Ezequiel  3, 10-15

Luego me dijo: «Hijo de hombre, todas las palabras que yo te dirija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atentamente; anda, ve donde los deportados, a los hijos de tu pueblo; les hablarás y les dirás: “Así dice el Señor Yahvé”, escuchen o no escuchen.»
Entonces, el espíritu me levantó y oí a mis espaldas el estruendo de un gran terremoto: «Bendita sea la gloria de Yahvé, en su lugar», (el ruido que hacían las alas de los seres al batir una contra otra, y el ruido de las ruedas junto a ellos, estruendo de un gran terremoto). Entonces el espíritu me levantó y me arrebató; yo iba amargado, con el ánimo enardecido, mientras la mano de Yahvé pesaba fuertemente sobre mí. Llegué donde los deportados de Tel Abib que residían junto al río Quebar —aquí residían ellos—, y permanecí allí siete días, aturdido, en medio de ellos.
Ver contexto