Habacuc  3, 3-15


Teofanía. La llegada de Yahvé.
Viene Dios de Temán,
el Santo, del monte Parán. Pausa .
Su majestad cubre los cielos,
de su gloria está llena la tierra.
Su fulgor es como la luz,
rayos tiene que saltan de su mano,
allí se oculta su poder.
Ante él marcha la Peste,
la Fiebre va tras sus pasos.
Se planta y tiembla la tierra,
mira y estremece a las naciones;
se desmoronan los montes eternos,
se hunden los collados antiguos,
¡sus senderos de siempre!

El combate de Yahvé.
En apuros veo las tiendas de Cusán,
tiemblan los pabellones de Madián.
¿Arde tu cólera, Yahvé, contra los ríos,
contra el mar tu furor,
cuando montas tus caballos,
tus carros victoriosos?
Desnudas y aprestas tu arco,
llenas su cuerda de saetas. Pausa.
Hiendes con ríos la tierra;
te ven y se espantan los montes,
pasa un diluvio de agua,
el abismo alza su voz,
levanta en alto sus manos.
Sol y luna se paran donde están,
a la luz de tus raudas saetas,
al fulgor deslumbrante de tu lanza.
Con furia atraviesas la tierra,
con cólera aplastas naciones.
Sales a salvar a tu pueblo,
a salvar a tu ungido.
Derrumbas la casa del impío,
desnudas sus cimientos hasta el fondo. Pausa.
Traspasas con tus dardos la cabeza de sus nobles
lanzados para dispersarnos con su estrépito,
cuando iban a devorar al pobre en su escondrijo.
Surcas el mar con tus caballos,
entre el estrépito de aguas caudalosas.
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