Jeremías  11, 1-14


Jeremías y las cláusulas de la Alianza.
Palabra que llegó de parte de Yahvé a Jeremías: Oíd los términos de esta alianza y hablad a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén, y diles: Así dice Yahvé, el Dios de Israel: Maldito el varón que no escuche los términos de esta alianza que mandé a vuestros padres el día que los saqué de Egipto, del crisol de hierro, diciéndoles: «Oíd mi voz y obrad conforme a lo que os he mandado; y así seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios, en orden a cumplir el juramento que hice a vuestros padres, de darles una tierra que mana leche y miel —como se cumple hoy—.» Respondí y dije: ¡Amén, Yahvé! Y me dijo Yahvé: Pregona todas estas palabras por las ciudades de Judá y por las calles de Jerusalén: «Oíd los términos de esta alianza y cumplidlos: que bien advertí a vuestros padres el día que los hice subir de Egipto, y hasta la fecha he insistido en advertírselo: ¡Oíd mi voz! Mas no oyeron ni aplicaron el oído, sino que cada cual procedió según la terquedad de su corazón malo. Y así he aplicado contra ellos todos los términos de dicha alianza que les mandé cumplir y no lo hicieron.»
Y me dijo Yahvé: Se ha descubierto una conjura entre los hombres de Judá y entre los habitantes de Jerusalén. Han reincidido en las culpas de sus mayores, que rehusaron escuchar mis palabras: se han ido en pos de otros dioses para servirles; han violado la casa de Israel y la casa de Judá mi alianza, que pacté con sus padres. Por eso, así dice Yahvé: Voy a traerles una desgracia a la que no podrán hurtarse; y aunque se me quejaren, no les oiré. ¡Que vayan las ciudades de Judá y los moradores de Jerusalén, y que se quejen a los dioses a quienes inciensan!, que lo que es salvarlos, no los salvarán al tiempo de su desgracia.
Pues cuantas son tus ciudades,
otros tantos son tus dioses, Judá;
y cuantas calles cuenta Jerusalén,
otros tantos altares a la Vergüenza,
otros tantos altares hay de Baal.
En cuanto a ti, no pidas por este pueblo, ni eleves por ellos plegaria ni oración, porque no he de oír cuando clamen a mí por su desgracia.
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