol, cuando un hombre domina a otro hombre para hacerle daño.
Ver contexto