Habacuc  1, 5-11


Primer oráculo.
Los caldeos, azote de Dios.
Mirad a las naciones, contemplad,
quedad estupefactos, atónitos:
voy a hacer una obra en vuestros días
que no creeríais si os la contasen.
Pienso movilizar a los caldeos,
un pueblo cruel y fogoso,
que recorre las anchuras de la tierra,
para adueñarse de países ajenos.
Es terrible y espantoso,
impone su ley y su poder;
son más raudos que panteras sus caballos,
más ágiles que lobos esteparios.
Sus jinetes galopan,
vienen de lejos sus jinetes,
vuelan como águila que se lanza a devorar.
Llegan todos para hacer violencia,
son sus rostros ardientes, como un viento del este,
amontonan cautivos como arena.
Se burla de los reyes,
los soberanos le sirven de irrisión;
se ríe de toda fortaleza,
levanta un terraplén y la toma.
Después cambia el viento y desaparece,
culpable por hacer de su fuerza su dios.
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