Ezequiel  10, 8-22

Entonces apareció en los querubines una especie de mano humana debajo de sus alas. Miré: había cuatro ruedas al lado de los querubines, una rueda junto a cada querubín, y el aspecto de las ruedas era como el destello del crisólito. Las cuatro tenían la misma forma, como si una rueda estuviese dentro de la otra. Cuando se movían, avanzaban en las cuatro direcciones; no se desviaban mientras andaban; seguían, en efecto, la dirección a la que estaban orientadas, y no se desviaban mientras andaban. Y todo su cuerpo, su espalda, sus manos y sus alas, así como las ruedas, estaban llenos de destellos todo alrededor, por los cuatro costados. Oí que a las ruedas se les daba el nombre de «galgal». Y cada uno tenía cuatro caras: la primera era la cara del querubín, la segunda una cara de hombre, la tercera una cara de león y la cuarta una cara de águila. Los querubines se levantaron: era el ser que yo había visto junto al río Quebar. Al avanzar los querubines, avanzaban las ruedas a su lado; cuando los querubines desplegaban sus alas para elevarse del suelo, tampoco las ruedas se desviaban de su lado. Cuando ellos se paraban, se paraban ellas, y cuando ellos se elevaban, se elevaban con ellos las ruedas, porque el espíritu del ser estaba en ellas.

La gloria de Yahvé abandona el templo.
La gloria de Yahvé traspasó el umbral del templo y se posó sobre los querubines. Los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo en mi presencia; cuando salían los querubines, las ruedas iban con ellos. Y se detuvieron junto a la puerta oriental del templo de Yahvé; la gloria del Dios de Israel estaba encima de ellos. Era el ser que yo había visto debajo del Dios de Israel en el río Quebar; y supe que eran querubines. Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas, y como manos humanas bajo sus alas. En cuanto a sus rostros, tenían la apariencia de los que yo había visto junto al río Quebar. Cada uno marchaba de frente.
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