Ester  5, 1

(1a) Al tercer día, y una vez acabada su oración, se despojó de sus vestidos de orante y se vistió de reina. Recobrada su espléndida belleza, invocó a Dios, que vela sobre todos y los salva, y tomando a dos siervas, se apoyó suavemente en una de ellas, mientras la otra la seguía alzando el ruedo del vestido. (1b) Iba resplandeciente, en el apogeo de su belleza, con rostro alegre como de enamorada, aunque su corazón estaba oprimido por la angustia. (1c) Franqueando todas las puertas, llegó hasta la presencia del rey. Estaba el rey sentado en su trono, revestido de las vestiduras de las ceremonias públicas, cubierto de oro y piedras preciosas y con aspecto verdaderamente impresionante. (1d) Alzando su rostro, resplandeciente de gloria, lanzó una mirada tan colmada de ira que la reina se desvaneció; perdió el color y apoyó la cabeza sobre la sierva que la precedía. (1e) Mudó entonces Dios el corazón del rey en dulzura, angustiado se precipitó del trono y la tomó en sus brazos y, en tanto ella se recobraba, le dirigía dulces palabras, (1f) diciendo: «¿Qué ocurre, Ester? Yo soy tu hermano, ten confianza. No morirás, pues mi mandato sólo alcanza a la gente común. Acércate.»
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