Genesis 30, 32-43

Voy a desfilar hoy con todo tu rebaño. Aparta toda oveja negra y las cabras pintas y manchadas, y eso será mi paga, y la garantía de mi honradez el día de mañana. Cuando te presentes a controlar mi paga, todo lo que no fuere pinto y manchado entre las cabras y negro entre los corderos, será lo que he robado.» Dijo Labán: «Bien, sea como dices.» Y aquel mismo día apartó los machos cabríos listados y manchados y todas las cabras pintas y manchadas, todo lo que tenía en sí algo de blanco, así como todo lo negro entre las ovejas, y lo confió a sus hijos, interponiendo tres jornadas de camino entre él y Jacob. Este último apacentaba el resto del rebaño de Labán.
Entonces Jacob se procuró unas varas verdes de álamo, de almendro y de plátano, y labró en ellas unas muescas blancas, dejando al descubierto lo blanco de las varas, e hincó las varas así labradas en las pilas o abrevaderos a donde venían las reses a beber, justo delante de las reses, con lo que éstas se calentaban al acercarse a beber. O sea, que se calentaban a la vista de las varas, y así parían crías listadas, pintas o manchadas. Luego separó Jacob los machos, echándolos a lo listado y negro que ahora había en el rebaño de Labán, y así se fue formando unos hatajos propios, que no mezclaba con el rebaño de Labán. Además, siempre que se calentaban las reses vigorosas, les ponía Jacob las varas ante los ojos en las pilas, para que se calentaran bajo el influjo de las varas; mas, cuando el ganado estaba débil, no las ponía, de modo que las crías débiles eran para Labán, y las vigorosas para Jacob. Así que éste medró muchísimo, y llegó a tener rebaños numerosos, y siervas y siervos y camellos y asnos.
Ver contexto